Autor de 'Sangre de mártires. Dieron su vida por los pobres' Fernando Bermúdez: "La palabra del profeta y su estilo de vida es una denuncia al sistema de muerte que favorece que unos pocos se enriquezcan"
"Estos testimonios cuestionan la actitud conservadurista de muchos cristianos, laicos, sacerdotes y obispos de hoy, instalados en una práctica religiosa meramente cultualista"
"Retomo particularmente la memoria de dos grandes profetas y mártires, los obispos Óscar Romero y Juan Gerardi, pastores que son un ejemplo de servicio, sencillez y defensa de los pobres"
"Me atrevería a decir que los profetas son “mártires vivientes” porque viven en permanente riesgo de muerte, por ser fieles a la causa de los pobres"
"Me atrevería a decir que los profetas son “mártires vivientes” porque viven en permanente riesgo de muerte, por ser fieles a la causa de los pobres"
Misionero en Guatemala, donde colaboró con monseñor Gerardi, y en Chiapas, donde hizo lo mismo con monseñor Samuel Ruiz, Fernando Bermúdez (Alguazas, Murcia, 1943) escribe 'Sangre de mártires' desde su propia experiencia con tantos hombres y mujeres que son untestimonio profético y martirial de América Latina. Para hacer memoria de tantos como "estuvieron dispuestos a dar su vida en defensa de losmás desfavorecidos". Porque "la palabra del profeta y su estilo de vida es una denuncia al sistema de muerte que favorece que unos pocos se enriquezcan".
¿Qué objetivos persigue al escribir “Sangre de mártires”?
Con este libro pretendo hacer una memoria viva de aquellos hombres y mujeres, laicos y laicas, religiosas, sacerdotes y obispos que, por ser fieles al evangelio de Jesús, estuvieron dispuestos a dar su vida en defensa de los más desfavorecidos. Estos testimonios cuestionan la actitud conservadurista de muchos cristianos, laicos, sacerdotes y obispos de hoy, instalados en una práctica religiosa meramente cultualista, de normas y ritos vacíos de espiritualidad y de compromiso por la liberación de los pobres. En esta obra retomo particularmente la memoria de dos grandes profetas y mártires, los obispos Óscar Romero y Juan Gerardi, pastores que son un ejemplo de servicio, sencillez y defensa de los pobres y excluidos. Con esta obra busco ofrecer un modesto aporte al fortalecimiento de la fe y del compromiso profético de las comunidades cristianas y sus agentes de pastoral hoy.
Todos los mártires son profetas, pero no todos los profetas son mártires, ¿o sí?
La palabra del profeta y su estilo de vida es una denuncia al sistema de muerte que favorece que unos pocos se enriquezcan a costa de saquear los recursos del planeta y explotar a los seres humanos, sumiéndolos en la pobreza y el hambre. El profeta al denunciar esta situación es señalado como subversivo, e incluso perseguido y asesinado, por aquellos que han hecho del dinero su dios.
Otros profetas sufrieron atentados, tal es el caso de los obispos Samuel Ruiz, Pedro Casaldáliga, Arturo Lona, o el cardenal Ramazzini. Por eso yo me atrevería a decir que los profetas son “mártires vivientes” porque viven en permanente riesgo de muerte, por ser fieles a la causa de los pobres, que es la causa de Dios. Recordemos que la palabra “mártir” es un término de origen griego que significa “testigo” que, en términos teológicos, es un cristiano que da testimonio de Jesucristo con su vida.
¿Cuáles son sus profetas preferidos del mundo antiguo y por qué?
A lo largo de la historia de la humanidad han ido surgiendo profetas que fueron luces de esperanza y que señalaron el camino para una nueva humanidad. Hombres y mujeres que son referentes en la historia por su defensa de la dignidad humana. Entre estos señalo como mis preferidos a Siddharta Gautama, el Buda, gran sabio, que vivió y proclamó la liberación interior y la superación de los deseos que son causa de sufrimiento. El gran filósofo griego Sócrates y los profetas bíblicos Moisés, Isaías, Amós, Jeremías… Judit, esa gran profeta que liberó a su pueblo. Y entrado ya en el primer milenio, mis profetas preferidos son Hypatia, Antonio Abad, Basilio de Cesárea, Juan Crisóstomo, Averroes, Maimónides, Francisco de Asís, Ibn Ben Arabí, Bartolomé de las Casas, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Tomás Moro… Pero sobre todo, Jesús de Nazaret, el hombre que pasó por el mundo amando, haciendo el bien y revelando en su vida la presencia de un Dios de misericordia y el proyecto del Reino.
He tenido la dicha de haber conocido a grandes profetas, entre los cuales señalo a los obispos, algunos de ellos amigos: Alberto Iniesta, Helder Camara, Óscar Romero, Leonidas Proaño, Sergio Méndez Arceo, Juan Gerardi, Pedro Casaldáliga, Samuel Ruíz, Arturo Lona y Álvaro Ramazzini
¿Y de los profetas contemporáneos?
He tenido la dicha de haber conocido a grandes profetas, entre los cuales señalo a los obispos, algunos de ellos amigos: Alberto Iniesta, Helder Camara, Óscar Romero, Leonidas Proaño, Sergio Méndez Arceo, Juan Gerardi, Pedro Casaldáliga, Samuel Ruíz, Arturo Lona y Álvaro Ramazzini. Me interpela, asimismo, el testimonio profético de Mahatma Gandhi, Carlos de Foucauld, Miguel Hernández, Clara Campoamor, Luther King, Hermano Roger de Taizé, Clelia y Jerónimo Podestá, Nelson Mandela, Fernando y Ernesto Cardenal, Marcos Ana, Raquel Saravia, José Múgica, Leonardo Boff y muchos más…De cada uno de ellos podría dar razones. No solo visualizo profetas dentro de la Iglesia, los encuentro también fuera de ella, en el mundo sindical, social, político, cultural, ecológico, hombres y mujeres que cuestionan el sistema inhumano que hoy domina el mundo y que arriesgan su vida en defensa de los derechos humanos, particularmente de los más pobres, y en el cuidado del medio ambiente.
¿Ha conocido profetas-mártires anónimos, gente tan sencilla y tan humilde, que nunca saldrán en las crónicas de los medios ni en los libros?
Muchos, sobre todo en América Latina, delegados de la palabra de Dios, catequistas, religiosas y sacerdotes, como también líderes sociales, defensores de los derechos humanos, campesinos e indígenas, e incluso guerrilleros, gente humilde y sencilla, revestidos de una profunda espiritualidad, llenos de mística, dando testimonio de Jesús en medio de su pueblo y luchando por la justicia. La mayoría de ellos eran cristianos, pero también he conocido gente no creyente que entregaron su vida a una causa justa y fueron asesinados por el ejército, la policía o los escuadrones de la muerte de aquellos gobiernos al servicio de los intereses de la oligarquía y de las multinacionales. La Agenda Latinoamericana, creada hace 30 años por Casaldáliga, hace memoria en cada día del año de algunos de estos mártires.
También hay profetas falsos, ¿verdad?
Efectivamente, también hay quienes se presentan como profetas de Dios, sin embargo, son lobos con piel de cordero. Son aquellos que utilizan el nombre de Dios con fines económicos o ideológicos, de búsqueda de poder y prestigio. Yo he conocido en América Latina a pastores de iglesias neopentecostales pronorteamericanas, amigos del dinero, que arrastran multitudes. Utilizan la mentira, el milagrismo y las amenazas para generar miedo y dominar conciencias. Defienden la llamada teología de la prosperidad, predicando que si una persona es rica es porque Dios la ha bendecido, y si es pobre o le va mal en la vida es porque no está en el camino de Dios. La diferencia entre un verdadero y falso profeta es que al auténtico profeta le caracteriza la humildad, la coherencia de vida, la sobriedad, la profundidad espiritual, la vida de oración, la compasión, la comprensión, la misericordia, la solidaridad con la humanidad sufriente, la capacidad de diálogo y de perdón y la esperanza en la utopía del reinado de Dios.
¿Es una exageración llamar profeta al Papa Francisco?
Basta mirar la historia para descubrir que a lo largo de los siglos la Iglesia se ha ido cargando de lastres antievangélicos, haciendo alianza con los poderes de este mundo y la riqueza. Frente a la pobreza de Belén y la sencillez de Jesús de Nazaret aparecieron espléndidos palacios, majestuosas catedrales y grandes propiedades eclesiásticas. Ya Juan XXIII señalaba que "hay que sacudir el polvo imperial que se ha acumulado sobre la Iglesia desde los tiempos de Constantino”. Y convocó el Concilio Vaticano II que generó una renovación eclesial. Pero los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI significaron una involución. Transcurrieron cuarenta años y llegó el papa Francisco, insistiendo en una “Iglesia pobre al servicio de los pobres”, una Iglesia comunitaria, participativa y samaritana, colocando la misericordia, la acogida, el diálogo interreligioso y el cuidado de la Tierra en el centro de su ministerio apostólico y donde laicos y laicas desempeñen un papel relevante como fue en los primeros tiempos del cristianismo. Francisco aparece como un pastor sencillo y austero que viene a limpiar la Iglesia de la corrupción que se ha ido incrustando sobre todo en la curia romana. Sus encíclicas Evangelii gaudium, Laudato si y la reciente Fratelli tutti son cartas proféticas. Llaman a la conversión, a la reforma de la Iglesia, siempre con la mirada puesta en Jesús y en el sufrimiento de los pobres. Y llama a toda la humanidad para cambiar de rumbo en orden a construir una nueva sociedad de hermanos y hermanas. En este sentido no es una exageración decir que Francisco es un gran profeta.
Francisco aparece como un pastor sencillo y austero que viene a limpiar la Iglesia de la corrupción que se ha ido incrustando sobre todo en la curia romana
Dice usted, en otro de sus libros 'El grito del silencio', que "los profetas surgen del silencio". ¿Por qué?
El silencio interior es fuente de espiritualidad. Es encuentro con el Misterio de Dios. Es ahí, en la soledad del alma, donde se fragua el profetismo. Los profetas no son personas que huyen del mundo sino que viven al ritmo de la historia. Y desde el silencio interpretan la voluntad de Dios. El silencio posibilita ver la realidad desde los ojos de Dios y desde el clamor de los pobres de la tierra. El silencio es como el fuego que quema, que incendia y enciende la pasión por el reinado de Dios en el mundo, visualizando las luces y sombras que hay en la realidad histórica. Es por eso que del silencio salen los místicos y los profetas. El profeta es un místico que encuentra y escucha a Dios que le dice ¿dónde está tu hermano? ¿qué haces por él? Entonces, el profeta encuentra a Dios en el rostro de los pobres y sale a su encuentro, solidarizándose con el abandonado, el indefenso, el inmigrantes, el refugiado, el marginado, el oprimido…En el silencio el profeta interioriza su fe y se hace carne en el compromiso de servicio y de lucha por construir una nueva sociedad, alternativa al sistema de muerte que el capitalismo ha impuesto. No teme denunciar al opresor, pero lo hace sin odio, sin revancha, porque lo hace por amor tanto al oprimido y denunciar al opresor. A uno lo libera de la opresión y al otro lo libera de su egoísmo y ambición. Y esto solo emana en la experiencia profunda de Dios.
¿Cómo ser hoy profeta y poeta social?
Como señalaba anteriormente, para ser profeta hay que interiorizar lo que vivimos. De esta manera contemplaremos lo que acontece en el mundo con los ojos de Dios. Esto nos ayudará a fortalecer la sensibilidad ante la situación de los hombres y mujeres que sufren a causa de la injusticia. Hoy en la Iglesia creo que sobran predicadores, sobran religiosos y faltan profetas, sean estos sacerdotes o laicos. Porque el profeta, con su palabra y testimonio de vida convence, arrastra y transforma. También en la sociedad civil sobran políticos y faltan profetas. Un político o líder social sin profetismo se burocratiza, pierde su razón de ser y en vez de construir, divide. El profeta es un poeta de la vida, un soñador, un tejedor de esperanza, cuya palabra cala en el corazón del pueblo.
¿La pandemia nos impulsará hacia una mayor capacidad profética o nos encerrará en el miedo y en el individualismo?
La pandemia del coronavirus está estremeciendo al mundo y generando incertidumbre, miedo, sufrimiento y muerte. Creo que después de la Segunda Guerra Mundial no ha habido una crisis como esta. Sin embargo, tras los horrores de aquella guerra, surgió la necesidad de elaborar la Declaración Universal de Derechos Humanos. Fue un logro de la humanidad.
Un político o líder social sin profetismo se burocratiza, pierde su razón de ser y en vez de construir, divide. El profeta es un poeta de la vida, un soñador, un tejedor de esperanza
Hoy, después de esta crisis vírica algunos siguen pensando en volver a lo de antes, a las falsas seguridades, mejorando lo que ya hacíamos, mejorando los sistemas y las reglas ya existentes, como señala el papa Francisco en la Fratelli tutti (nº 7), que es lo que llaman “la nueva normalidad”. Francisco señala que esta actitud niega la realidad.
Siguiendo el pensamiento profético de Francisco, creo que no podemos detenernos en ver la parte oscura del coronavirus. Hay que ver su parte luminosa. Es una oportunidad de desinfectarnos del virus del individualismo, de la codicia, de la soberbia, de la prepotencia que nos envuelve y de la indiferencia para aceptar que los humanos somos débiles y frágiles, que es necesario abrirnos a los demás, sobre todo a los más desfavorecidos, que el desarrollo más urgente no es el crecimiento macroeconómico sino el crecimiento humano, ético y espiritual, como es la solidaridad, la conciencia de que somos ciudadanos del mundo, que todos los hombres y mujeres, sin importar el color de la piel, nacionalidad o creo religioso, tenemos los mismos derechos y deberes, que todos somos hermanos. Para ello es preciso revolucionar la conciencia, tener pensamientos limpios, superar prejuicios, desterrar miedos y fomentar vibraciones de energía que trascienda toda clase de obstáculos. La pandemia nos ofrece la oportunidad de desarrollar el espíritu profético para impulsar un cambio profundo de rumbo, comenzando por un cambio de estilo de vida, superando toda clase de egoísmos personales y colectivos, discursos nacionalistas, racistas y xenófobos, para crear una nueva humanidad donde el poder y el capital estén al servicio de todos los seres humanos, sin discriminación. Esta es la esperanza que alentamos en el silencio del confinamiento. En definitiva, el Covid 19 es una oportunidad para cambiar a nivel personal y a nivel estructural. Es tiempo de reflexión y de silencio. Es tiempo de revolucionar la conciencia para generar una nueva visión de la vida y de la historia. Si asumimos este camino habrá esperanza.
La pandemia nos ofrece la oportunidad de desarrollar el espíritu profético para impulsar un cambio profundo de rumbo, comenzando por un cambio de estilo de vida
¿Es posible continuar hoy con la causa por la que los mártires de tu libro dieron la vida: la construcción de una nueva humanidad que responda al proyecto de Dios, alternativa al sistema neoliberal?
No solamente es posible sino necesario. Los mártires nos recuerdan que la misión de la Iglesia es humanizar este mundo para que sea signo de la presencia del reino de Dios. Los mártires se identificaron con la pasión que ardía en el corazón de Jesús: la realización del proyecto de Dios en el mundo al que llamó “reino de Dios”. El reino es la soberanía de Dios sobre todas las dimensiones de la realidad humana, personal, social, económica, política, ecológica, cultural y religiosa. Allí donde se vive el amor, allí donde se practica la misericordia, la compasión, la justicia, el perdón, la igualdad, la defensa de los derechos humanos y de la naturaleza…, allí está el reino de Dios. Es una nueva forma de vivir.
Meditando el Evangelio siento que el reino de Dios no se identifica con ninguna liberación humana, pero la implica. El Reino exige una sociedad nueva, alternativa al sistema capitalista neoliberal que es negación del reino de Dios. Exige una sociedad sin explotados ni explotadores, sin marginados ni excluidos, una sociedad que proteja el derecho a una vida digna de todos los hombres y mujeres si discriminación y cuidadora de la Tierra, nuestra casa común. Y como decía anteriormente, el reino de Dios está dentro y fuera de la Iglesia. El profeta y mártir San Óscar Romero decía: “Toda persona que lucha por la justicia, toda persona que busca reivindicaciones justas en un ambiente injusto está trabajando por el reino de Dios, y puede ser que no sea cristiano… La Iglesia valora y aprecia todo aquello que sintoniza con su lucha por implantar el reino de Dios” (Homilía 3.12.1978). En esta línea se situaron los mártires que menciono en este libro.