Miguel Ángel Diví Castellón, en Desclée Musicoterapia: la Iglesia, y la educación en la fe, precisan música
“Musicoterapia” . o abordaje en salud mental infanto- juvenil”, en Desclé
Al esquema de educación que se nos sigue ofreciendo, le hace falta música. Música de la buena, y en la rica y plural oferta de sus géneros e interpretaciones. Sin música no hay educación que se pueda catalogar como tal
“AMAE” es un término japonés, a punto ya de universalizarse, utilizado por uno de los mejores psicoanalistas orientales, que representa y entraña la idea de “sentir las necesidades y sentimientos de la otra persona: la empatía que se da por sentada y desde la cual se actúa, sin llamar la atención, sobre ella”.Término tan preciso, le confiere protección y razón de ser a una de las colecciones más interesantes de la la que es su directora Loretta Cornejo Parolini, de la editorial “Desclée De Brouwer”.
Su último texto lleva el título de “Musicoterapia” . o abordaje en salud mental infanto- juvenil”, con prólogo de Begoña Ibarrola y 188 páginas perfectamente legibles y pedagógicamente bien distribuidas, presentadas y descritas. El autor es Miguel Ángel Diví Castellón, “musicoterapeuta del Centro de Salud Mental Infanto-Juvenil, docente, investigador y miembro del Comité Científico de la Revista de Investigación en Musicoterapia del Consejo Asesor de Salud Mental del Gobierno de Aragón”.
“Propósito del libro es el de sumergir al lector en una reflexión sobre la eficacia y práctica de la musicoterapia en la infancia y adolescencia, con aportación de experiencias personales en las diferentes asociaciones, fundaciones y entidades públicas y privadas que trabajan a diario por la salud mental y que defienden y protegen la salud y el bienestar de nuestros menores”.
Con la prologuista del texto, hay que reconocer que “el libro es de imprescindible lectura para cualquier personan que quiera dedicarse a este trabajo, pero también le resultará muy interesante para otros profesionales de la salud y para el público en general, que descubrirá potencialidades insospechadas en la música un elemento tan presente en nuestra sociedad como el aire que nos rodea y que puede mejorar nuestro bienestar y salud…”
Y es que, lo hayamos descubierto o todavía no, al esquema de educación que se nos sigue ofreciendo, le hace falta música. Música de la buena, y en la rica y plural oferta de sus géneros e interpretaciones. Sin música no hay educación que se pueda catalogar como tal. Así lo apuntan términos y expresiones educadoras tales como “”nuestro ritmo de vida”, “me siento en armonía conmigo mismo, con los demás y con la naturaleza”, “la melodía de mi vida”, “estoy en sintonía”, si algo o alguien me enCANTA , “afinamos situaciones” o “resonancias”…
La Iglesia, y la educación en la fe, precisan música. En tiempos pasados –gregorianos- su música convirtió a muchos y los hizo monjes y santos. Y hasta catequistas. Pero la música de la que se dispone hoy en la Iglesia, sobre todo en esferas juveniles, adoctrina y salva a muy pocos. Apenas si es música, por lo que con frecuencia es obligado tener que acudir al “Cantemos al Amor de los Amores”, a alguna saeta y hasta al “Tantum ergo Sacramentum”. La música –la buena música- moderna, aún no entró en nuestros actos de piedad y de culto. En no pocos pueblos de “por esos mundos de Dios”, se nos quedó en “nanas” –canción de cuna- o en “el demonio a la oreja/ te está diciendo…”