La referencia decisiva para actuar es la persona.
La corrupción está alcanzando tal virulencia que las defensas sociales están bajo mínimos. Corrupción aquí significa deterioro objetivo y estructural envueltos en corrupción moral.
Nuestros esfuerzos han de orientarse principalmente a construir positividad, sin olvidarse de mitigar tragedias e intentar frenar la barbarie. Urge crear criterios humanos, honrados, evangélicos.
Nuestras mediaciones orientadas al cambio necesitan salir de la cosmovisión miope que las aprisiona. Instaladas en el “respeto a los derechos” y en cientifismo racionalista se pudren en utopías irreales.
Las estructuras “convencionales” ¿tienen actualmente capacidad para cambios cualitativos?
¿Generan antítesis alternativa o mantienen vivo al Sistema con espejismos solapados?
Es necesario que su raíz beba en los valores nucleares de la persona y que su dinamismo enfile hacia la plenitud.