El misterio del Mal
Este MAL, este Misterio de iniquidad (2 Ts. 2, 7) está activo. Su presencia nos obliga a encararnos con Dios y a encararnos con el Hombre:
1º ¿Cómo es posible que exista Dios, existiendo tanta abominación? ¿Qué tipo de Dios puede ser ése?
2º ¿Cómo es posible que, nadando en el bien gratificante, nos desviemos hacia mentiras tan vacías y dolorosas? ¿Qué tipo de Hombre somos?
Qué es el mal
El mal acontece solamente en el campo humano. Proviene de decisiones libres y desemboca en degradación. El hecho de existir la libertad limitada, acarrea el riego del mal.
Estar y hacer de modo disconforme con la “realidad Hombre”, eso es EL MAL. Degrada el presente y frustra el futuro.
El mal no es “una cosa mala”. No hay cosas constitutivamente malas. Hay realidades y actividades desviadas de su trayectoria por decisiones humanas.
Una catástrofe natural no es un “mal”, es un cambio armónico de su propio dinamismo. Cuando interfiere negativamente en la vida humana, su tratamiento corresponde a la ciencia, no a los juzgados. Y cuando no se la pueda integrar o dominar, lo sensato y lo “moral” es alejarse de su radio de acción.
Cosa distinta es la solidaridad con quienes sufrieron daños. Una persona que sufre, reclama ayuda de nosotros por el hecho mismo de ser personas.
La Humanidad padece cuatro tipos de mal:
* maleficio: daños a otros
* malicia: corrupción o perversión de la propia voluntad
* malignidad: seducción de otras voluntades
* maldad: erigir el poder del mal (Mysterium iniquitatis) en norma criterio para la Sociedad.
El maleficio, la malicia y la malignidad se instalan en personas individualizadas. La maldad se instala en la estructura social.
Por sí misma la sociedad no tiene honradez ni delito. Es un entramado o Sistema que condiciona a cuantos estén a su alcance.
La sociedad es dinámica por necesidad. Su dinamismo será positivo o perverso, según la orientación que le demos respecto a la plenitud de la persona cuyos constitutivos son amor y libertad.
La persona es el constitutivo decisivo de la sociedad. Sin embargo, el cambio individualizado de todas las personas, no generaría automáticamente cambio cualitativo de sociedad.
Una sociedad con estructuras corruptas no dejará de ser Mysterium iniquitatis, a menos que la acción común reoriente y recalifique la estructura social.
El MAL sólo es posible en un mundo instalado en la línea del BIEN. Es decir, el mal es inconsistente, necesita un soporte. El mal es un parásito en el árbol de la vida.
De su inconsistencia nace nuestra esperanza. Depende de la libertad humana. Siempre es posible el cambio.
El mundo, la sociedad (iniquidad incluida) es realidad positiva. Para el creyente es y sigue siendo, gloria de Dios, reflejo de su esplendor.
El mal siempre genera dolor. Este dolor se convierte en alarma, y genera crisis avisando sobre la degradación y daño que produce. La Humanidad va así superando desviaciones y aprendiendo a modelar el oficio propio de la libertad: dar aliento al AMOR.
Ese “ir superando” y ese “ir aprendiendo” se nos hace demasiado lento. El caminar de la Humanidad se cuenta por siglos o por épocas-edades. ¡Qué lento y costoso cambiar de mentalidad-cultura-modo de ser!
Aun así el mal no tiene futuro. La Cruz de Jesús es el campo y el momento en que el MAL, “el poder de las tinieblas” (Lc. 22,53) asestó toda la virulencia de su poder contra el hombre cabal, Jesucristo.
A la vez fue campo y momento en que con su fidelidad, Jesús rompió la dominancia del MAL sobre él y sobre la Humanidad.
Se situó y nos situó en el nivel definitivo de la Gracia. Estamos integrados en el poder de Dios. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?” ¡Ha resucitado! Lc. 24, 6)
El fenómeno resurrección no fue constatado por medidores científicos. No pudo serlo.
Su realidad se dejó sentir, ¡se deja sentir! con fuerza hacia plenitud personal y social. Es a la vez antropológica y trascendente, radicalmente humana.
El Mysterium iniquitatis mantendrá la confrontación con el Mysterium Gratiae hasta que la libertad, fuente provisional de la iniquidad, se ponga en su sitio por decisión propia ¡libremente!