Adviento... Velar y orar
Comenzamos un año más el adviento, un año más el camino en el cual hemos de prepararnos para la llegada del Dios amor; pero un año más el cual hemos de mirar como una oportunidad más que tenemos para dar sentido a nuestra vida.
| Gemma Morató / Hna. Conchi García
Comenzamos un año más el adviento, un año más el camino en el cual hemos de prepararnos para la llegada del Dios amor; pero un año más el cual hemos de mirar como una oportunidad más que tenemos para dar sentido a nuestra vida.
La liturgia de este inicio de adviento nos marca un itinerario y nos deja claro que Dios nos acompaña siempre, que es Padre y que nosotros somos hijos, por ello, Dios nos enseña, nos muestra el deseo de su corazón modelando nuestra vida y haciéndola mejor. La imagen que usa es el barro en manos de alfarero, siempre y cuando ese barro, que somos nosotros, esté abierto a querer cambiar, mejorar y hacer felices a los otros.
Por otra parte, en el evangelio nos da un toque a la responsabilidad de nuestra vida, a velar, a estar atentos, a no flojear delante de las adversidades, a tener los ojos abiertos a las realidades de la vida… porque no somos seres abandonados en un mundo oscuro, sino que Dios se hace presente en nuestras vidas en cualquier momento y no es momento de despistarnos, hemos de estar para abrir; por eso no dejemos que la pereza y la dejadez… inunden nuestros pensamientos porque, si nos dormimos, no podremos escuchar llegar a Dios; si salimos huyendo o simplemente estamos ocupados no nos encontrará. Es decir, aquella persona que permanece en vela es la única que podrá escuchar, abrir y descubrir.
Y por supuesto, quien se queda dormido también se olvida de orar, esa oración que es la que nos enseña a buscar la voluntad de Dios, la que muestra cuál es el camino más verdadero, el que lleva a la felicidad de uno y de otras muchas otras personas. La oración hace que nuestra vida sea fecunda y que nuestro corazón se engrandezca y experimente la ternura, la alegría, la esperanza, la justicia y la misericordia de Dios.
Por tanto, velemos, estemos atentos al Dios que está por venir, y por supuesto, velemos desde la oración, desde aquello que nos hace grandes. Abrid los ojos del corazón y aprendamos a esperar.