a proposito de la medalla de honor ¿Castigar a Montserrat?
Tres maneras de comportarse Jesús ante los pecadores, y tres preguntas de si nosotros nos comportamos así
| José Ignacio González Faus
Temo que estas líneas puedan molestar e irritar a algunos. Por eso quisiera presentarlas solo en forma de preguntas para que pensemos los cristianos; no en forma de afirmaciones definitivas.
He visto algunas críticas airadas al hecho de que el gobierno de Cataluña conceda la medalla de honor al monasterio de Montserrat con motivo de sus mil años de existencia. No soy catalán ni montserratino; he dicho otras veces que los patriotismos me parecen hoy una forma de idolatría y, por eso, creo poder afirmar que mi incomodidad ante esas críticas no está causada por ningún nacionalismo inconsciente.
Vamos pues a ver el estado de la cuestión, del que brotan mis preguntas.
a.- Bueno sería sin duda que Montserrat y todas las instituciones de las que algún miembro cometió la pederastia, reconozcan públicamente ese pecado. Condenable será siempre la no acogida fraterna e incondicional a las víctimas. Creo también que lo que más reconstruye a la víctima es el arrepentimiento y el dolor sincero de su abusador: mucho más que el dinero que puede compensar pero no reconstruir.
La pregunta que queda es si eso ha der ser condición necesaria para la concesión de la medalla del milenario por parte de una institución como La Generalitat, que no es una institución religiosa o eclesiástica sino política y laica. Montserrat tendrá a lo largo de su milenario, alguna otra historia lamentable: estoy casi seguro de eso aunque no la conozca; porque esa es nuestra pasta humana, y la Iglesia fue llamada desde sus comienzos “casta prostituta”. Pero aun así ¿no tiene Montserrat un significado importante en Cataluña a lo largo de historia? Y ¿no puede ser eso motivo para una distinción al celebrar su milenario?
b.- Somos los cristianos lo que estamos llamados a actuar nosotros como Jesús, en lugar de exigir que actúen así los demás. Y, como he dicho otras veces, esto supone de entrada una desventaja (“escándalo para unos y estupidez para los otros”, diría Pablo).
Esa desventaja se pone de relieve ya en los evangelios cuando, caminando de Galilea a Judea, el grupo de Jesús y los suyos se ve rechazado por los samaritanos. La reacción espontánea y elemental de los discípulos fue pedir al Señor “que baje fuego del cielo y los consuma”. Y la respuesta de Jesús puede resultarnos bien incómoda: “no sabéis de qué espíritu sois: porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a las personas sino a salvarlas” (Lc 9, 55)[1] ¿No era eso como para tildar a Jesús de cómplice de los samaritanos? Y tachar a un judío de pro-samaritano en aquella Palestina del s. I era como tildar hoy a alguien de facha o de antisemita…
c.- Para acabarlo de arreglar cuenta Mateo que pasando Jesús vio a un publicano y le dijo: “sígueme”. La palabra publicano no nos dice hoy nada, pero era otro de los mayores insultos de la época. Y Jesús fue tildado de “amigo de publicanos y pecadores”…
Nosotros hoy solo sabemos que Jesús llamó a un publicano; pero no hemos visto a ese individuo extorsionando y maltratando a mil gentes (la serie esa de “The chosen” imagina a algunas de esas víctimas: entre ellas el propio Pedro). Imaginemos entonces cómo podría sonar si Mateo escribiese hoy y dijera: “pasando Jesús vio a un pederasta y le dijo: sígueme”. Y ante el escándalo mayúsculo de todos nosotros, se limitara a decirnos: “a ver si aprendéis lo que significa: ‘quiero misericordia y no culto’; porque no he venido a llamar justos, sino pecadores” (Mt 9, 9-11). Lucas (5,32) aclara: llamarlos “a penitencia”, para que no nos escandalicemos.
Y las preguntas que quedan tras ese estado de la cuestión son estas:
La hostilidad y rechazo que nos produce esa transposición ¿no son la misma hostilidad y rechazo que provocaba Jesús entre los buenos de su época?
En el caso concreto y canallesco de los abusos ¿estamos comportándonos como se comportaría Jesús?; ¿o solo según esa reacción espontánea ante todo maltrato inmoral que nos afecta?
Y más aún: con esto que acabo de decir, ¿no tengo el peligro de olvidar las otras palabras de Jesús: “¡ay de aquel por quien venga el escándalo!? Porque “al que escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría que lo echaran al fondo del mar con una piedra en el cuello”. Es además curioso que quien ha conservado más completas esas palabras sea el mismo publicano llamado por Jesús (cf. Mt 18, 6).
Cómo responder a esas preguntas y conjuntar todas estas formas jesuánicas de proceder, no es cosa para que la discutamos ahora, cada cual desde sus sentimientos. Es cosa para que la oremos larga y humildemente: porque solo su Espíritu, y no nuestro espíritu, nos la puede responder.
[1] Otros códices dicen simplemente que Jesús “les riñó por eso".