"El que la Iglesia sea de veras 'iglesia de los pobres' y la unión de todas las iglesias son tareas más importantes" ¿Cisma en la Iglesia?: Carta a algunos católicos alemanes
Qué consecuencias se seguirían de una ruptura en el futuro y en el presente
¿Justifica la sinodalidad una ruptura?
Los dos temas más debatidos: celibato presbiteral y ministerio de la mujer
La sinodalidad o es universal o no es sinodalidad
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La sinodalidad o es universal o no es sinodalidad
| José I. González Faus teólogo
Quisiera que esta carta sea fruto sobre todo de la admiración y la gratitud: casi todo lo que sé de teología lo debo a los alemanes. Y me gustaría evocar al comienzo de estas líneas a dos maestros como J. B. Metz (cuyo programa: Más allá de la religión burguesa aún está por cumplir), y al genial Karl Rahner, cuyo Cambio estructural en la Iglesia, me tocó prologar hace poco en una nueva traducción hispana. O al bueno y paciente Pater Lakner, director de mi tesis doctoral en Innsbruck.
El motivo de esta carta son rumores constantes que llegan hasta aquí, sobre la posible separación de Roma de un grupo de católicos alemanes. Parece que el papa ha logrado convencer a los obispos, con los que se verá dentro de poco. Pero eso no significa que todo el laicado vaya a aceptar esa obediencia. El problema temo que sigue en pie.
Posibles resultados
Antes de analizar los temas concretos de ese hipotético cisma, creo que vale la pena preguntarse qué sucederá si todos o algunos de vosotros rompéis con la Iglesia y os separáis. Yo le veo a eso dos consecuencias:
- a) En el futuro habrá otro grupo minoritario como los veterocatólicos que se separaron de la Iglesia en el s. XIX, cuando el tema de la infalibilidad. Tenían buena parte de razón en sus demandas (Ignaz von Döllinger era mucho mejor teólogo que la mayoría de los infalibilistas). Pero hoy han quedado como una especie de secta aislada. Y la declaración de la infalibilidad en el concilio Vaticano I resultó ser mucho menos peligrosa de lo que parecía que iba a ser cuando oíamos hablar a Pío IX. Creo que el Káiser alemán atinó bastante en su profecía de lo que iba a ser aquella definición conciliar: un arma demasiado fuerte para ser usada con frecuencia. Y la carta explicatoria de los obispos alemanes de entonces (alabada por Pío IX) contribuyó mucho a poner las cosas en su sitio.
Uno no puede menos de preguntarse cuando conoce esa historia: ¿valía realmente la pena separarse para eso?
- b) En el presente, y sin querer, habréis dado un inesperado apoyo a todos los cardenales y demás eclesiásticos enemigos de la línea del papa Francisco y que le acusan de estar creando un cisma en la Iglesia. En efecto, ese cisma habría llegado, aunque no por el lado temido. Y uno se pregunta otra vez si para esos frutos valía la pena una ruptura, y si esa ruptura es algo conforme con la voluntad de Dios.
En cualquier caso, dar esa alegría a los Burkes, Viganós, Müller, Sahras, Roucos y demás familia, es algo a lo que yo no me apuntaría de ningún modo.
El principio invocado
Si las cosas son así, eso nos obliga a examinar un poco más no los temas materiales de disensión, sino las razones formales que suelen aducirse para la separación. Eso nos lleva a la cuestión de la sinodalidad.
Muchos en la Iglesia católica estamos de acuerdo en que la sinodalidad parece ser el camino que Dios nos marca. Pero los humanos tenemos siempre la tentación de confundir la salida de Egipto con la presencia de la tierra prometida. Y la Biblia es clara cuando avisa de que la liberación de Egipto a lo que conduce es a un desierto y un camino largo por él. Como comenté otra vez: si al salir de Egipto, Moisés y los judíos más sabios y más conscientes hubiesen echado a caminar a su paso, dejando atrás la totalidad del pueblo, habrían llegado a Canaán mucho antes de 40 años, pero nos habríamos quedado sin el pueblo de Dios.
La partícula “syn” de la sinodalidad indica una totalidad y un acuerdo global, no de un grupo superior o una élite quizás con mejor formación y más sabiduría, pero desconectados de la totalidad de la Iglesia. La sinodalidad exige mucha paciencia y mucho sacrificio, por hermosa y atractiva que sea (o quizás precisamente por ser tan hermosa). Y puede suceder muchas veces que precisamente el Moisés que llevó a todo el pueblo hasta esa tierra nueva sea uno de los que se queden sin verla o sin entrar en ella.
Una de las experiencias mejores que he tenido en los últimos tiempos ha sido poder escuchar a dos mujeres que participaron activamente en el pasado sínodo. Ninguna de ellas ha cambiado sus posturas iniciales; pero ambas reconocen que el haber escuchado voces de toda la Iglesia universal y de iglesias muy lejanas, y muy distintas de nuestro catolicismo occidental, las ha ayudado mucho a enriquecer, completar, matizar y relativizar sus propias posturas a las que, repito, de ningún modo han renunciado.
Los temas en discusión
Hechas estas observaciones formales, quizá es el momento de analizar los que parecen ser contenidos materiales de este conflicto.
- El primer motivo parece ser la cuestión del celibato opcional para el ministerio presbiteral. De entrada soy partidario de ese celibato opcional, pero no por razones de “derecho individual” (al que uno puede renunciar libremente), sino porque el derecho de los fieles a la celebración de la eucaristía pasa por delante del que pueda tener la institución eclesial para imponer determinadas condiciones al acceso al presbiterado.
Si estoy bien informado, en Alemania se creyó que la causa de esa atrocidad de la pederastia y los abusos sexuales del clero era la imposición del celibato. De ahí la insistencia casi ciega en este punto. Pero ese argumento cayó al suelo cuando hace poco se hizo público que, en las iglesias protestantes, se ha producido esa misma catástrofe a pesar de la supresión del celibato. El pasado día 2 de febrero tuve por la red una conversación con una pastora alemana, no casada y muy amiga, y me comentó la decepción que había supuesto para las iglesias protestantes ese descubrimiento: “nosotras creíamos que teníamos ya resuelto ese problema con la supresión del celibato obligatorio y ahora vemos que no”. Esto nos fuerza a buscar la causa del problema en otro lugar y creo que nos invita también a examinar un poco más la visión actual de la sexualidad.
Espontáneamente todos tendemos a creer que nuestra visión de cualquier realidad (en este caso la sexualidad) responde a lo que ella es en sí. No caemos en la cuenta de que nuestra visión de la sexualidad puede estar muy condicionada por factores culturales con los que inconscientemente nos identificamos, olvidando que nuestros modos de mirar están muy marcados por una relación previa de nosotros con mundo que nos envuelve: lo que Hartmut Rosa (a quien luego citaré) califica como una “resonancia”. Un viejo cantar castellano decía que “las cosas son del color del cristal con que se mira”; pero nosotros lo citábamos creyendo que ese cristal es algo que cada cual puede ponerse o quitarse a voluntad. No hubiéramos aceptado si se nos dijera que podemos llevar puesto un cristal previo e inconsciente, fruto de la cultura y de la visión del mundo que hemos mamado desde pequeños.
Desde aquí, creo que existe hoy una visión (casi mejor diría una sensación o una experiencia resignada) de la sexualidad como algo que es a la vez universal y banal, pero irresistible: una especie de pansexualismo barato. Leamos unos párrafos del que me parece gran sociólogo alemán H. Rosa (al que acabo de citar):
“El sexo puede ser un acto más o menos mecánico, como un tipo de trabajo meramente artesanal… que ‘no significa nada’ para las personas que participan en él. La relación sexual puede ir entonces de la mano de una ausencia total de resonancia psíquica [aquí pone ejemplos de la industria pornográfica y de la prostitución]. Lo decisivo es que esa forma de relación sexual no tiene ninguna influencia en las dimensiones (psíquicas) restantes de la relación con el mundo… (Por eso) es posible vivir la sexualidad sin resonancia y deserotizar o cosificar [el traductor castellano escribe “reificar”] las restantes esferas vitales o relaciones con el mundo… Ese es precisamente el estado de una sociedad capitalista represiva-liberalizada, que se encuentra constreñida por el principio de intercambio y rendimiento”[1].
Un acto mecánico, sin resonancia psíquica y que no cambia nuestras relaciones con el mundo. Quizás habría que añadir que esa es una visión muy masculina, pero sin olvidar que lo masculino condiciona todavía muchas visiones oficiales de las cosas. El autor subraya más adelante el enorme influjo que tiene, en esta situación de pansexualismo barato, la gran extensión y consumo de pornografía por la red, la cual afecta incluso a aquellos que la consumen menos o creen no consumirla. Y parece ser, según me explican, que en esa pornografía barata hay muchas más felaciones que coitos. Lo cual viene a confirmar la cita anterior de H. Rosa.
Pues bien: cuando este pansexualismo barato se tropieza con la enorme fuerza del instinto sexual, caemos en una especie de obsesión a la que ya otra vez apliqué el aviso de Buda: “no se puede saciar la sed bebiendo agua salada”.
No pretendo con esto resolver nada sino solo sugerir que, antes de dictaminar tan facilonamente que el celibato era la causa de fenómenos horribles como la pederastia, deberíamos examinar la concepción de la sexualidad que aplicamos en ese juicio. Y recordar lo que también he comentado en otros lugares: la visión de la sexualidad que trasluce la Biblia es exactamente lo contrario de ese pansexualismo barato tan nuestro: no hay ninguna universalización, pero al mismo tiempo hay una intensidad y una calidad llamativas: el Cantar de los cantares ocupa muy poco espacio en la totalidad de la Biblia pero, a la vez, es uno de los textos de erotismo más intenso y más serio de toda la literatura universal. Y bien: esta otra visión había condicionado hasta hace poco nuestra manera de abrirnos (y por tanto de mirar) a la sexualidad. Eso ha cambiado rápidamente en los últimos decenios sin que nos hayamos dado cuenta de ello.
No hay tiempo para analizarlo pero al menos sí para sugerir que un factor decisivo en ese cambio de mirada han sido en buena parte los llamados medios de comunicación social (MCS a los que suelo calificar como medios de manipulación) del capitalismo. Dejando ese análisis, quisiera evocar al menos que muchos de esos MCS son hoy una especie de “iglesia laica” similar a lo más rancio de aquella iglesia católica del siglo XIX: nunca se equivocan, tienen una especie de infalibilidad constitutiva y por eso también el derecho a “excomulgar” a cuantos disienten de ellos, a quienes critican, como “faltos de amor a la iglesia” (que en este caso no se llamará iglesia sino “democracia”. Inconscientes de lo poco demócratas que son nuestras democracias occidentales). Y nosotros tendemos a creer en esa especie de iglesia laica con el mismo fervor con que creían en la Iglesia muchos católicos fundamentalistas del s. XIX. Pero todo esto hay que dejarlo por el momento.
2- La segunda de vuestras demandas es el acceso de la mujer al ministerio eclesial (no al “sacerdocio” como suele decirse, contradiciendo todo el lenguaje del Nuevo Testamento). Por supuesto esa reclamación no es exclusivamente alemana sino de casi toda la iglesia universal. Yo mismo publiqué una especie de carta a Francisco, favorable a esa demanda. Y el día en que os escribo esto, leo que un grupo de mujeres de Barcelona se concentra, creo que delante de la catedral, para exigir el ministerio eclesial. Pero me ha dolido leer que ese colectivo reclama literalmente “dejar de ser espectadoras y ser protagonistas”, cuando todo el esfuerzo actual sobre el ministerio eclesial se centra en que deje de ser protagonista (que bastantes desastres ha traído eso) para pasar a ser servicio.
Temo que estas buenas hermanas hagan así más daño que provecho a la causa que reclaman: porque no se trata de añadir un clericalismo femenino al nefasto clericalismo masculino. Entre ser espectadores y protagonistas hay una alternativa en la que reside la verdad: ser servidores. Y mujeres servidoras, (o espacios de servicio) hay muchas en la Iglesia de hoy, que trabajan admirablemente y anónimamente.
Siempre que reivindicamos algo en la Iglesia debemos examinarnos sobre si lo hacemos por el bien de la Iglesia o como justificación propia: porque esto segundo puede empañar la causa que decimos defender. Y esto vale para los dos temas examinados aquí. Quien quiera protagonismo que se vista con alba y una estola como aquella buena señora que se paseó así por la plaza de san Pedro…
Por otro lado, esas concentraciones vienen haciéndose contra Francisco en los momentos en que él mismo está reclamando desmasculinizar a la Iglesia. Pero, por lo visto, ese grupo no se fía del papa en este punto, y creen que será mejor si lo reclaman ellas en forma de protesta. Mi única pregunta es si no sería mejor sustituir la protesta por la pedagogía. Y quisiera confirmarla con la referencia a un artículo muy bueno que apareció hace poco en una revista española, y que comienza así:
“La UNESCO, en la sesión del 11 de noviembre del año 2021, acordó homenajear durante los años 2022 y 2023 a 60 personas e instituciones de todo el mundo, por su excelente contribución en los campos de la paz, la educación, la ciencia, las ciencias sociales y la comunicación. Entre esas 60 se encuentra… Teresa de Lisieux, nacida hace 150 años” y muerta a los 24[2].
La UNESCO no es una entidad confesional y ese homenaje no se le da a Teresa por ninguna contribución a la teología o la espiritualidad, sino a realidades tan humanas como la paz y la comunicación. Las razones del homenaje se van viendo a lo largo del artículo. Lo que ahora quisiera destacar es que ese es el único “protagonismo” que cabe en una vida auténticamente cristiana. O incluso que Teresa de Lisieux llega hasta ahí después de que sus escritos fueran corregidos muchas veces por sus hermanas que los encontraban poco piadosos… Dios nos vuelva “protagonistas” de esa manera.
Mi balance
Los dos temas comentados, siendo claramente importantes, no son ni los únicos ni los más primarios ni los más urgentes del actual momento eclesial: son más bien los que nos imponen los medios de comunicación social porque no les afectan a ellos. Pero el que la Iglesia sea de veras “iglesia de los pobres” y la unión de todas las iglesias son tareas más importantes y más decisivas como voluntad de Dios. Por desgracia, hemos oído ya varias disidencias de las iglesias ortodoxas respecto de Francisco, por ejemplo sobre la bendición a parejas homosexuales[3]. Por todo lo cual, y a pesar de que pueda haber descontentos sobre el celibato ministerial y el acceso de la mujer al ministerio, creo que esos descontentos nunca pueden ser un motivo de ruptura. Eso es lo que he querido comunicar en esta carta.
La sinodalidad, o es universal o no es sinodalidad. Lo cual nos obligará a todos a no estar nunca contentos del todo: porque eso es imposible en una comunidad de miles de millones (¡a veces ni siquiera lo es en una comunidad de pareja!). De ningún modo he pretendido criticar a todos los alemanes sino solo a algunos: pues sé muy bien cómo trabajan cristianos alemanes (católicos o protestantes) en lugares del tercer mundo como El Salvador.
En fin, hermanos míos: Dios nos ayude a ser verdaderamente iglesia pues nuestra fe es intrínsecamente comunitaria y universal. De ningún modo sectaria. Y, aunque es cierto que la verdad es muchas veces minoritaria, cuando esas minorías tienen paciencia, acaban siendo levadura o semilla. Aunque ellos a lo mejor no puedan llegar a verlo.
Un abrazo lo más católico posible.
____________
[1] Resonancia. Una sociología de nuestra relación con el mundo; pp.107-8 y 110-111 de la edición castellana.
[2] Artículo de Sebastián García Trujillo en el número 296 (último trimestre del 2023) de la revista Iglesia Viva. Recomiendo su lectura completa.
[3] Sobre este tema espero que algún día aparezca en una revista española un artículo titulado: ¿Bendiciones malditas?
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