artículo largo- De: Iglesia Viva /abril-junio 2024 LAS MORADAS TERESIANAS: Una guía no solo personal sino pastoral
Este comentario-resumen ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y pueda ayudar a otros acompañantes y acompañados.
| José Ignacio González Faus
Las Moradas: un libro muy famoso pero poco leído. En parte porque no tiene la frescura y la amenidad de la Vida. Aunque se ha alabado mucho l estilo de Teresa, creo que en este libro concreto no vale esa alabanza: no tiene ese decir encantador, dicharachero y serio o ingenuo y sabio a la vez, de La Vida, sino que a veces da sensación de esfuerzo, casi como de dolores de parto.
Se nota que es un libro escrito, por así decir, “a ratos perdidos”: a veces con interrupciones de meses y sin volver a leer lo ya redactado: pues se movía entre problemas de salud o trabajo y la orden que le habían dado de escribir. Y dada la temática y las acusaciones que ya le habían hecho, si había que cuidar el lenguaje era más para evitar problemas con la inquisición que para aspirar a un premio literario. En mi modesta opinión, hubiera necesitado una segunda redacción, evitando repeticiones y minucias, corrigiendo faltas de ortografía y dándole más agilidad.
En cualquier caso, lo anterior no quiere ser un veredicto técnico sino una impresión de lectura. Por otro lado, los idiomas suelen tener su evolución imprevisible y hoy a nosotros eso de las moradas nos suena más a “pasarlas moradas” que a las diversas estancias de un palacio. Y lo de castillo nos suena a algún edificio, de valor arqueológico pero, por lo general, vacío.
Sin embargo, allá donde la madre Teresa mete baza, conviene abrir los oídos porque seguro que encontramos algo importante. Este comentario-resumen que va a seguir, ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y ojalá pudiera ayudar a otros acompañantes y acompañados.
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I.- DESCRIPCIÓN DE LAS MORADAS
Introducción.- Algunas claves de lectura.
Nuestro interior es como un espléndido palacio real (“castillo”) con diversas estancias o suites (“moradas”) que van acercándose cada vez más a la asombrosa e increíble habitación regia donde podemos decir que está el mismo Dios. Pero, en coherencia con esa verdad de que todo está en Dios y también Dios está en todo, Teresa usa las moradas en doble sentido: aluden a ese cielo o entorno sublime que nos envuelve y donde está Dios; pero también a “la morada interior adonde está Dios en nuestra alma”.
También puede dar la sensación de que Teresa habla de cada morada como si fueran etapas definitivas que se van sucediendo y se superan; pero pueden darse también como experiencias breves o estados de conciencia a los que te asomas sin llegar a quedarte definitivamente en cada uno, dado que los hombres nunca estamos hechos del todo. Vamos a intentar acercarnos a ellas.
1ª.- La primera de esas habitaciones es el autoconocimiento. Que es uno de los primeros frutos de la entrada en la oración. Teresa habla también de “entrar dentro de sí”: darse cuenta de que esta estancia está “llena de sabandijas y suciedades”. Y que todo eso negativo que hay en nosotros nos impide percibir “la hermosura y dignidad de nuestras almas”: “imagen y semejanza de Dios”.
2ª.- La segunda morada es, a partir de lo anterior, un cierto afianzamiento en la plegaria que, en el fondo, es también una iniciación a la confianza. Lo cual tiene una dimensión de dificultad y lucha, y otra dimensión de devoción que va generando paz.
Teresa no habla de nuestros “métodos de oración” sino que la primera pretensión de quien comienza oración ha de ser “determinarse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conforme con la de Dios”. Ahí está el principio y el final de todo.
3ª.- La tercera morada es como la anterior pero ya con toda la habitación limpia. Lo cual genera los primeros consuelos.Esas experiencias positivas sirven para que luego “saquéis de las sequedades humildad y no inquietud”: que, aunque Dios no dé regalos, da “paz y conformidad”.
Todo lo cual lleva a la decisión de no juzgar a los demás que no gozan de esos consuelos, y a la necesidad de un director: porque el alma puede quedarse encallada aquí sin seguir adelante.
4ª.- La cuarta suite, que podemos llamar “recogimiento”y“humildad”, es la más complicada porque ahora la búsqueda de Dios es “en lo interior”. Plenamente limpia, nuestra habitación interior abunda en consuelos que la embellecen. Aquí distingue Teresa unos “contentos” más naturales que pueden ser fruto de la reflexión o el esfuerzo humanos, y otros “gustos” que da Dios directamente (y que me recuerdan la expresión ignaciana de “consolación sin causa”).
Pero con los dones positivos aumentan los peligros negativos, como que los consuelos queden “envueltos con nuestras pasiones humanas”. Y la experiencia de la riqueza del recogimiento puede sugerir una tentación sutil de presunción o de superioridad, mucho más seria que la vanidad usual[1]. Por eso escribe aquí Teresa que “de soberbia y vanagloria nos libre Dios”: que por la humildad “se deja vencer el Señor”.
También sucede a veces que, de todo eso, “participa el cuerpo”: hoy podríamos hablar de somatizaciones. Y es importante notar que ahí es donde sitúa Teresa esos signos exteriores de sollozos, arrobamientos o éxtasis que nosotros tendemos a valorar más positivamente. La superación de ese peligro es lo que Teresa llama recogimiento, y que distingue del “abobamiento”, el cual suele ser fruto de un exceso de penitencia corporal, que se supera comiendo y durmiendo lo necesario. Porque “no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho”. Por eso el verdadero recogimiento tampoco es encerrarse en sí mismo.
5ª.- Superada la crisis de la cuarta, la quinta morada podría describirse con una sola palabra: unión. Con ella crecen los “deleites” y las “fuerzas del alma” (no las del cuerpo). El alma ama más que entiende; pero de lo que no puede dudar es de que “estuvo en Dios y Dios en ella”.
Pero esa unión tiene dos rasgos muy característicos. En primer lugar es una unión solo incipiente: comparable al noviazgo (“desposorios”, dice la santa). Ello implica una preparación ya más inmediata, que Teresa compara con el proceso del gusano de seda: de algo “feo y que muere” aparece la maravilla de una seda que se convierte en mariposa. Pero es típico de esa mariposa el desasosiego y el movimiento constante, que Teresa explica así: primero porque no sabe bien a dónde ir (ya no se trata “de gustos espirituales ni de contentos de la tierra”) y además, porque ahora percibe el alma cuánto duele a Dios lo mal que el mundo le trata.
Además, y paradójicamente, esa unión lleva al amor al prójimo: de modo que “si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada perder esa devoción”. Sin ese amor resulta claro que no se ha llegado a la unión: porque “obras quiere el Señor”, y porque solo el Señor “os da con perfección ese amor al prójimo”. Queda entonces claro que la espiritualidad “no está en gustos espirituales ni en contentos de la tierra”.
6ª.- La sexta es larguísima y complicadísima. Podemos definirla como como la llamada del Esposo que está ya en la habitación siguiente; y la respuesta será “no querer sino lo que Dios quiere”. Está referida totalmente a la oración: busca el alma “más lugar para estar sola”. Serán solo momentos (“querría el alma siempre estar allí y no puede ser”), pero que condicionan toda la vida.
Tiene además un carácter dialéctico: por un lado el Esposo se muestra como gran rey, estremecedor, sobrecogedor; por otro lado el alma no se siente asustada por eso sino plenamente acogida: “como si el sol” se acercase y en lugar de quemarnos, nos identificara con él.
Esas experiencias momentáneas suscitan muchas dudas sobre su verdad pero, cuando Dios quiere darlas del todo, el alma no puede dudar. Será quizás tachada de loca o hipócrita, tal vez incluso “los que tenía por suyos se apartan de ella”, pero recibirá todo eso con una fortaleza que no es suya.
Esa llamada del Esposo engendra un dolor, pero un “dolor sabroso” y una “herida sabrosa” a los que no se quiere renunciar, o también una experiencia como de noche en el camino. Cabría pensar, aunque no lo diga así Teresa, en todos los dolores y esfuerzos que implica el iniciarse en un deporte. Y puede tener sus somatizaciones (de éxtasis etc.) pero que no tienen nada que ver con los arrobamientos de temperamentos frágiles.
Si el sujeto “se tiene por mejor” es señal de que esta experiencia no viene de Dios. Si aborrece más sus pecados, puede serlo. Y las pequeñas faltas que quedan pueden servir para conocer mejor nuestro corazón. Teresa las compara con las espinas de la zarza en que Dios se dio a conocer a Moisés.
En cambio desaparecen los miedos, incluso aparecen unas ganas de morirse y ver a Dios a las que Teresa responde: “no está en llorar mucho sino en obrar mucho”. Tampoco hay que huir de cosas corpóreas como si eso fuera más espiritual; y ello implica no abandonar nunca la humanidad de Jesús como si eso supusiera más perfección. Implica también una lucidez sobre “la barahúnda de cosas” en torno a las cuales se mueven los ricos (con alusión expresa a la duquesa de Alba).
7ª.- La séptima es más breve pero decisiva: es “el centro de nuestra alma” y “cosa difícil de decir”. Estamos en el paso del desposorio al matrimonio espiritual; en el palacio real hay una estancia donde solo tiene acceso el rey: así el alma tiene “una parte” donde solo mora Dios y no llegan las sacudidas de las moradas anteriores. Es el fundamento de la paz (la cual es algo muy distinto de la ausencia de sufrimientos): porque “lo esencial del alma jamás se movía de aquel aposento”.
Otra vez se trata de pequeños momentos que son como anticipo del cielo y donde el Señor quiere “mostrar el amor que nos tiene”. Y en esta unión ya no cabe la separación: es como el agua de la lluvia que cae desde el cielo en un río, “donde queda hecho todo agua”. También creo que es aquí la primera vez que aparece la Trinidad en toda la obra, pero no por eso se abandona la humanidad de Jesús.
Finalmente, de esta morada pueden surgir unos “rayos” que llegan y animan a todas las demás. Y si el alma siente “pena y confusión” es “de ver lo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada”. La mariposa del gusano de seda muere ahora y esto produce: pleno olvido de sí; deseo de que se cumpla la voluntad de Dios (aunque esto signifique algún padecimiento para ella); un gran gozo interior en la persecución; ningún temor de la muerte (aunque ahora el alma ya no desea morirse pronto como antes, sino poder trabajar más por el Esposo); más una transformación de los deseos y una “memoria y ternura con nuestro Señor”.
Todo esto pasa “con tanta quietud y tan sin ruido” que desaparecen incluso los arrobamientos y otras somatizaciones antes aludidas. Y todo esto no significa “que no les falta cruz, sino que no las inquieta ni hace perder la paz”.
Pero lo dicho no supone que todo eso pasa siempre: a veces las deja el Señor, aparecen las desolaciones y vuelven las fragilidades y “todas las cosas ponzoñosas del arrabal de ese castillo”. Solo que duran menos.
Y cerramos todo este itinerario con dos conclusiones:
1) En esta séptima morada siembra Teresa dos principios que pueden resumir perfectamente una auténtica vida espiritual:
A.- “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios a quien Él los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue”.
B.- “Marta y María han de andar siempre juntas para tener al Señor consigo y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer…”. Y “si María había escogido la mejor parte es porque antes ya había hecho de Marta regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarle con sus cabellos”.
Esta genialidad, dicha por una contemplativa y por una mujer que escribe con faltas de ortografía y con un lenguaje descuidado, debería darnos vergüenza cuando más de 500 años después, todavía no la hemos asimilado, y hemos utilizado muchas veces la supuesta superioridad de la contemplación como una excusa para ser servidos en vez de servir.
2) Conviene además llamar la atención sobre tres puntos quizás inesperados: es precisamente conforme se va avanzando en la vida espiritual, o en la cercanía a Dios, cuando aparecen la necesidad del amor al prójimo; más la presencia de dolores que somos capaces de soportar, y la necesidad de actividad (moradas 4, 5 y 6). Con el detalle de que la última morada es la más compleja y la más indecible.
- APLICACIONES PASTORALES
Ya la primera vez que leí Las Moradas pensé en la posibilidad de hacer una aplicación desde la mística a la pastoral, precisamente para cumplir aquello que decía Teresa en su vida: “de devociones a bobas nos libre Dios” (13,16), y que a veces puede ser más culpa del acompañante que del acompañado. Va pues aquí como mera sugerencia,
Dos observaciones previas.
En primer lugar creo que hoy es muy discutible la imagen matrimonial. Pertenece a un lenguaje de la época y a una concepción del matrimonio como meta para la mujer (todavía no hace mucho cantaba una zarzuela aquello de “soltera no hay reposo; el día que nos casemos se acaba mi desazón”). Pero hoy parece demasiadas veces que la meta es el divorcio y que es en él donde se acaba la desazón…
Además, cuando en una sociedad laica como la nuestra el matrimonio ha dejado de ser sacramento (signo eficaz del inmenso amor de Dios a su Iglesia), pierde también mucha fuerza simbólica. Tanto que creo mejor prescindir de esa imagen en mi exposición y hablar más de un proceso de inmersión en el Misterio Infinito pero que no por eso pierde un carácter de encuentro interpersonal, amistoso. Inmersión y encuentro (profundidad y apertura) me parecen dos términos fundamentales de todo el proceso que va a seguir.
Finalmente me queda la impresión de que, en el lenguaje teresiano, hay un déficit pneumatológico, típico también de su época: el Espíritu Santo parece que está más para ayudarla a ella a escribir que para guiar la vida espiritual. Hoy deberemos hablar más de las siete etapas como un proceso por el que nos va conduciendo el Espíritu de Dios.
Dejadas estas observaciones lingüísticas, intentemos ya acercarnos a esas etapas del camino espiritual.
1.- El autoconocimiento es un dato fundamental en todas las espiritualidades y en todos los humanismos, muy olvidado hoy. “Conócete a ti mismo” era un principio elemental de la sabiduría griega. Buda descubre así el “ego” que nos hace infelices. Ignacio de Loyola insiste en mil formas de autoexamen, que van más allá de que nos sepamos colocados en alguna clasificación (tipo Sheldon o el eneagrama u otras) y busca descubrir lo último de nuestras motivaciones. Freud y el psicoanálisis han contribuido a mostrar lo poco que nos conocemos y lo ciegos que podemos ser sobre nuestras verdaderas mociones. Jesús llamaba a los hombres “ciegos”. Y el famoso diario de Etty Hillesum es un ejemplo de hasta dónde puede conducir un proceso auténtico de autoexamen y de conocimiento propio: donde Teresa habla de “entrar dentro de sí”, Etty habla de “escucharse a sí mismo”[2].
La primera etapa de todo itinerario espiritual y de todo acompañamiento es pues ayudar a la gente a ese profundo conocimiento propio. En el sentido negativo pero también en el positivo. Ahora bien: Teresa dice que, ya en su época, había gente tan metida en cosas de la vida “que no la dejan ni parece que puedan descabullirse de tantos impedimentos”. ¿Qué será pues en una época en que además de “las cosas de la vida” existen el cine y la televisión, internet y el teléfono celular, los guasaps, los mil deportes y espectáculos deportivos y las cien mil ofertas de consumo y de los Medios llamados de comunicación?… Todo parece contribuir a que no entremos dentro de nosotros mismos.
2.- Pero el conocimiento propio es solo un presupuesto. La vida espiritual comienza con la iniciación en la plegaria personal. No importan aquí las mil maneras y modos de oración (meditación, contemplación de pasajes evangélicos, busca de un silencio lleno, formas de petición y otros que propone san Ignacio en sus ejercicios…): hay diversos caminos para llegar a Dios y cada cual debe ir encontrando los que le ayudan más o los mejores para cada momento. Lo importante, después del conocimiento propio, es que nuestras vidas se abran cada vez más al pleno cumplimiento de la voluntad de Dios; y ahora con la fe en que esa voluntad es lo mejor para mi propia vida y para el mundo.
3 y 4.- Con la oración van apareciendo lo que el lenguaje clásico llamó consolaciones: en los comienzos porque, poco a poco y por la sensación de contacto con Dios, uno se va encontrando mejor consigo mismo: lo que Teresa califica como alegría de ver la propia morada libre de sabandijas y limpia: con esa limpieza que viene del saberse amada por Dios.
Importa señalar que las lágrimas (cuando se dan) no son necesariamente señales de Dios sino de la psicología particular de algunas personas, o de la mayor dificultad de algunos momentos bien resueltos. También conviene notar que, junto con los consuelos, aparece una extraña dialéctica de atracción-dificultad: puede rebrotar el atractivo de aquello que se va dejando, alimentado por las clásicas tentaciones de que se acaban las posibilidades y de que no vamos a tener fuerzas para el camino emprendido. Por eso será bueno evocar aquí una advertencia muy ignaciana: “todo lo que nos turba viene del demonio”, mientras que propio del buen espíritu es dar paz y fuerza.
Por lo que toca a esas atracciones o tentaciones, suelen jugar aquí un papel importante el goce sexual y el dinero: en el primer caso con un carácter de más urgencia e inmediatez, en el otro de manera más solapada. Pero lo importante es percibir cómo nuestro ego utiliza esos dos caminos como busca de satisfacción propia.
Por eso suelen darse aquí momentos que pueden ser decisivos y en los que se pone en juego el seguir por el camino iniciado o quedarse a medio camino. Es en estos momentos donde más necesaria puede ser la ayuda de un acompañante (y quizás una mayor frecuencia en el sacramento de la reconciliación, bien celebrado).
El tema de los consuelos concretos apunta a una especie de consuelo “estructural” y fuente de gran paz, cuando el alma percibe que esa “satisfacción propia” a que acabo de aludir, no le vendrá por sus propias obras (sean de increyente o de creyente) sino por la fe en el amor de Dios: por lo que Pablo llama “justificación por la fe” y que hoy podríamos traducir como “satisfacción consigo por la fe”. Aquí puede ser muy útil, para quien está en el camino de la vida espiritual, una buena lectura y comprensión de la carta paulina a los romanos. Y aquí hay también una tarea de importancia para el acompañante[3].
Esta especie de “consolación estructural” va volviendo innecesarios todos los demás consuelos concretos de un momento. Además de eso, todo lo que en la vida espiritual se llaman consuelos apuntan a una percepción paradójica: la mayor cercanía a Dios implica una mayor conciencia de su infinitud, de su distancia y de su inaccesibilidad. Lo cual hace más comprensible la concreción de Jesús, presencia o palabra humana de Dios.
5.- Si, por estas vías, la crisis se resuelve y el camino espiritual continúa, es muy importante la siguiente observación teresiana como discreción de espíritus: más acercamiento a Dios no significa más distanciamiento de los hombres sino, paradójicamente, al revés: significa más amor al prójimo. Y remachando bien el clavo: no al prójimo que tú eliges sino al que te toca (recordemos que Teresa escribe para comunidades ya constituidas). Recordemos también la preciosa advertencia de Vicente de Paul: “la manera de amar bien a Dios, es amar aquello que Él ama”. O el consejo repetido de la Biblia y de mil maestros: a Dios hay que servirle como Él quiere ser servido, no como nos gustaría a nosotros servirle.
Conviene insistir mucho en este punto por dos razones: en primer lugar estamos rodeados hoy de una cierta espiritualidad o religiosidad que blasona mucho de auténtica y de superior pero, en el fondo, es una manipulación de Dios en provecho propio. Esto es lo que tantas veces convierte a la religión en violenta o en acusadora y muy distante del evangelio: porque Jesús también acusaba (y muy duramente) pero solo a los ricos y a los fariseos o hipócritas; no a sus enemigos más directos. Y estas otras formas de piedad acusan, ¡en nombre de Dios! a quienes no comparten los modos propios de religiosidad.
La segunda razón es porque aparece aquí otro momento difícil para el que ha emprendido el camino de la vida espiritual cristiana. Hay que detenerse para llegar a digerir de veras lo que ha dicho Teresa (y había enseñado antes un hombre tan místico como el maestro Eckhart): si dejas la oración por atender a un enfermo, no haces más que dejar a Dios por Dios. El alma, que hasta este momento tenía la sensación de ir ascendiendo verticalmente, se encuentra ahora (como he dicho otras veces) con que el cristianismo no es una vertical sino una horizontal: pero no una horizontal que sustituye a la vertical, sino una horizontal sustentada por la vertical. Y me atrevo a afirmar que quien no sostiene esto no tiene idea de lo que es la fe cristiana.
Este es un punto importante porque el que va avanzando en la vida espiritual puede encontrar aquí otra dificultad muy sería: pues hablar de “los hombres” o los prójimos, en abstracto, puede sonar muy bien; pero cuando no se trata de abstractos, sino de personas concretas (con todo nuestro pecado, con todas nuestras manías, con todas nuestras diferencias, cada cual con su historia particular a cuestas…), el amor horizontal y la fraternidad pueden resultar mucho más difíciles y duros de lo que pensábamos: una falsa verticalidad puede entonces resultar más cómoda. Y hoy, que tenemos mucha más información que Teresa, no puede uno sentirse inmerso en el amor de Dios, sin sentir que en ese Amor están también (no solo las hermanas de la comunidad, sino) las víctimas de las guerras en Palestina, Ucrania, Sudán…, los millones de personas que hoy pasarán hambre o morirán por ella, los tentados de suicidio o de sinsentido…, y es aquí donde “las Moradas”, en lugar de quedar superadas se vuelven más necesarias.
Y es aquí donde el espíritu de sacrificio y la mortificación tienen su verdadero lugar. Los demás son a veces un pequeño paraíso, fuente de mil alegrías; pero son otras veces como verdaderos cilicios o disciplinas o ayunos del alma, no fáciles de soportar. La célebre y discutible frase del Kempis: “cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre”, ha servido mucho de excusa cómoda para salir de esta quinta morada. Pero en realidad la frase de Kempis no es una descripción de cómo eran aquellos hombres con los que el autor dice haber estado, sino una radiografía de cuál era la actitud con la que él había estado “entre los hombres”.
6.- Y sin embargo, en la medida en que se digiere este obstáculo (y no digo que se supera totalmente, pero sí que estamos ante él en una “actitud de superación”), el proceso en la vida espiritual, podemos decir que se acelera, y lleva a metas nuevas. En el verdadero amor a los demás, el alma se va pareciendo a Dios y va mirando al mundo como Dios lo mira. Y eso llega hasta el “amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen para que seáis hijos de vuestro Padre” (Mt 5, 44.45). Alguien definió antaño la oración no como un mirar o ver a Dios, sino como “ver el mundo con los ojos de Dios”. Eso da una actitud entre lúcida y misericordiosa, bien doliente a veces y tan ajena a nuestra espontaneidad que el alma comprende que aquello es don y obra del Espíritu y no propio. Y va dejando que su relación con Dios sea sobre todo ese abrirse al Espíritu y dejarse llevar por Él.
También este punto es importante porque hoy muchos cristianos buscan inconscientemente la aprobación del mundo: porque saben que le hemos tratado mal muchas veces, y eso les duele; pero también por esa necesidad de aprobación y reconocimiento que nos constituye a todos. Pero esa aprobación del mundo no es posible: “el mundo os odiará” (cf. Jn 15,19); y hoy muchos cristianos saben que les toca soportar burlas y desprecios solo por el hecho de serlo. La cruz con la que hay que cargar no consiste en una serie de prácticas dolorosas y quizás algo masoquistas, sino que es el precio de la fraternidad, del amor a los demás y de la auténtica convivencia cristiana.
7.- Pero, precisamente por eso, Las Moradas (y la vida espiritual) no son para separarnos del mundo sino para devolvernos al mundo, transformados. En el alma queda como una zona inalterable, (diríamos que “fortificada por Dios”) donde residen esos dones del Espíritu que son la paz y la libertad[4], y que capacita para cargar con esta cruz. A eso mismo parece aludir también el capítulo 8 de la carta a los romanos cuando termina afirmando que ni ángeles ni principados, ni presente ni futuro ni ninguna clase de poderes podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo. Algunos ejemplos de mártires que mueren perdonando y en paz, pueden indicarnos la cumbre de toda esta escalada.
Terminemos con dos observaciones: recordar que todo lo dicho no son etapas que se superan y se dejan atrás como en una vuelta ciclista. Aunque hay un progreso evidente, se parecen más bien a momentos del propio discurrir psicológico: las moradas se atisban, se paladean y se disfrutan; pero no se poseen.
Este proceso, además, respeta las mil diferencias y particularidades de cada individuo y de cada historia concreta: por eso solo podemos enunciarlo de forma muy genérica, y encontrarlo en mil historias muy distintas. También puede ser vivido de forma individual o en alguna comunidad. Si es posible, es mucho mejor la segunda forma porque hace más fácil el camino y porque, a la vez, unifica lo distinto y ayuda comprender las diferencias.
[1] Juan de la Cruz formula bien esa tentación: “el alma, pensando que tiene algo bueno y que Dios hace caso de ella, anda contenta y satisfecha de sí, lo cual es contra humildad” (Subida al monte Carmelo, capítulo 18,3; en la edición de M. Herráiz, p.257).
[2] Remito al artículo “Escucharse a sí mismo”, aparecido en La Vanguardia (11.02.2024). Etty utiliza el verbo alemán hineinhören, porque no le encuentra traducción en holandés. Verbo que cabría traducir como “escuchar hacia dentro” y que repite muchas veces (23 de agosto, 4 y 5 de septiembre, 12 de diciembre de 1941, 20 febrero 1942. Por citar solo el primer ejemplo: “atenderme a mí misma, a otros, al mundo. Escucho atentamente con todo mi ser e intento escuchar hasta el fondo de las cosas”.
[3] Como ya indiqué antes, y para ayudar a eso, redacté la Carta a los humanos, que quiere ser una paráfrasis de la carta de Pablo a los romanos.
[4] Recordemos las dos frases del Nuevo Testamento: “os doy mi paz” (paralela a: os doy el Espíritu) y “donde está el Espíritu de Dios allí está la libertad”.