El Papa se encontró con la comunidad católica de Luxemburgo en el último acto antes de partir hacia Bélgica "Servicio, misión y alegría": La receta de Francisco para la Iglesia en el corazón de la Europa secularizada

Hollerich escucha el discurso del Papa en la catedral de Luxemburgo
Hollerich escucha el discurso del Papa en la catedral de Luxemburgo RD/Captura

"Servicio, misión y alegría". Sobre esta tríada quiso el Papa enhebrar el discurso que esta tarde, a las 16:30 horas, pronunció en la catedral de Notre-Dame ante la comunidad católica de Luxemburgo, pequeña nación en el corazón de Europa con 654.000 habitantes, de los cuales 41% son católicos

Francisco, haciéndose eco de las palabras de Hollerich que hablaban de una “evolución de la Iglesia luxemburguesa en una sociedad secularizada”, señaló que una Iglesia así, en las circunstancias, "progresa, madura, crece. No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida; sino que acepta el desafío

Francisco recordó a los representantes de la comunidad católica en el corazón de la secularizada Europa que "lo que nos impulsa hacia la misión no es la necesidad de 'contar con números', de hacer 'proselitismo'"

"¡Por favor! -improvisó, levantando la mirada por encima de sus gafas-. A la Iglesia le hacen mas esos cristianos tristes. ¡Por favor, tengan la alegría del Evangelio!", señaló, provocando la sonrisa indisimulada de María Teresa, la esposa del Gran Duque Henri.

"Servicio, misión y alegría". Sobre esta tríada quiso el Papa enhebrar el discurso que esta tarde, a las 16:30 horas, pronunció en la catedral de Notre-Dame ante la comunidad católica de Luxemburgo, pequeña nación en el corazón de Europa con 654.000 habitantes, de los cuales 41% son católicos. 

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Era el segundo discurso pronunciado durante la escala de 8 horas antes de volver a subirse al avión que le llevaría a Bélgica, segunda parte de este 46º viaje apostólico de Francisco que le mantendrá en Bruselas hasta el próximo domingo, 29 de septiembre, y que, en el caso de Luxemburgo, tenía como justificación su participación en el Jubileo mariano con el que la Iglesia recuerda los cuatro siglos de devoción a María, patrona del país.

Precedido por unas palabras de bienvenida del cardenal arzobispo de Luxemburgo, Jean-Claude Hollerich, y el testimonio de tres fieles y de un espectáculo de danza Laudato si', inspirado en la vida de san Francisco, el Papa, sin demasiada dilación, comenzó glosando la primera palabra: "servicio".

La catedral de Notre Dame de Luxumburgo se llenó para escuchar al Papa
La catedral de Notre Dame de Luxumburgo se llenó para escuchar al Papa RD/Captura

"Yo, desde el servicio, quisiera encomendarles un aspecto que hoy es muy urgente: el de la acogida. Lo hago aquí, entre ustedes, de modo especial, porque vuestro país tiene y mantiene viva, en este campo, una tradición secular", les dijo, animándolos, en consecuencia "a permanecer fieles a esta herencia y a seguir haciendo de vuestro país una casa acogedora para todo el que llame a vuestra puerta pidiendo ayuda y hospitalidad". "Es un deber de justicia, aún antes que de caridad", señaló citando a su predecesor, Juan Pablo II.

En cuanto a la misión, Francisco, haciéndose eco de las palabras de Hollerich que hablaban de una “evolución de la Iglesia luxemburguesa en una sociedad secularizada”, señaló que una Iglesia así, en las circunstancias, "progresa, madura, crece. No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida; sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización".

Compartir responsabilidades y ministerios

Y en una clave de "propuesta de anuncio misionero", más allá de la "simple propuesta de atención pastoral", Francisco señaló que una Iglesia así "está preparada para avanzar en el compartir responsabilidades y ministerios, caminando juntos como comunidad que anuncia y hace de la sinodalidad 'un modo duradero de relacionarse' entre sus miembros".

Diogo se dirige al Papa en la catedral de Luxemburgo
Diogo se dirige al Papa en la catedral de Luxemburgo RD/Captura

Y apostillando además que en esta propuesta no se debe descuidar ni el cuidado de la creación ni el avance en la corresponsabilidad compartida, Francisco recordó a los representantes de la comunidad católica en el corazón de la secularizada Europa que "lo que nos impulsa hacia la misión no es la necesidad de 'contar con números', de hacer 'proselitismo', sino el deseo de dar a conocer a la mayor cantidad posible de hermanas y hermanos la alegría del encuentro con Cristo".

En cuanto al tercer pilar, la alegría, recordando las palabras de uno de los fieles que le saludaron a su llegada a la catedral -un joven llamado Diogo que contó su testimonio en la JMJ de Lisboa-, el Papa rememoró aquel evento, con la emoción de los jóvenes en la vigilia, o la alegría de espetarse por la mañana rodeados de tantos amigos. "¿Lo ven? -les inquirió- Nuestra fe es así. Es alegre, 'danzante', porque nos manifiesta que somos hijos de un Dios amigo del hombre, que nos quiere contentos y unidos".

"¡Por favor! -improvisó, levantando la mirada por encima de sus gafas-. A la Iglesia le hacen mas esos cristianos tristes. ¡Por favor, tengan la alegría del Evangelio!", señaló, provocando la sonrisa indisimulada de María Teresa, la esposa del Gran Duque Henri.

El saludo del cardenal Hollerich

Ante de su parlamento, el Papa fue recibido por el cardenal Hollerich -jesuita como él, hombre de su confianza en la Curia vaticana y relator del Sínodo de la sinodaliad-, quien no ocultó las dificultades de la pequeña Iglesia luxemburguesa, rodeada de una marea de secularizaos e indiferencia, hasta el punto que en una reciente entrevista ha dicho que está "en la periferia de la Iglesia".

El cardenal Hollerich se dirige al Papa en la catedral de Luxemburgo
El cardenal Hollerich se dirige al Papa en la catedral de Luxemburgo RD/Captura

"La Iglesia de Luxemburgo vive en una sociedad altamente secularizada, con sus sufrimientos y dificultades, pero también con sus caminos de esperanza. Queremos emprender un camino de renovación, siguiendo los signos que Dios ha puesto en nuestro camino, junto con los jóvenes, los menos jóvenes y los ancianos comprometidos, voluntarios o no, con sacerdotes y laicos, con luxemburgueses y no luxemburgueses".

Prevención de los abusos

"La nuestra -añadió el purpurado- es una Iglesia multinacional que emprende el camino de la conversión sinodal para ser cada vez más una Iglesia no apegada a los valores materiales, sino al servicio de Dios y de los hombres y mujeres de nuestra sociedad con quienes busca dialogar; una Iglesia comprometida con el desarrollo integral, con el cuidado de los enfermos, los pobres y los marginados; en definitiva, la Iglesia de Jesucristo, que no vino para ser servida, sino para servir".

No tocó Hollerich el tema de los abusos, pero este sí apareció cuando, en el testimonio que ofreció la laica Christine Bußhardt, vicepresidenta del Consejo Pastoral Diocesano, recordó que en la labor que realiza la Iglesia en Luxemburgo, "la prevención de abusos de todo tipo ocupa un lugar importante".

La hemana María Perpétua y Christine Bußhardt
La hemana María Perpétua y Christine Bußhardt

En su intervención, en nombre de las distintas comunidades lingüísticas del país (el 47% de los habitantes han llegado de otros lugares), la hermana María Perpétua Coelho Dos Santos recordó la labor que en su acogida lleva haciendo "durante generaciones" la Iglesia del Gran Ducado.

Por ello, cuando la religiosa fue a saludarle tras finalizar sus palabras de bienvenida, el Papa le pidió que se quedase a su lado unos intentes, que aprovechó Francisco para recordar la figuras en la Biblia de la viuda, el huérfano y el extranjero, por lo que, señaló  que ya desde el Antiguo Testamento, "el Señor pedía tener compasión".

"Los migrantes entran dentro de esta categoría", recodó el Papa, por lo que, "al pueblo, la Iglesia y el gobierno  de Luxemburgo, muchas gracias por todo lo que hacen por ellos".  

La imagen de la Virgen, en la catedral de Luxemburgo, donde la veneró el Papa
La imagen de la Virgen, en la catedral de Luxemburgo, donde la veneró el Papa

DISCURSO DEL PAPA

Alteza Real,

señor cardenal y hermanos obispos, queridos hermanos y hermanas:

Me siento muy contento de estar aquí con ustedes, en esta magnífica catedral. Agradezco al Gran Duque y a su familia su presencia; y doy las gracias al cardenal Jean-Claude Hollerich por sus amables palabras, así como también a Diogo, Christine y sor María Perpetua por sus testimonios.

Nuestro encuentro se realiza en concomitancia con un importante Jubileo mariano, con el que la Iglesia de Luxemburgo recuerda cuatro siglos de devoción a María, Consuelo de los afligidos, Patrona del país. Ese título sintoniza bien con el tema que han elegido para esta visita: “Para servir”. Consolar y servir, en efecto, son dos aspectos fundamentales del amor que Jesús nos dio, que nos confió como misión (cf. Jn 13,13-17) y que nos mostró como el único camino hacia la alegría plena (cf. Hch 20,35). Por eso, dentro de unos momentos, en la oración de apertura del Año mariano, pediremos a la Madre de Dios que nos ayude a ser “misioneros, dispuestos a dar testimonio de la alegría del Evangelio”, conformando nuestro corazón al suyo “para ponernos al servicio de nuestros hermanos”. Podemos entonces detenernos a reflexionar precisamente sobre estas tres palabras: servicio, misión y alegría.

En primer lugar, el servicio. Hace un momento se dijo que la Iglesia de Luxemburgo quiere ser “la Iglesia de Jesucristo, que no vino para ser servido, sino para servir” (cf. Mt 20,28; Mc 10,45). También se recordó la imagen de san Francisco abrazando al leproso y curando sus heridas. Yo, desde el servicio, quisiera encomendarles un aspecto que hoy es muy urgente: el de la acogida. Lo hago aquí, entre ustedes, de modo especial, porque vuestro país tiene y mantiene viva, en este campo, una tradición secular, como nos ha recordado sor María Perpetua, y como ha aflorado varias veces, también en los otros testimonios, en el grito “¡todos, todos, todos!”, repetido en varias ocasiones. Sí, el espíritu del Evangelio es espíritu de acogida, de apertura a todos, y no admite ningún tipo de exclusión (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47). Los animo, por tanto, a permanecer fieles a esta herencia y a seguir haciendo de vuestro país una casa acogedora para todo el que llame a vuestra puerta pidiendo ayuda y hospitalidad.

Es un deber de justicia, aún antes que de caridad, como ya dijo san Juan Pablo II cuando recordaba las raíces cristianas de la cultura europea. Él animó a los jóvenes luxemburgueses a trazar el camino de «una Europa no sólo de bienes y mercancías, sino de valores, de hombres y de corazones», en la que el Evangelio fuera compartido «en la palabra del anuncio y en los signos del amor» (Discurso a los jóvenes del Gran Ducado de Luxemburgo, 16 mayo 1985, 4). Insisto en esto: una Europa y un mundo en los que el Evangelio se comparta en la palabra del anuncio unida a los signos del amor.

Y esto nos lleva al segundo tema: la misión. Antes, el cardenal Arzobispo habló de una “evolución de la Iglesia luxemburguesa en una sociedad secularizada”. Me gustó esta expresión: la Iglesia, en una sociedad secularizada, progresa, madura, crece. No se repliega en sí misma, triste, resignada, resentida; sino que acepta el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización, pasando cada vez más de una simple propuesta de atención pastoral a una propuesta de anuncio misionero. Y a fin de realizarlo está preparada para avanzar, por ejemplo —como nos ha recordado Christine—, en el compartir responsabilidades y ministerios, caminando juntos como comunidad que anuncia y hace de la sinodalidad “un modo duradero de relacionarse” entre sus miembros.

Y del valor de este crecimiento nos han dado una imagen muy bella los jóvenes amigos que, hace poco, interpretaron algunas escenas del musical Laudato si’. ¡Magníficos! ¡Gracias por el regalo que nos han dado! Vuestro trabajo, fruto de un esfuerzo comunitario que ha involucrado a muchos en la Arquidiócesis, es para nosotros un signo doblemente profético. En primer lugar, nos recuerda nuestra responsabilidad en relación a la “casa común”, de la que somos custodios y no dueños absolutos. Y también nos hace reflexionar sobre cómo esa misión, compartida con todos, es en sí misma un maravilloso instrumento coral para anunciar a los demás la belleza del Evangelio. Y para nosotros, esto es importante. Porque lo que nos impulsa hacia la misión no es la necesidad de “contar con números”, de hacer “proselitismo”, sino el deseo de dar a conocer a la mayor cantidad posible de hermanas y hermanos la alegría del encuentro con Cristo.

Más allá de cualquier dificultad, este es el dinamismo vivo del Espíritu Santo que actúa en nosotros. El amor nos apremia a anunciar el Evangelio abriéndonos a los demás, y el desafío del anuncio nos hace crecer como comunidad, ayudándonos a vencer el miedo de emprender nuevos caminos, empujándonos a acoger con agradecimiento la aportación de los demás. Es una dinámica bella, sana y gozosa, que nos hará bien cultivar en nosotros y a nuestro alrededor.

Llegamos así a la tercera palabra: la alegría. Diogo, hablando de su experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud, recordaba la felicidad que experimentó en la vigilia de la fiesta, esperando, con sus coetáneos provenientes de muchas naciones, el momento de encontrarnos; así como también la emoción de despertarse, la mañana siguiente, rodeado de tantos amigos y, además, el entusiasmo experimentado durante la preparación que hicieron juntos en Portugal. Y la alegría, un año después, al reunirse junto con los demás aquí en Luxemburgo. ¿Lo ven? Nuestra fe es así. Es alegre, “danzante”, porque nos manifiesta que somos hijos de un Dios amigo del hombre, que nos quiere contentos y unidos, que nada lo hace más feliz que nuestra salvación (cf. Lc 15,4-32; S. Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, 34,3).

Al respecto, quisiera finalizar recordando otra hermosa tradición de vuestro país, de la que nos han hablado: la procesión de primavera —Springprozession—, que se lleva a cabo en Pentecostés en Echternach, recordando la infatigable obra misionera de san Willibrord, evangelizador de estas tierras. Toda la ciudad sale a bailar por las calles y las plazas, junto con muchos peregrinos y visitantes que llegan, y la procesión se convierte en una grandísima y única danza. Grandes y pequeños, todos van bailando juntos hacia la catedral —supe que este año, incluso bajo la lluvia—, dando testimonio con entusiasmo, en recuerdo del santo Pastor, de cuán bello es caminar juntos y encontrarnos como hermanos en torno a la mesa de nuestro Señor.

Queridas hermanas, queridos hermanos, qué hermosa es la misión que el Señor nos confía; la misión de consolar y servir, con el ejemplo y la ayuda de María. Gracias por el trabajo que hacen, y también por la ayuda generosa que han querido compartir con los necesitados. Los bendigo y rezo por ustedes. Y también ustedes, por favor, recen por mí.

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