-Juan XXIII, que había vivido la Primera Guerra Mundial como soldado, lanzó un mensaje antes del Vaticano II: “Las madres y los padres de familia odian la guerra: la Iglesia, madre de todos indistintamente, levantará una vez más el clamor (…) para irradiarse en precepto de paz suplicante: paz que previene los conflictos armados, paz que debe tener sus raíces y su garantía en el corazón de cada hombre”.
La diplomacia vaticana, sobre todo desde el siglo XX, ha dado voz al “anhelo de los pueblos”, de las madres y de los padres, de las mujeres que no quieren la guerra. No podemos resignarnos de forma fatalista a la inevitabilidad de la guerra. En Italia y en otros países europeos, el deseo de la mayoría de la gente es que se evite la guerra y que se sigan los caminos de un diálogo fuerte y verdadero.
¡Entonces hay que gritar! Y actuar cómo y dónde se pueda, para devolver a la paz su lugar en el futuro del mundo.
El papa Francisco es demasiado criticado por sus palabras de paz, pero su voz es la única que tiene el coraje de romper ese conformismo oficial y mediático, que ha borrado la paz del discurso público y de nuestro horizonte.
-¿La diplomacia vaticana no tiene elementos militares ni comerciales, donde radica su fuerza?
-La diplomacia vaticana tiene como única fuerza el diálogo, la palabra y la negociación. Es una fuerza débil, es verdad, pero es la única que logra acercar a las partes enfrentadas. Y silenciar las armas. Debemos creer que la paz siempre es posible: depende de la coyuntura internacional, ¡pero en última instancia también depende de nosotros!
Podemos y debemos invertir en diplomacia y negociación: son caminos que todavía no se han recorrido realmente. En Ucrania, la misión humanitaria del cardenal Matteo Zuppi, enviado por el papa Francisco, quiere establecer las condiciones de un futuro diálogo trabajando por el regreso a Ucrania de los niños traídos a Rusia. Se trata de una razonable iniciativa de solidaridad.
"Podemos y debemos invertir en diplomacia y negociación: son caminos que todavía no se han recorrido realmente"
Mientras no se invierta realmente en la negociación, no se podrá vislumbrar cómo se puede dialogar. Pero es necesario seguir trabajando en este sentido. El papa Francisco, de forma inusual, ha dado una señal y ha abierto un camino. Y lo ha hecho, quiero reiterarlo, por amor al pueblo ucraniano, que tanto está sufriendo, no ciertamente por pro-putinismo.
-¿Sant'Egidio hace una “diplomacia paralela” a la del Vaticano?
-Sant'Egidio es un “sujeto internacional” muy particular. No es una ONG especializada en mediación o servicios sociales. Es una comunidad cristiana, nacida en Roma en 1968, conocida por su trabajo junto a los más pobres y de quienes se encuentran en situación de gran pobreza, pero también por su labor en favor de la paz.
En este sentido, la iniciativa más conocida es la firma del acuerdo de paz en Mozambique que acabó en 1992 con una guerra de 15 años con un millón de muertos. Tras la firma, el entonces secretario de la ONU, Boutros-Ghali, habló del éxito de la “fórmula italiana”. La Comunitat, escribió, “fue especialmente eficaz a la hora de implicar a otros para que contribuyeran a una solución”. En efecto, los observadores estadounidenses, portugueses, franceses, británicos y de la ONU se sumaron a las negociaciones.
Aquella experiencia de diálogo ha sido seguida a lo largo de los años por otras muchas iniciativas en diferentes países africanos para detener conflictos, reabrir diálogos interrumpidos o reiniciar procesos de democracia y paz. En cualquier caso, me gustaría decir una vez más, que el Vaticano no está detrás de las iniciativas de Sant'Egidio. Tomamos nuestras propias decisiones.
-¿Qué lecciones nos deja esta experiencia de paz en Mozambique para otros conflictos en curso?
-La mediación que llevamos a cabo en Mozambique enseña, en primer lugar, que la paz siempre es posible, incluso entre enemigos acérrimos.
La negociación impuso, lentamente pero definitivamente, un cambio de mentalidad en ambas partes: en la guerrilla, que aceptó pasar de la lucha armada a la lucha política; pero también al gobierno, que renunció al régimen de partido único y entabló un diálogo con sus enemigos, a los que hasta entonces había calificado de “bandidos armados”.
"La paz siempre es posible, incluso entre enemigos acérrimos"
Y la paz fue eficaz: tras la firma en Roma, nació un sistema multipartidista, aunque con fragilidades, no hubo venganza después de tan sangrienta guerra. El recuerdo del acuerdo de paz que se celebra cada año en el país recuerda a los mozambiqueños (tristemente asolados hoy por una guerrilla yihadista en el norte) el valor de la paz.
Pero también nos recuerda a todos, en tiempos tan oscuros, que la guerra es una derrota para la humanidad y que es necesario buscar la paz en cualquier situación, dejando de lado las armas. No son palabras retóricas, sino fruto de la sabiduría y experiencia históricas que tienen en cuenta el anhelo de paz de tantos pueblos que sufren.