Censores civiles y eclesiásticos Antonio Aradillas: "La censura es la más pútrida de las miserias profesionales"
"Sus riesgos inducen a pensar que todo eso de la democracia y de los óptimos logros conseguidos hasta el presente para el desarrollo tanto personal como colectivo, pueden “irse al garete”"
"Atacar de alguna manera la libertad de expresión y ser y mostrarse devoto de la censura, bajo cualquiera de sus acepciones, aún de las más benevolentes, es oponerse a un concepto clave en el plan de Dios"
"El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica se trata de uno de los monumentos fúnebres más bochornosos en la historia de la cultura universal"
"El Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia católica se trata de uno de los monumentos fúnebres más bochornosos en la historia de la cultura universal"
En la edición 23 del diccionario de la RAE, se registra la acepción de “beneplácito” a la clásica fórmula latina del “Nihil obstat”, con referencias al “censor encargado de testificar que, desde el punto de vista moral o doctrinal, tal libro, artículo o discurso está de acuerdo con la “oficial” de la Iglesia, por lo que no hay dificultad para su publicación”.
Con fines idénticos o similares, en el panorama político español acaban de aparecer las palabras ”fake news” en el contexto de “desinformaciones” administradas por un Comité de Comunicación”, cuyo promotor será el presidente del Gobierno, caso único en la UE, tal y como refieren no pocos medios de comunicación nacionales e internacionales. El “Comité de la verdad “ (¿qué es eso de la verdad?), hijo hipotético y bastardo del “Ministerio de la Verdad”, del que dependería, ¿podría llegar a ser patrimonio de un grupo de adictos o adeptos políticos, por encima de todo servidores del bien de la comunidad a la que democráticamente han de servir?
El problema es grave. Muy grave. Sus riesgos, es decir, los fines y los términos y proposiciones que empleen en su presentación y esquemas, inducen a pensar que todo eso de la democracia y de los óptimos logros conseguidos hasta el presente para el desarrollo tanto personal como colectivo, pueden “irse al garete”, frase que en terminología marinera se aplica a la nave que pierde el rumbo y acaba arrastrada por corrientes homicidas…
Atacar de alguna manera la libertad de expresión y ser y mostrarse devoto de la censura, bajo cualquiera de sus acepciones, aún de las más benevolentes, es oponerse a la libertad, concepto clave en el plan de Dios, salvador de la persona, comenzando por los más pobres y necesitados. Sin poder expresarse y expresar cuanto es y se precisa para ser y ejercer –hombre o mujer- de personas, carece de sentido y contamina en su raíz el “hábitat” del mundo, obra de Dios por antonomasia y de la que el mismo Libro del Génesis asevera que su Creador estuvo satisfecho y contento al terminarla y poder contemplarla…
Y es que, para valorar lo que significa la censura, bajo cualquiera de sus formas y fórmulas, posiblemente sea incomprensible sin haberla vivido, con el convencimiento y consecuencias de que ella no es ni significa académicamente otra cosa, que vivir sometido por la fuerza o la violencia a la autoridad de quienes la detentan sin más requisitos que los de instinto y capacidad infinita y servil de dominio… Además de la consabida autocensura, unos censores “oficiales” habían de revisar los textos, tus textos, con atención rigurosa y con toda clase de temores y miedos a perder sus pingües puestos y vivir en la más pútrida de las miserias profesionales, aun cuando gramaticalmente se lo reprochara el mismísimo humanista Antonio de Nebrija.
El problema de cuánto y en qué proporciones podrá dañarse el sistema democrático y nuestra convivencia, es de tanta o mayor importancia que el pandémico de los “coronavirus”, por lo que hay que apostar por la desaparición de los “Nihil Obstat” o “fake news” que nos salgan al paso.
De entre las organizaciones y colectivos que pudieran –y debieran- clamar contra la censura o censuras, y mostrase a favor de la libertad de expresión -dentro del debido ordenamiento democrático y judicial-, desdichadamente no es posible contar con los “religiosos”, con dolorosa inclusión de los “católicos, apostólicos y romanos”. A lo largo de la historia –y aún ahora-, los “Nihil Obstat” de las Curias romanas y de sus sucursales las diocesanas, fueron última y decisiva “palabra” oficial que cercenaron a perpetuidad la libertad de expresión, sin ahorrase modos y medios de ninguna clase, imperando el criterio de los censores, con inclusión de la hoguera, aunque esta, a sus instancias, la instrumentara el llamado “brazo secular”, con constancia de que algunos de estos “censurados” hasta la muerte, fueron después “elevados al honor de los altares”, con el paso del tiempo y de las circunstancias rituales.
El tan temido y flagelado “Índice de libros prohibidos” estuvo vigente hasta tiempos relativamente recientes, sin avergonzar a una buena parte del personal, de que se trata de uno de los monumentos fúnebres más bochornosos en la historia de la cultura universal.
Los tiempos del papa Francisco comienzan a ser ya más optimistas dentro de la misma Iglesia, siempre que persistan las prisas por cambiar cuanto antes. Las prisas, que no las tardanzas, son santas de por sí.