"La Iglesia, también en la actualidad, está falta de luz. Y de lucidez" Antonio Aradillas: "A encender velas en el cirio pascual contra las tinieblas de los coronavirus infernales"
A la Iglesia le sobraron, y le siguen sobrando, muchos “misterios”. A no pocas personas, hasta llega a darles la impresión de que la institución eclesiástica vive y pervive gracias a ellos
Con ocasión de las celebraciones de la Pascua del Señor , que le ponen el punto y aparte a la Semana Santa, es de destacar la rica y plural simbología que define, ilumina y corteja a la LUZ, como esencial elemento litúrgico.
En la historia de las religiones y culturas, “luz y tinieblas” asumieron exhaustivamente el rol o función del sentido y contenido espirituales. En el mundo griego, la luz hizo presentes a la salvación, a la vida, al bien y al descubrimiento y conocimiento de la verdad. Liberación, prosperidad, salvación y éxito activaron sus propiedades en presencia de la luz, que constantemente proyectaba la lámpara de oro colocada en el “Erecteón” de la Acrópolis de Atenas. En Argos, se situaban a raíz de tierra las lámparas encendidas que habrían de iluminar el camino de Persefone a los infiernos. Por tanto, el culto a la luz fue una de las más primitivas y universales creencias de las religiones, fuente principal de todo lo santo e inteligente.
En cristiano, “El Señor es mi luz y mi salvación ¿quién me hará temblar?”, tal y como con seguridad, distinción y nobleza ético-moral religiosa, asiente, presagia e interpela el libro de los salmos. Dios hizo –creó- la luz y se identificó desde el principio, con ella. hasta su apagamiento en la cruz y su posterior resurrección. Jesús vino a la tierra –se encarnó- para ser luz que alumbra a la humanidad. La luz, su luz, fortalece, salva, y hace visibles y patentes todas las cosas. Nos permite ver, vernos a nosotros mismos y además y sobre todo, verlo y sentirlo a Él. Sus discípulos, como tales, serán y apostarán por se fieles reflejos de esta luz.
“¡Sea o hágase, la luz¡” es santo y seña de programas, actividades y comportamientos en todas las religiones, y de modo más luminoso y activo, en la religión cristiana, es decir, en la que su único Dios, en Cristo Jesús, fue y seguirá siendo, el testigo y el testimonio de “la luz de la Vida”.
Para ejercer tal ministerio y tarea tan sagrada e inexcusable, ya desde el principio de la iniciación en la misma Iglesia, en el propio bautismo, al neófito, con sus padres y padrinos, les es entregado el cirio –“lumen Christi”- del que algunos de sus ejemplares, según refieren las crónicas, llegaron a pesar hasta 300 libras, que se colocaría en la cima de candelarios de extraordinaria grandeza, adornados con mosaicos de colores, joyas y bajorrelieves con motivos históricos y simbólicos….
El bautismo hace nuevos –“renueva”- a quienes lo reciben, por lo que durante largos y fructíferos tiempos litúrgicos de la historia de la Iglesia, “bautismo” e “iniciación” fueron de la mano adoctrinadora por los caminos de la educación en la fe y del conocimiento creciente y constante de Jesús, con el compromiso de comprender y seguir su misión, alumbrados y estimulados por su Luz…
Hubo tiempos en la historia de la Iglesia en los que al menos simbólicamente se dio la impresión de que la luz habría de inspirar y presidir su existencia y la de quienes la representaban, tanto jerárquicamente como desde su condición de parte del pueblo de Dios. Ejemplos indefectibles de ello fueron las catedrales de estilo gótico, con paredes –vidrieras transidas de luz por todos sus costados, -menos los del lado norte-, con el compromiso constructor adoctrinador de que, mientras que la luz se identifica con la salvación del cielo, las tinieblas lo hacen con el pecado y la condenación…
La Iglesia, también en la actualidad, está falta de luz. Y de lucidez. A la Iglesia- jerarquía y laicos- habrá de definirla con claridad absoluta y centelleantes destellos, la luz. Iglesia y tinieblas jamás establecerán componenda alguna que se precie y se diga “religiosa”. A la Iglesia le sobraron, y le siguen sobrando, muchos “misterios”. A no pocas personas, hasta llega a darles la impresión de que la institución eclesiástica vive y pervive gracias a ellos, y a la falsificación pseudo dogmática que tantas veces sometieron a los fieles cristianos.
La mayoría de los males de la Iglesia, de los que con toda razón se quejan los cristianos, se afincan en el lujo indecente de misterios, con los que todavía pretende seguir actuando y adoctrinando la clientela discente, sempiternamente en virtud del principio falaz de que “doctores tiene la Iglesia…”, como si los demás hubieran de conformarse con su condición borreguil. El ”¡hágase la luz¡” es grito creador que ha de pronunciarse en la Iglesia, con carácter canónico, litúrgico, dogmático, ético- moral, económico, adoctrinador, cívico y hasta político.
Mientras tanto, en la Pascua y en el Bautismo, la luz se seguirá haciendo activa y presente, pese a las graves dificultades que entraña la celebración virtual de la misma, a consecuencia a de los “coronavirus” que la están dificultando e impidiendo…
Los argumentos a favor de la luz en la Iglesia son muchos. Todos. A favor de las tinieblas, ninguno. Es doctrina católica, aunque en ocasiones, nos la obscurezcan a consecuencia de indefinidos intereses personales, de grupos o grupúsculos, aún con el estribillo blasfemo de “en el nombre de Dios”.
…Y ahora, ¡a encender velas en el cirio pascual de la generosidad luminosa de Jesús resucitado y glorioso, y a disponerse a luchar contra las tinieblas de los “coronavirus” infernales que ladinamente están al asalto de nuestras decrepitudes con la firme esperanza de dominarlos lo antes posible, y esta vez, sí, y de verdad, “¡en el nombre de Dios…¡”