"Sea por adecentar su rostro o por pagar menos indemnizaciones" La Iglesia no cree a las víctimas

"Continúa la Conferencia Episcopal Española (CEE) tomando con tranquilidad su té, apegada a sus propias reglas, sin cuestionar si son o no equivocadas"
"Cuando el informe Para dar luz desprecia el trabajo realizado por las oficinas de las diócesis, silenciando su compromiso en la lucha contra los abusos, se convierte en una afrenta para las víctimas y compromete la credibilidad de la Iglesia por conocer la verdad"
| Roberto Esteban Duque
Continúa la Conferencia Episcopal Española (CEE) tomando con tranquilidad su té, apegada a sus propias reglas, sin cuestionar si son o no equivocadas. La actitud que Cervantes idea para su héroe Don Quijote cuando la realidad se impone de tal modo que parece imposible evitarla, es inventar él otra quimera, más tosca y desatinada que la primera, intentando salvar la mentira con otra mentira. Los obispos no pueden pasar por alto la existencia de un parteaguas entre el bien y el mal, silenciando a la víctima de abusos como no creíble hasta poner en ella diabólicamente el dedo acusador, anulando así el carácter de “escándalo” y el dolor que entraña esta clase de sufrimientos.
La decisión calculada del informe del letrado Alfredo Dagnino, plasmada en el ulterior informe Para dar luz sobre los abusos del clero, dejando fuera más de 300 casos reconocidos por diócesis y órdenes religiosas, y clasificándolos como “probados”, “no probados pero verosímiles” y “no probados”, revela una escalada quijotesca de irracionalidad y despropósito desenfrenada en la gestión de los abusos. Al cabo, como mantiene Josetxo Vera, director de comunicación de la CEE y autor del informe plagista, alardeando de una capacidad más ilimitada de crear ideales, “cada uno tiene su propia metodología”.
Los obispos no pueden pasar por alto la existencia de un parteaguas entre el bien y el mal, silenciando a la víctima de abusos como no creíble hasta poner en ella diabólicamente el dedo acusador, anulando así el carácter de “escándalo” y el dolor que entraña esta clase de sufrimientos
La pertinaz maniobra de la Iglesia por reducir el número de casos de abusos, sea por adecentar su rostro o por pagar menos indemnizaciones, no sólo le ha llevado a tener que admitir “un error muy significativo” en el recuento de casos de su informe, sino que no contribuye a realizar la principal de las tareas: sacrificar lo propio para salvar la verdad. Es justo cuanto se debe aspirar a realizar en la práctica, por muy enojosas que sean las consecuencias para las personas o el progresivo deterioro de una institución tanto más en ruinas cuanto más alejada de vivir en su particularidad la experiencia dolorosa de las víctimas.

Puede costar buscar la verdad en el camino hollado por un diario de comunicación que golpea con aversión sistémica y patológica a la Iglesia, incapaz de trascender su atormentada sensibilidad y su secular odio irrefrenable hacia la institución eclesiástica. Pero cuando el informe Para dar luz desprecia el trabajo realizado por las oficinas de las diócesis, silenciando su compromiso en la lucha contra los abusos, se convierte en una afrenta para las víctimas y compromete la credibilidad de la Iglesia por conocer la verdad.
El ocultamiento de la verdad no sólo en el autor del informe, desmarcándose del mismo como un mediocre mercenario, ajeno a cualquier excelencia, al encontrarse ya “al margen de este asunto desde octubre”, sino también en la elaboración ulterior del imprudente plagista, parecen abundar en la idea de un relato paralelo, cuya gravedad consistiría en suprimir y distorsionar la realidad de los hechos buscando soluciones revisionistas ajenas al bien mismo y la verdad. El coste de semejante forma de proceder resulta demasiado oneroso no sólo por la torpeza de elaborar un plan y jerarquizar unas metas beneficiosas para la Iglesia, sino sobre todo por la falta de reconocimiento práctico del sufrimiento de las víctimas, por la grave infidelidad a los vínculos de respeto, escucha y adentramiento en el conflicto.

Las declaraciones de Juan Cuatrecasas, fundador de la Asociación Nacional Infancia robada, exigiendo la anulación del informe Dar a luz y una reacción inmediata de la nueva ejecutiva de la CEE por “llamar mentirosos” a una gran parte de las víctimas, categorizando las denuncias y ocultando demasiados casos reconocidos, sería el punto de partida de una regeneración necesaria en la Casa de la Iglesia, instalada en un mesianismo quijotesco donde salvar la verdad con la mentira significará maltratar a las víctimas en lugar de protegerlas, exponerlas a una vulnerabilidad mayor y no reconocer, mediante el simulacro de arbitrarios informes, que se precisa una limpieza y clarificación mayor en orden a la verdad.
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