Solidaridad y esperanza, desde mi cárcel por unos días Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero: "Si pensáramos en años en vez de quince días, la vida probablemente se nos derrumbaría"
"Muchas veces he dicho a la gente que se imaginara estar en casa varios días recluido y sin salir, que pensaran qué se puede sentir y cómo se puede soportar eso"
"Esta mañana incluso al levantarme, recordaba cuando muchos chavales me dicen que no quieren ni ducharse, porque para qué, si no van a ver a nadie o nadie les va a visitar, la desidia se apodera de ellos"
Parece que estamos asistiendo a una especie de película de ciencia ficción de la que pronto vamos a despertar, pero no es así: es realidad, estamos en cuarentena y encerrados, por obligación, en nuestras casas. Y apenas llevo poco más de un día y empiezo ya a pensar si seré capaz o no de llevarlo a cabo, me asaltan las dudas, a veces el miedo, y en muchas ocasiones las lágrimas, porque voy viendo que no es una broma sino que es realidad.
Y todo esto me hace pensar de modo especial en mis amigos y hermanos los chavales de Navalcarnero, los presos de la cárcel, no puedo quitármelos de la cabeza y sobre todo del corazón. Muchas veces para hablar de la cárcel, yo he acudido al ejemplo que ahora estamos comenzando todos a vivir; yo muchas veces he dicho a la gente que se imaginara estar en casa varios días recluido y sin salir, que pensaran qué se puede sentir y cómo se puede soportar eso. Que pensaran qué supone no pisar la calle, respirar el aire puro, caminar… e intentaba hacer la reflexión a los que decían que “estaban en la cárcel porque se lo merecían”; o cuando decían que diez años de cárcel era poco para el delito que habían cometido. Y, siempre, sin justificar el delito, por supuesto, sí que les decía que no sabían, los que así hablaban lo que suponía, estar sin poder salir a la calle, encerrado, sin poder dirigir tu propia vida, sin ser dueño de ella, estando atado; y siempre les hacía pensar, aunque no sé si era fácil hacerse a la idea de lo que eso supone.
Y justo, porque la vida es como es se nos plantea esta situación nueva, con la que yo creo no contábamos, y que nos da oportunidad, una vez más, de mirar más allá de nuestros propios problemas.
Parece que estar encerrado no es fácil, parece que repetir siempre lo mismo no es sencillo, parece que no disponer de tu propia vida se hace muy cuesta arriba. Y pensamos en quince días, pero si pensáramos en años, la vida probablemente se nos derrumbaría, y por supuesto, insistiendo no en las culpabilidades o responsabilidades de unos y de otros, sino en constatar una simple realidad. Por eso, creo que no caben afirmaciones como “se lo merecen”, o “es diferente, no compares, porque ellos se lo han buscado, yo no he hecho nada”. Nos pueden avasallar esas afirmaciones de inocencia general, yo no me merezco todo esto, pero ellos sí. Y repito, que sin entrar en esos detalles, solo estoy constatando un hecho. Mi vida es mía, soy dueño de ella, y la cárcel me la arrebata, me impide no sólo hacer lo que yo quiero, sino especialmente lo que en estos días estamos todos viviendo: no puedo besar a los míos cuando yo quiera, no puedo abrazar a mi gente querida, no puedo verles o comunicarme con ellos cuando yo quiera, no puedo hacer planes de futuro…. Todo se me rompe y se me cae, es como si de pronto, la muerte me visitara durante un tiempo y me impidiera vivir. Sí, yo siempre diré que la cárcel es una muerte en vida, es casi vivir sin vivir, y por eso en esos momentos es necesario sacar de dentro toda la vida interior que todos tenemos para luchar contra ese virus especial de muerte que es la pérdida de libertad.
"La cárcel es una muerte en vida, es casi vivir sin vivir. No poder besar a los tuyos, no poder comunicarte con ellos cuando quieres"
Estos días todos podemos estar experimentando esto, y podemos sacar nuestras conclusiones. En mi casa cómoda, con la nevera llena, con mi cama de siempre, con mi gente querida a mi lado, con mi ordenador, con mi teléfono, con la posibilidad de ir al médico cuando quiera si me siento mal… y siento que me han quitado algo, siento que este virus me ha quitado parte de la vida; siento que ese virus que me tiene encarcelado me ha quitado un fin de semana de disfrute con mis hijos, me ha quitado un aprendizaje en colegios o universidades, me va a quitar un tiempo de ocio o de vacaciones, me va a quitar el sueldo, el trabajo, o incluso me va a quitar la vida y la de algún ser querido. Ese virus es ahora responsable de mi cárcel como lo es el virus de la droga, de la delincuencia o del delito que haya podido cometer. Ahora estoy preso por un virus que no conozco y es verdad, del que no soy responsable, pero del que me quiero liberar, necesito liberarme cuando antes. Esta mañana incluso al levantarme, recordaba cuando muchos chavales me dicen que no quieren ni ducharse, porque para qué, si no van a ver a nadie o nadie les va a visitar, la desidia se apodera de ellos, como también se apodera de mí en estos días; me entran ganas de estar todo el día tumbado, en pijama, sin lavarme… y recuerdo las palabras que les digo yo a ellos: “tienes que lavarte y arreglarte por ti mismo, porque tú eres importante, porque aunque estés preso no has perdido tu dignidad como persona y como ser humano”
Y en esta situación de prisión, necesito ayuda, pido ayuda, necesito no sentirme solo, que alguien me eche una mano, necesito que alguien me diga que me quiere o que este virus no va a poder acabar conmigo. Y justo por eso acudo a quien me puede ayudar, mis amigos, mi gente más querida e incluso profesionales. En medio de mi prisión, necesito no sólo no sentirme en soledad, sino que eso se me demuestre. Y por supuesto, los creyentes también pedimos ayuda a Dios, le pedimos que sintamos su presencia, que nos ayude a percibir que no nos ha abandonado, que seguimos en sus manos, que se sigue preocupando por nosotros.
"Siento que ese virus que me tiene encarcelado me ha quitado un fin de semana de disfrute con mis hijos"
Los que tenemos la suerte de acudir cada día a prisión experimentamos eso mismo: vemos a personas privadas de libertad, encerradas, en situación de aislamiento, con vidas rotas, cierto que probablemente por su responsabilidad (no me gusta emplear la palabra culpa), pero en una situación similar a la que estamos viviendo nosotros. Pero encima, sin nevera llena, sin su gente alrededor, sin poder tampoco abrazar o besar a sus seres queridos o verlos cuando quieran, o ni siquiera hablar con ellos, porque todo está controlado. A veces pasando mucho tiempo sin saber nada de ellos porque no tienen medios o porque simplemente han terminado sus llamadas.
Y por eso en esa situación también piden ayuda, necesitan ayuda. Los que vamos de fuera casi cada día constatamos que nosotros somos unos agraciados porque podemos prestarles esa ayuda, porque somos los que les traemos aire fresco de la calle, noticias de su familia, o incluso, como nos dicen “porque oléis distinto”, porque no olemos a cárcel sino porque olemos a calle, nuestro perfume es diferente. Por eso también cuando vamos nos abrazan, nos piden algo, necesitan que les sonriamos, que les escuchemos, que les dediquemos tiempo, necesitan ver y saber que no están solos, que alguien está preocupado por ellos, que alguien les quiere. Necesitan saber y constatar que a pesar de ser responsables de su encerramiento, siguen siendo personas, con dignidad, que siguen siendo hijos de Dios. Por eso, es una suerte poder ir por allí y compartir su encerramiento con ellos en la medida de lo posible. Además sabiendo que esa fraternidad y esa afectividad es compartida, que el abrazo que nos damos en cada Eucaristía que celebramos o cada vez que nos encontramos en los pasillos, es un abrazo mutuo, que cada abrazo expresa nuestra mutua necesidad afectiva, de dar y recibir afectos, y por supuesto, que en cada abrazo está también la fuerza y el amor de un mismo Dios, que se vale de nosotros para transmitir también su amor.
Siempre nos dice el juez Arturo Beltrán, San Beltrán como es popularmente conocido en las prisiones por su dedicación al mundo de los presos y por su humanidad y cercanía especial a ellos, que los voluntarios, y en especial, los voluntarios de la capellanía somos como “los camilleros de los que habla el Evangelio”. El juez Beltrán siempre hace alusión al texto que nos relata San Lucas en el Evangelio: “En esto, aparecieron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y querían introducirlo para ponerlo delante de Jesús; pero, como no veían la manera de hacerlo a causa del gentío, subieron a la terraza, lo bajaron por el techo en la camilla y lo pusieron en medio delante de Jesús” (Lc 5, 18-19). Intentamos desde ahí hacer nosotros de camilleros con los chavales de la cárcel, y a la vez también con sus familias.
En estos días, también los chavales de Navalcarnero se encuentran sin camilleros; su aislamiento y encerramiento se ha hecho aún mayor; no podemos ir por la prudencia evidente del momento, no podemos llevar virus ni contagiarnos, no podemos abrazarnos… en la última eucaristía que tuvimos hace diez días nos decían que iban a echar de menos esos abrazos del momento de la paz, “cada vez que nos abrazáis sentimos algo especial”, nos dicen siempre, porque ciertamente un abrazo en la cárcel es algo muy distinto a cuando nos lo damos en la calle. En estos días su camilleros no están, y nosotros también sentimos esa ausencia, esa cercanía, sentimos que nos falta algo, sentimos que no podemos pisar nuestra “Tierra Santa”, que nos falta algo muy importante. Y desde nuestro ordenador, nuestra oración y nuestro corazón les recordamos en cada instante, y pedimos al Dios de la vida que Él les siga abrazando.
"Un abrazo en la cárcel es algo muy distinto a cuando nos lo damos en la calle"
Y tampoco tienen el abrazo y el cariño de sus familias, se han suspendido las visitas familiares y solo quedan las visitas entre cristales, que son frías, porque no puedes tocar a tu ser querido, porque te separa la frialdad del cristal, y en estos días más todavía, la frialdad de una mascarilla… Encerramiento doble, cárcel doble, aislados por su cárcel de cada día y por no tener espacios de comunicación entrañable con los seres queridos.
Pero miramos al futuro, sabemos que esta situación no puede durar, ansiamos poder reencontrarnos dentro de poco. Y mientras tanto, aprovecho desde mi cómoda casa para escribirles, para decirles por carta que no están solos. Es curioso que una carta que ya no se usa como instrumento de comunicación en la calle, en la cárcel sea algo tan especial; cuando oyes por megafonía tu nombre y te dan una carta es un regalo especial porque alguien se ha acordado de ti. Recuerdo siempre a Monasa, el supuesto pirata del caribe, cuando me agradecía la primera postal que le envié estando de vacaciones: “te has acordado de mí en tus vacaciones, y para mí eso ha sido el mejor regalo”. Es lo que estoy también haciendo estos días de “cárcel personal”, aprovechar para sentado, a veces con algunas lágrimas, expresarles mis abrazos por carta, y poner sus vidas delante de la presencia de Dios.
A la vez también pienso en mis otras cárceles, en las que me impiden ser libre a diario, pienso a lo que estoy atado; muchas veces también les digo yo a los presos que su cárcel no se llama Navalcarnero, que su cárcel por desgracia a veces es su vida; hoy también pienso que en estos días mi cárcel no es mi casa, sino también a veces mi vida, y le pido a Dios para mí lo que le pido para ellos: que esta cárcel momentánea me ayude a vivir mi vida en libertad dentro de unos días; ellos quizás sea dentro de unos años, pero sea como sea, que su cárcel sea el trampolín para vivir definitivamente en libertad, sin estar atado a nada.
"Desde nuestro ordenador, nuestra oración y nuestro corazón les recordamos en cada instante"
Y recuerdo también las palabras del Santo Nelson Mandela: “soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”; palabras sacadas del final de su oración de cada día dentro de la cárcel, donde estuvo más de treinta años confinado por el único delito de ser negro y de luchar por una igualdad y dignidad que todos tenemos como seres humanos. El sintió que su vida la dirigía él mismo, y él se sentía libre desde su propia libertad interior, que desde luego es mucho más que una libertad de movimientos. Esa es la libertad a la que tenemos que aspirar todos, incluso desde nuestro confinamiento actual, sea el que fuere…
Y termino esta reflexión sintiéndome solidario y preso con los presos de Navalcarnero, desde mi situación de “casa cómoda”, pidiendo a Dios por cada uno de ellos y sobre todo también pidiendo que podamos volver a ser pronto sus camilleros, o mejor, que sintamos que todos somos camilleros de todos, que todos nos necesitamos. Que pronto el abrazo en la cárcel pueda seguir siendo algo que nos distingue, que pronto podamos seguir sintiendo físicamente que no estamos solos, aunque ahora también lo sintamos en la distancia. No es fácil estar encerrado, pero por eso que nunca frivolicemos esa situación, y que el Dios de vida nos libere y nos dé capacidad para liberar cada día a nuestros hermanos y hermanas. Que, en palabras del papa Francisco, “no os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, dando la esperanza, el amor amando” (Carta, 21 de noviembre de 2014).
En estos días no podemos quizás ir en busca de otros, pero sí podemos pensar que lo nuestro no es lo peor, que nosotros no somos los que más sufrimos, que, en palabras de Jon Sobrino, ”las víctimas son otras", y no nosotros. Que reconozcamos que estamos confinados en nuestra “casa cómoda”, pero que otros están confinados durante años, e incluso que otros no están confinados porque no tienen casa, ni cómoda ni incómoda, sino que su casa es la de siempre, la calle. Que hagamos de la solidaridad la fuerza de nuestro compromiso en favor de los demás y que sintamos siempre que Jesús de Nazaret cuenta con nosotros para ser sus camilleros, para arrancar virus, para desterrar prisiones, “para anunciar un año de gracia del Señor” (Lc 4,19); y para experimentar también que en ese ser “camilleros” no estamos solos, sino que Dios cada día nos mima, nos abraza y nos quiere.
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