"El Dios de la vida te espera, te acoge y te abraza para siempre" Javier Sánchez: "Rubén nunca fue un hombre libre, por la cárcel y por la droga"
"Comenzó a consumir porros cuando apenas tenía 18 años, y desde entonces hasta ahora su vida casi no ha sido vida, no ha podido disfrutar de lo que disfrutamos todos, sino de la prisión"
"Por la noche, hacia las nueve y media, sonó el teléfono y era su madre. Yo pensaba que me iba a decir si lo había visto y lo había felicitado pero la noticia, entre sollozos, era otra: 'Rubén ha fallecido'"
"Cuando recuerdo mi última conversación con él, se me caen las lágrimas, porque quizás estuve demasiado duro, y a lo mejor lo que yo no entendía es que no podía dejar la droga, quizás yo estaba en mi mundo y él atrapado en el suyo"
"Cuando recuerdo mi última conversación con él, se me caen las lágrimas, porque quizás estuve demasiado duro, y a lo mejor lo que yo no entendía es que no podía dejar la droga, quizás yo estaba en mi mundo y él atrapado en el suyo"
| Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero
Era el día de su cumpleaños. Rubén cumplía 44 años, de los cuales había pasado más de media vida en el mundo de la delincuencia, la cárcel y sobre todo la droga, causante de todos sus males y enfermedades. Comenzó a consumir porros cuando apenas tenía 18 años, y desde entonces hasta ahora su vida casi no ha sido vida, no ha podido disfrutar de lo que disfrutamos todos, sino que los barrotes, las rejas y la entrada en prisión le ha perseguido una y otra vez.
Por la mañana, como su módulo en la cárcel está confinado por coronavirus, y además están los vis a vis penitenciarios suspendidos, no pudo ver a su madre como en otras ocasiones. Y por eso, solicitó una video-conferencia, para que su madre pudiera felicitarlo al menos por el teléfono. Y así lo hicieron. Como siempre, su madre le dijo que se cuidara, que iban pasando los años y se iba haciendo mayor, le felicitó con cariño y le dijo lo que le ha dicho en múltiples ocasiones a lo largo de toda su vida: que lo quería mucho, y que sufría mucho por él. Tras un beso “virtual”, su madre se despedía de él, hasta que pudiera verlo en un nuevo vis a vis. Lo que tanto Rubén como su madre no esperaban es que esa iba a ser la última vez que se vieran.
Rubén volvió al módulo confinado, comió y después de comer subió al “chabolo” a descansar la siesta como todos los días. Compartía celda con un compañero que también subió y se quedó dormido, parece que enseguida. Cuando el compañero despertó vio a Rubén sentado en una silla, lo llamó y zarandeó varias veces para intentar despertarlo, pero Rubén ya no estaba allí: su vida había terminado. Rápidamente llamó a los funcionarios y enseguida comprobaron que Rubén, nuestro Rubén, había fallecido, había pasado a una vida distinta, ojalá que mejor que la que tuvo aquí en estos 44 años.
Por la noche, hacia las nueve y media, sonó el teléfono y era su madre. Yo pensaba que me iba a decir si lo había visto y lo había felicitado pero la noticia, entre sollozos, era otra: “Rubén ha fallecido”, “hoy que además cumplía sus 44 años”. No podía creer la noticia fatídica, fue como una especie de puñalada por detrás, porque era muy querido por todos nosotros, por todo el grupo de la capellanía; sabíamos cómo era, sabíamos de su vida, pero todos le queríamos porque sabíamos también de su enfermedad y de casi su imposibilidad para salir adelante. Su madre, llorando, no paraba de decir que ahora le preocupaba Sergio, su hermano, que también esta allí en prisión: “acabo de perder a un hijo, pero no quisiera perder a otro”, fueron sus palabras.
Y al colgar el teléfono, y como mucho dolor y desconcierto, recordé a Rubén, sus abrazos, sus dormidas cuando estaba drogado y asistía a las misas, pero sobre todo recordé su cariño cada vez que se acercaba y pedía algo. Y me salió desde lo más profundo de mi corazón un decir qué pena, por qué, por qué siempre les toca a los mismos, por qué la vida es así de injusta.
Cuando llegué a la cárcel de Navalcarnero, hace catorce años, fue uno de los primeros chavales que conocí. Asistía siempre a misa, es verdad que muchas veces dormido por la droga, pero desde su fe, a su estilo, participaba en las misas. Y es verdad que siempre pedía por todos, no solo por él, sino que cuando rezaba siempre pedía por los que pasan hambre, por los necesitados, por los que no tienen comida, e incluso por la gente que lo pasaba mal en otros países.
Rubén miraba a los demás y los miraba desde su enfermedad, desde su pobreza pero estoy seguro que también desde su solidaridad. No vivió la vida, no pudo disfrutar de ella, porque la terrible lacra de la droga le quitó la vida desde joven; no pudo disfrutar de su familia porque la droga se lo impedía. No fue nunca un hombre libre, y no solo porque estuvo más de la mitad de su vida en la cárcel, sino porque la droga le impedía ser libre y vivir la vida como todos. Continuas entradas y salidas de la cárcel, continuo consumir dentro de la cárcel, continuo trapichear y mendigar un cigarro o “buscarse la vida”, como él decía, pero siempre atrapado por lo mismo. Tiene un hijo, que por desgracia sigue el mismo camino, y una vida rota y destrozada, hasta el final.
En la cárcel participaba en todas las actividades y grupos de la capellanía, y era parte de nuestro grupo de voluntarios, porque estaba siempre pendiente de nosotros, eso sí, la mayoría de las veces casi sin enterarse porque acababa de consumir, pero se encontraba a gusto y querido entre nosotros. El mes de julio pasado fue muy duro de consumo, y hace unos días, la ultima vez que le vi, así se lo dije; cuando recuerdo mi última conversación con él, se me caen las lágrimas, porque quizás estuve demasiado duro, y a lo mejor lo que yo no entendía es que no podía dejar la droga, quizás yo estaba en mi mundo y él atrapado en el suyo, en su enfermedad. Como tantas otras veces me prometió que iba a cambiar, y que iba a intentar dejarlo.
Yo siempre le hacia alusión a su madre y al sufrimiento que ella tenía, con él y con su hermano. Y en las misas siempre decía que las madres en general sufrían mucho por sus hijos en prisión, y le citaba incluso a él; cuando su madre me decía que sufría mucho por sus hijos pero que los quería porque eran sus hijos, y cada vez que iba a los vis a vis y yo la llevaba en el coche siempre salía diciendo que se marchaba muy preocupada porque no los venía bien, y que siempre los decía que eso no era vida, que dejaran de drogarse. “Pero son mis hijos, y los quiero mucho”.
Cuando Rubén me escuchaba decirlo en las misas, siempre decía: “bueno las madres y también los padres, que también sufren”. Rubén perdió a su padre, hace muchos años, de un cáncer de pulmón; y a mí siempre me sorprendió que él también hablara así de los padres, quizás porque yo ponía mucho énfasis en la especial relación de un hijo con su madre. Y sin embargo, sí que él estaba preocupado por su madre, por cómo estaba, qué le pasaba y siempre quería que fuera a verlo una vez al mes, porque para él su madre era especial. Es verdad que luego, las pocas veces que estuvo en la calle, apenas le hacía caso, pero para él su madre era especial; confieso que yo por ahí le atacaba mucho, y le decía que si de verdad la quería, que cambiara. Sus palabras siempre eran las mismas: “Sí, Javi, a partir de ahora voy a intentarlo”. Pero aquello duraba apenas unas horas y volvía a lo mismo. Otras veces me decía que quería hablar, y se ponía delante de mí a llorar como un niño, y a decirme que estaba deprimido, que su vida no tenía sentido y que no sabía qué podía hacer. Y entonces, llorábamos juntos y yo intentaba animarle, diciendo que merecía la pena seguir adelante.
O recuerdo cuando nos dábamos la paz en las misas, y me decía: ”la paz contigo, cabroncete”, con una sonrisa de oreja a oreja. Quizás no supe entenderlo, aunque sí que creo que estuve ahí, con todo el grupo de voluntarios.
En el tanatorio, su madre me dijo lo que me decía siempre: “Hay que ver lo que me ha hecho sufrir y lo mucho que lo quiero, y lo mucho que él también me quería a mí”. Lo decía entre lágrimas, pero a la vez serena, porque también me dijo: “Estoy tranquila, como que tengo y siento fuerzas por dentro, yo creo que Rubén me está ayudando y me está dando fuerzas, y Dios también”.
Cuando lo vimos en el féretro, parecía otro; nunca le habíamos visto así, estaba guapo, tranquilo, y con una mirada como de paz y de felicidad que en todos estos años jamás había tenido. Y en ese rato junto a él, sí que le pedí al Padre que lo tuviera abrazado, que toda la paz que no pudo tener aquí ahora la consiguiera junto a Él.
Ahora el Dios de la vida lo estaba esperando y seguro que ha preparado para Rubén un sitio muy diferente, un sitio sin rejas, sin funcionarios, sin partes, sin módulos y sobre todo sin droga. Un sitio donde puede hacer lo que no pudo hacer aquí: vivir.
Un lugar donde los besos de su madre y los abrazos nuestros se multiplican, porque ahí va a conocer al amor de un Dios que, a pesar de todo, siempre estuvo con él. Rubén se dio un “homenaje” el día de su cumpleaños, con un consumo excesivo, que le llevó al encuentro definitivo con el Dios de la vida, donde de verdad ese Padre bueno del hijo pródigo le estaba preparando un homenaje muy especial. Quizás las palabras de Rubén en ese encuentro fueron como las del hijo pródigo: “he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo”, ”he desaprovechado mi vida, la que tú me diste, he hecho sufrir a muchas personas, sobre todo a mi madre, pero hazme un hueco junto a ti”. Y el abrazo del Padre habrá sido como el de la parábola, y la fiesta posterior habrá sido explosiva, porque Dios lo habrá abrazado y lo tendrá abrazado eternamente.
Ojalá que también Angelines, su madre, sienta esa fuerza de Dios y de Rubén, ya resucitado; que esa fuerza que me decía sentía ante su hijo muerto, sea la fuerza y la esperanza que le acompañe ahora, para poder pensar en el encuentro que algún día va a tener con él, y donde ya no va a tener que pensar si llega tarde o no al vis a vis, porque será un vis a vis permanente y eterno. Rubén, y esa es nuestra fe, ahora disfruta de lo que no pudo disfrutar, y ahora ya no necesita droga para sentirse bien, ahora el amor y el abrazo del Padre lo llena todo, y se siente plenamente libre. El homenaje que Dios le ha dado ha sido superior a todos los homenajes del mundo, aunque nosotros, desde el dolor, no lo entendamos, porque quizás solo recordamos lo que él ha sufrido en esta vida y ha hecho sufrir a los demás. Ojalá que ese mismo Padre bueno que lo ha acogido, como lo tenía acogido siempre y nos tiene acogidos a todos, lo sintamos también nosotros en estos momentos de pesar y de lágrimas, sobre todo su madre.
Ayer teníamos como todos los sábados las misas en la cárcel de Navalcarnero; tuvieron que ser más rápidas de lo habitual porque a las doce y media era el entierro de Rubén. Era como un fatal sueño, no sólo no estaba él allí, como cada sábado, medio dormido, hablando a veces a destiempo, rezando… sino que además al terminar iba a darle el adiós definitivo, o al menos, un hasta luego; y confieso que la sensación fue muy rara: Rubén ya no se quedaba entre rejas, ya no me llevaba las cosas al armario como otros días, ya no me pedía nada, sino que ahora iba yo a despedirle, y a dejarle, eso sí, en un sitio muy especial, y junto a alguien muy especial. Rubén no se quedaba ya en la cárcel, sino que iba a su viaje definitivo, a encontrarse con el Dios de la vida, con el Padre-Madre bueno que siempre lo quiso, y que ahora lo estaba esperando y lo iba a abrazar, mejor que lo abrazaba yo en el momento de la paz, o cuando nos despedíamos.
A la una del mediodía, celebramos la Eucaristía de despedida de Rubén en el tanatorio; fue emotiva, porque le recordamos, desde el cariño y desde la impotencia y el dolor. Y a continuación, fue el entierro allí mismo, en Alcorcón; un silencio, lo envolvía todo, estaba también su hermano Sergio, que le dieron el día de permiso en la prisión, y sus otros dos hermanos, además de Carmen y Uge, dos voluntarias de la capellanía de la cárcel. La tragedia estaba en el ambiente y yo creo que a todos se nos escaparon las lágrimas, porque lo que resumía el momento era la pena, y a la vez, un pensar que quizás ahora Rubén pudiera gozar de la paz que en esta vida no pudo encontrar, o no supimos darle.
Ahora ya no necesitaba nada, porque sin duda estaba en el mejor de los sitios, junto a su Padre Dios. Pero a nosotros no solo nos costaba la despedida, sino también el pensar que su vida como tal no había sido vida, que no había podido disfrutar de ella, porque desde que pudo comenzó con su adicción, y eso le impidió vivir y ser libre. Muchas veces lo hablábamos los dos, y él me lo reconocía: “Tu cárcel no es Navalcarnero, Rubén, tu cárcel es la droga, y eso es lo que te impide ser libre y feliz”; y él siempre decía que era así, y que se iba a plantear cambiar, pero ese momento nunca llegó, pudo más su adicción que su amor a esta vida y a los suyos. Siempre me decía además que iba a cambiar por su madre, porque sabía que su madre sufría mucho por él y por su hermano, pero ese momento nunca llegó. Ahora recuerdo todas las broncas que yo le echaba por ello, incluso cuando le recriminaba que si quería de verdad a su madre, cambiaría de vida… Quizás yo tampoco le entendí nunca, quizás nunca entendí que su enfermedad le hacia imposible cambiar, pero que no era una cuestión de simple voluntad…
Cerraron el nicho, y con ello cerraron también su vida; la droga había hecho definitivamente que Rubén no fuera feliz,y que al final, fuera la causa de su muerte. La desolación la vivimos todos los que estábamos allí, aunque sin duda abiertos a la esperanza. A la esperanza de pensar que Dios ahora lo había acogido, y lo tenía abrazado para siempre. Su madre además pensaba ahora en su otro hijo, Sergio, y el día anterior me decía que ahora era lo que le preocupaba: “he perdido un hijo, pero no quiero perder dos”. Me dijo en el tanatorio que en la misa dijera cosas bonitas de su hijo, y la verdad es que no sé lo que dije, pero lo que sí que puedo decir es que Rubén no se merecía la vida que llevó, que era un hombre cercano y cariñoso y sobre todo que yo también me sentí querido por él. Que su vida fue un infierno del que él no fue del todo responsable, pero que era alguien que sentí cerca de mí, a pesar de que yo también a veces le recriminara.
Hasta siempre Rubén, tenemos que volver a vernos cuando nos reencontremos definitivamente, sin ataduras, sin droga, sin rejas, sin chabolo… Ya eres un hombre libre, Dios te ha dado la plena libertad, Dios ha hecho una fiesta en tu honor. Cuida ahora de manera diferente sobre todo de tu madre, como ella me decía, sé tu su fortaleza. Tu, como decía el evangelio que leíamos hoy en la misa, has sido el último pero ahora eres el primero; Dios te estaba esperando para estar siempre junto a ti. Nosotros no lo entendemos, nos quedamos tristes, solos, con mucho dolor… pero con la esperanza de que el Dios de la vida te va a cuidar mucho mejor que nosotros. Tu madre, desde siempre te ha cuidado y te ha querido, ha dado lo mejor por ti, ahora estas ya en manos del Padre-Madre, Dios. El Dios que te soñó, te acoge ahora definitivamente, te has ido pero permanecerás siempre en el corazón de nuestra vida.
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