"Hombre sencillo, trabajador y fiel a su esposa, a su hijo y a su Dios" José, el carpintero de Nazaret
"Buena parte de su vida transcurre en relación con los grandes personajes: Jesús y María. Es grande su conformidad con el designio del Altísimo"
"Respetando la decisión de la pareja, Dios movió sus hilos procurando su felicidad y el participar libremente en la encarnación del Hijo obediente"
"La felicidad llenaba el establo y hasta los animales mostraban su contento. María fajando a su hijo lo acostó en el pesebre que allí había"
"La nube de la gloria de Dios descendió al lecho donde estaban Jesús, María y José, los cubrió de luz y vida, se oyeron cantos de ángeles y oraciones de bendición"
"La felicidad llenaba el establo y hasta los animales mostraban su contento. María fajando a su hijo lo acostó en el pesebre que allí había"
"La nube de la gloria de Dios descendió al lecho donde estaban Jesús, María y José, los cubrió de luz y vida, se oyeron cantos de ángeles y oraciones de bendición"
| Antonio Nadales Navarro
¡Bendito sea José, el pobre y humilde carpintero de Nazaret, el actor secundario pero muy necesario que colaboró generosamente en la economía de la salvación!
Buena parte de su vida transcurre en relación con los grandes personajes: Jesús y María. Es grande su conformidad con el designio del Altísimo. Su entrega, como la de María a la redención de Jesús, especialmente en la infancia, es fundamental, laboriosa y poco vistosa, pero esencial, y todo ello, solo porque era justo.
La encarnación del Hijo amado del Santo Padre es para llamar a los pecadores a la conversión, a los conversos hacerlos hijos y a los hijos hacerlos santos. De esta efusión de gracia divina quién se llenó primero fue María, y luego José según Dios dispusiera. La intensidad de la santificación está en relación con el que santifica. Y nadie en una familia más unida al hijo que la madre y después el padre, generalmente.
Desde hace tiempo, José mostró interés por María, la jovencita especial de la aldea, alguien singular por el conjunto de sus virtudes. Era el parecer de todos los que la conocían. La duda no recaía sobre ella sino más bien sobre él. ¿Estaría a la altura? ¿Sería el esposo que le convenía a María? Un día se sintió lleno de un especial ánimo gozoso. ¡Sí! Decididamente, sí, le pediría la mano de María a sus padres Joaquín y Ana. A María, dicho sea de paso, le agradó que José se decidiera. Le había observado y había comprobado lo justo que era.
Respetando la decisión de la pareja, Dios movió sus hilos procurando su felicidad y el participar libremente en la encarnación del Hijo obediente.
José y María viven su noviazgo con amor y alegría, esperando santamente el día gozoso del desposorio. Mas para estos novios tan especiales hay designios celestiales. Habiendo hecho José el primer movimiento, el Padre santo pone en marcha la maquinaria de la salvación, y a los seis meses de la concepción de Isabel, el mensajero de Dios le anuncia a María los planes del Altísimo sobre ella. La doncella de Nazaret, que se tiene por la más pequeña de las esclavas del Señor, con el corazón ardiente, la mente confusa y la resuelta voluntad, da un sí inmenso al Dios de Israel en el que confía plenamente.
Los pobres de Yahvé sólo lo tienen a Él por toda su riqueza, y se le abandonan con absoluta libertad y plena confianza, sabiendo que nunca serán defraudados. En los momentos de oscuridad que vendrían, a José y María solo les sostendrían su amor y la fe. Amor transfigurado de quién a la vida nueva ha pasado. Fe de quién camina sabiéndose guiado en medio de una inmensa y, a veces, dolorosa oscuridad.
La verdadera caridad no mira contras solo pros. Se le anunció que su pariente Isabel está gestando al futuro Juan Bautista, y María considera que debe ir a su casa a ayudarla. A sus padres y a José les parece bien la propuesta de la joven.
María dejó su cuidado, en las manos del Amado. Después de lo anunciado lo más prudente hubiese sido permanecer en su casa. La joven lo tiene claro cuando tiene que elegir. Siempre el amor frente a la reputación. Jesús, su santísimo hijo, será vilipendiado por salvar a los pecadores, ensuciándose y cansándose por buscar a la oveja perdida.
María cuando vuelve de la casa de Isabel muestra signos de su embarazo. Los vecinos murmuran y eso duele. A Joaquín y Ana y a José, las burlas sottovoce y gestuales duelen, duelen mucho. Ella que se sabe noticia de ´última hora`, calla. Con todos, calla y con José también. El Dios de los padres que la eligió a ella, la pequeña, revelándole tan magno misterio, si quiere hacer partícipe a José que se lo revele también.
El amor tiene unas razones que la mala razón desconoce y nunca descubrirá, porque piensa mal y ellos creen que todos actúan según su perverso parecer. Ana y Joaquín también callan mientras meditan qué pudo suceder. Y José reflexiona calladamente.
He aquí que la doncella de Nazaret tenía razón, ¡José es elegido también! y Dios envía de nuevo a su mensajero que, a través del sueño, le revela lo dispuesto sobre él. Y José, justo, fiel y temeroso del Señor, no tiene inconveniente en creer y aceptar, como su luminosa prometida aceptó creyendo que sería todo verdad.
Cuando los sufrientes prometidos se encuentran se produce un inmenso silencio, en la fusión de un abrazo de amor renovado, con la disposición interna de confiar siempre en ella, de confiar siempre en él, y ambos en el Dios de Israel.
José y María celebran su matrimonio con un gozo y una paz inusuales. Mas cuando los planes de Dios sobrevuelan sus cabezas, nunca se puede estar descuidado, pues cuando menos te lo piensas llega el edicto del emperador de toda la tierra. Y cada cual va a empadronarse en su ciudad de origen. Y ahí tenemos a los recién casados haciendo la maleta para un largo e incierto viaje.
De los inconvenientes para la gestante María ni contarlos y de los sudores del caminante José ni decirlos. Cuando la vista alcanza a ver, vislumbran un cartel que dice: Bienvenidos a Belén. -Por fin, María, llegamos, podrás quitarte el polvo del camino y descansar. - ¿Y tú? Mi sufrido José, ¿debes estar agotado? - Y consolándose mutuamente llegaron a la aldea.
- ¿Tenéis posada?, preguntaba el dolido José. Y así, una y otra vez. Mirad que venimos desde Nazaret para inscribirnos y mi mujer embarazada está. ¡Por compasión!, dadnos lugar. Decía el justo José con paz en el corazón y temblorosa la voz. -No te preocupes esposo mío-, dijo María contemplando lo que pasaba. -Yo estoy bien, y el niño que va a nacer tiene un Padre en el cielo que cuidará de él. Todo sucederá conforme a su santa voluntad-.
Y, caminando lentamente, con el pueblo acabaron, y un establo encontraron ocupado por animales que, gustosamente, lugar les dejaron. Sin decir nada, los dos se miraron y se animaron ante tanta pobreza y necesidad. -Yo hubiese deseado otra cosa para ti y para el niño-. Dijo José, siendo interrumpido por el dedo de su mujer sellando sus labios. Ofrecerse a Dios es estar dispuesto a aceptar lo imprevisible, lo inexplicable para la razón humana.
Lo peor estaba por llegar. María se agita ante la proximidad del parto. José dice: -Voy a buscar a alguien que te ayude-. Y le responde la doncella: -No, José, mejor quédate conmigo. Dios proveerá- Y aquella joven que concibió por el poder de Yahvé, por el mismo poder alumbró al que es Luz de Israel y de las naciones. Y el niño rompió a llorar, y los primerizos padres mostraban su alegría con alabanzas a Dios y carantoñas al bebé.
La felicidad llenaba el establo y hasta los animales mostraban su contento. María fajando a su hijo lo acostó en el pesebre que allí había. José aseó un lugar al lado de la improvisada cuna, tomó de la mano a su esposa y se sentaron sonrientes a meditar el misterio del que habían participado: el Verbo encarnado, naciendo de la Virgen, es el Enmanuel anunciado, luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel.
Mientras regresan a su casa en Nazaret, José a paso firme, a veces, y cansado, otras, sigue considerando lo sucedido con él, su papel en tan especial y celestial misión, y su relación con su mujer. A veces mira a la madre y al niño, otras lo miran a él. Sobre el borriquillo María acaricia a su pequeño, que gozoso le sonríe y, mirándose, se complacen los tres.
En un descanso, los esposos hablan dulcemente de lo que por el camino pensaron los dos. Y, tomándose de las manos, su confianza, renovaron en Dios, vivirían sólo para su hijo Jesús, y dejarían su cuidado entre las azucenas olvidado.
Y, así, pasó una mañana y pasó una tarde. Pasaron los meses y pasaron los años. Sobre las espaldas de José se fueron acumulando los fríos y los calores, las enfermedades y los dolores, los años, las preocupaciones y la pobreza, con sus limitaciones.
Un día José no se encontró bien, y no tuvo fuerzas para levantarse, y acudir a su cita diaria con el taller. María su esposa-virgen lo atendió y cuidó con todo esmero y delicadeza. Y Jesús atendía el trabajo de su padre, cuidando los detalles, donde la maestría se evidencia. Vinieron los familiares para interesarse por José, y los vecinos también. Todos le deseaban salud y pronta recuperación. Pero los de casa, María y Jesús, veían que no estaba bien, que la luz vital se apagaba y el dolor mortal se acrecentaba.
Una tarde José contempla que, mientras el sol se aleja, la oscuridad se adueña de la sala y de su cuerpo. Es preludio de un final cercano. Llama a su familia para que oren con él. Acuden la esposa fiel y el hijo amado al lecho del justo y bendecido José. Orad conmigo para que en este postrero trance me encuentre con fuerzas para despedirme de vosotros y presentarme ante el Todopoderoso. María y Jesús tomaron las manos de José y así, entrelazados los tres, oraron al Dios de los padres, al Dios de Israel.
La nube de la gloria de Dios descendió al lecho donde estaban Jesús, María y José, los cubrió de luz y vida, se oyeron cantos de ángeles y oraciones de bendición. La separación entristecía lo que la esperanza fortalecía. Entonces ascendió la gloria de Yahvé y el alma de José entró en el Seno de los Justos, a esperar el día y el momento de la glorificación de Jesús, el hijo de José.
La sombra de José es alargada como la del ciprés. Protege al caminante del duro sol y esparce, al cansado por la vida, con sus ramas el frescor. Como, en otro tiempo, se pusieron bajo su custodia María y su Hijo, ahora se le encomiendan: la Iglesia, los Seminarios, los pueblos y las gentes, confiando en la intercesión del Justo y Casto José, hombre sencillo, trabajador y fiel a su esposa, a su hijo y a su Dios.
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