La Iglesia católica, su relación con el mundo contemporáneo y el espíritu de renovación De Juan XXIII a Francisco, una Iglesia que opta por los pobres

Juan XXIII, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco
Juan XXIII, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco

"Ante el estado de salud del papa Francisco, se han encendido muchas alarmas provocando tensiones"

"Pero no podemos olvidar que la Iglesia católica, a lo largo de su historia bimilenaria, ha experimentado múltiples momentos de renovación, tensiones internas y transformaciones sociales que han impactado su manera de relacionarse con el mundo"

"Este texto busca trazar un panorama histórico-teológico desde Juan XXIII hasta Francisco, describiendo los matices que cada pontífice ha introducido en esta dinámica de una Iglesia que se renueva y se compromete con los más pobres"

Introducción: el espíritu de renovación

Ante el estado de salud del papa Francisco, se han encendido muchas alarmas provocando tensiones. Pero no podemos olvidar que la Iglesia católica, a lo largo de su historia bimilenaria, ha experimentado múltiples momentos de renovación, tensiones internas y transformaciones sociales que han impactado su manera de relacionarse con el mundo. Uno de los periodos más decisivos en el siglo XX comenzó con la figura de Juan XXIII, el papa que convocó el Concilio Vaticano II (1962-1965). Este gran acontecimiento histórico impulsó una reforma interna y externa que buscaba la adaptación de la Iglesia a los nuevos signos de los tiempos, estableciendo un diálogo con el mundo moderno y promoviendo un mayor acercamiento a las realidades concretas de la humanidad.

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La Iglesia “en salida”, expresión tan repetida hoy bajo el pontificado de Francisco, hunde sus raíces en procesos que vienen de décadas atrás. Desde el llamado “Papa Bueno”, pasando por Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, se fueron gestando diversos acercamientos a la problemática social, a la pobreza y a la injusticia. Sin embargo, cada pontificado presenta características y matices propios, con énfasis en distintas facetas de la Doctrina Social de la Iglesia. Bajo la guía de los documentos conciliares, la figura de los papas y las enseñanzas de las Conferencias Episcopales –especialmente en América Latina–, la Iglesia fue asumiendo gradualmente una “opción preferencial por los pobres” que se constituyó en uno de los rasgos más distintivos de su actividad pastoral y de su compromiso misionero.

El grito inclusivo del Papa: “Todos, todos, todos”

La consigna de “una Iglesia pobre y para los pobres”, acuñada con especial fuerza por el Papa Francisco, no es simplemente un eslogan de marketing religioso, sino que parte de un largo camino de reflexión teológica y, a la vez, de una praxis pastoral en contextos de gran vulnerabilidad. Diversos teólogos latinoamericanos –entre ellos Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y Jon Sobrino– contribuyeron a sentar las bases de la Teología de la Liberación, fuertemente ligada a esa opción preferencial por los pobres. La llegada de Francisco al pontificado, primer papa latinoamericano, dio mayor relieve mediático y práctico a esta orientación, integrándola con la tradición católica universal y poniéndola al servicio de una humanidad herida por la desigualdad, la injusticia y las crisis de diverso orden.

Este texto, por tanto, busca trazar un panorama histórico-teológico desde Juan XXIII hasta Francisco, describiendo los matices que cada pontífice ha introducido en esta dinámica de una Iglesia que se renueva y se compromete con los más pobres. Abordaremos la importancia del Concilio Vaticano II, el desarrollo de la doctrina social en las encíclicas papales, la influencia de la Teología de la Liberación y, finalmente, el enfoque del Papa Francisco que ha dado un nuevo aire a la misión evangelizadora y a la agenda social de la Iglesia. Todo ello con el fin de comprender un fenómeno complejo y, a la vez, fascinante: cómo una institución con más de dos mil años de historia puede adaptarse a las realidades del siglo XXI sin perder su identidad esencial, y cómo ese proceso ha desembocado en una opción cada vez más clara por quienes sufren la marginación y la pobreza.

El legado de Juan XXIII: el Papa bueno que abrió las ventanas

La elección de Angelo Giuseppe Roncalli como Papa el 28 de octubre de 1958 supuso un giro inesperado en la historia eclesial moderna. Conocido por su cercanía humana, su sencillez y su estilo bondadoso, Juan XXIII se ganó el afecto de los fieles y el apodo de “Papa Bueno” en muy poco tiempo. Pero más allá de su carisma personal, Roncalli trajo consigo una visión novedosa que se manifestaría en su convocatoria al Concilio Vaticano II en 1962. Su intención era clara: “abrir las ventanas de la Iglesia para que entre aire fresco”.

Juan XXIII sentía que la Iglesia necesitaba dialogar con el mundo contemporáneo, actualizar su lenguaje y su forma de relacionarse con las culturas emergentes. Esto no significaba abandonar la tradición, sino permitir que la fuerza del Evangelio se expresara de manera renovada, sensible a las inquietudes del presente. La llamada “aggiornamento”, palabra italiana que puede traducirse como “puesta al día” o “actualización”, se convirtió en el corazón de su proyecto. En lo que atañe a la cuestión social y la opción por los pobres, Juan XXIII dejó señales muy importantes. Ejemplo de ello es la encíclica Mater et Magistra (1961), donde hace un llamado claro a la justicia social y a la solidaridad internacional, recordando la importancia del desarrollo integral de los pueblos.

La preocupación social de Juan XXIII encontró otro cauce destacado en la encíclica Pacem in Terris (1963), publicada poco antes de su muerte. En este documento, el Papa habla de la paz mundial no simplemente como ausencia de conflicto, sino como la construcción de relaciones justas entre las naciones y los individuos. La búsqueda de la paz exige el reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, incluyendo el derecho a una vida digna, al trabajo y a la participación en la sociedad. Con ello, se sientan bases que anticipan un compromiso más decidido de la Iglesia con la justicia y la promoción humana, elementos fundamentales que más tarde formarían parte del discurso sobre la opción por los pobres.

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El pontificado de Juan XXIII fue breve (1958-1963), pero marcó un antes y un después en la historia eclesial. Su llamado al Concilio Vaticano II influyó de manera determinante en la mentalidad de obispos, teólogos y laicos de todo el mundo, despertando un deseo creciente de reformas pastorales y de cercanía con los problemas concretos de la gente. Fue gracias a ese impulso inicial que la Iglesia, poco a poco, fue saliendo de un cierto aislamiento y empezó a involucrarse más en las problemáticas sociales y culturales que atravesaban la segunda mitad del siglo XX. Si bien Juan XXIII no usó explícitamente la expresión “opción preferencial por los pobres”, su mensaje y sus gestos pastorales reflejaron una sensibilidad que allanó el camino a desarrollos posteriores más explícitos.

Con la muerte de Juan XXIII en 1963, el Concilio ya estaba en marcha y su sucesor, Pablo VI, continuaría esa obra de reforma y apertura al mundo que su predecesor había comenzado.

El Concilio Vaticano II y su legado social

El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue un evento revolucionario en la historia de la Iglesia católica. Convocado por Juan XXIII y continuado bajo el pontificado de Pablo VI, reunió a más de dos mil obispos de todo el mundo y contó con la participación de teólogos, peritos y observadores laicos y de otras confesiones cristianas. Se convirtió, así, en un foro universal de reflexión y actualización de la Iglesia, abordando una amplia gama de temas: liturgia, la relación con el mundo moderno, la naturaleza y misión de la Iglesia, la libertad religiosa, el ecumenismo, entre otros.

En el ámbito social, uno de los documentos conciliares más relevantes es la constitución pastoral Gaudium et Spes (1965), cuyo título completo es “Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual”. Este texto representa un hito en la historia de la relación entre la Iglesia y la sociedad, pues asume una actitud de diálogo sincero con el mundo contemporáneo y reconoce la necesidad de atender las realidades políticas, económicas y culturales que afectan la dignidad de la persona humana. Gaudium et Spes plantea una visión de la Iglesia como “comunidad de fe” al servicio de toda la familia humana, poniendo énfasis en la justicia social, el desarrollo integral y la superación de las desigualdades.

En la misma línea, el Concilio dio un impulso renovado al rol de los laicos, reconociendo su vocación a la santidad en medio del mundo y su responsabilidad en la transformación de las estructuras sociales injustas. Dejó en claro que la promoción del bien común y la lucha contra la pobreza no es tarea exclusiva de clérigos o religiosos, sino de todo el Pueblo de Dios. Así se crearon las bases para un mayor involucramiento de los laicos en iniciativas pastorales y en el compromiso social, un factor determinante en el crecimiento de movimientos católicos que trabajan con poblaciones empobrecidas o marginadas.

Otro eje de la reforma conciliar fue el llamado a la colegialidad episcopal, reforzando la importancia de la comunión de los obispos con el Papa, y su corresponsabilidad en la misión de la Iglesia. Esta apertura posibilitó que las conferencias episcopales regionales asumieran un protagonismo más fuerte en la interpretación de las enseñanzas conciliares en sus contextos locales. Especialmente en América Latina, este nuevo clima eclesial permitió que obispos y teólogos se animaran a reflexionar sobre la situación de injusticia y pobreza que vivían amplias mayorías de la población, dando lugar a conferencias como la de Medellín (1968) y Puebla (1979), donde se planteó con fuerza la idea de la “opción preferencial por los pobres”.

Las siete claves para comprender el Concilio Vaticano II

Si bien el Concilio Vaticano II no resolvió todas las cuestiones sociales ni ofreció respuestas cerradas a las problemáticas de la pobreza y la injusticia, sentó los pilares para una Iglesia más sensible, abierta y dialogante. La renovación teológica y pastoral que impulsó, unida a las reflexiones de Pablo VI y a la recepción eclesial de las conferencias episcopales, fue generando un caldo de cultivo favorable para que la Iglesia fuera afinando su compromiso con quienes sufren. De esta manera, tras el Concilio, la dinámica de la opción por los pobres fue cobrando cada vez más fuerza, tanto en las prácticas pastorales como en la elaboración de nuevas teologías, marcando la vida del catolicismo posterior y, de modo especial, la visión de pontífices sucesivos como Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

Pablo VI y la encíclica Populorum Progressio

Pablo VI, sucesor de Juan XXIII, desempeñó un papel crucial al llevar a término el Concilio Vaticano II y promover sus enseñanzas en la Iglesia universal. Su pontificado (1963-1978) destacó por la continuidad con la línea renovadora de su predecesor y, al mismo tiempo, por una preocupación muy marcada por los problemas sociales y económicos de la época. Un hito fundamental de su magisterio social fue la encíclica Populorum Progressio (1967), subtitulada “Sobre el desarrollo de los pueblos”. En ella, Pablo VI abordó de manera directa la cuestión del subdesarrollo y la pobreza en el ámbito mundial, denunciando las profundas desigualdades entre naciones ricas y naciones pobres.

Populorum Progressio propone que eldesarrollo no se limite a un simple aumento de bienes materiales, sino que abarque a la persona en su totalidad, tanto en el aspecto económico y cultural como en el espiritual. El Papa afirma que el desarrollo integral es el nuevo nombre de la paz, insistiendo en que no habrá paz auténtica si las causas estructurales de la miseria y la desigualdad no son afrontadas de raíz. Además, la encíclica llama a la solidaridad internacional, subrayando la responsabilidad de las naciones ricas en la asistencia y la cooperación con los países menos favorecidos.

La recepción de Populorum Progressio fue muy significativa en América Latina, una región que para entonces experimentaba fuertes tensiones sociales, revoluciones y dictaduras, así como una enorme brecha entre ricos y pobres. Teólogos, obispos y agentes de pastoral se sirvieron de las intuiciones de Pablo VI para reforzar la idea de que la Iglesia debía tomar partido por los pobres y oprimidos. En este contexto, en 1968 tuvo lugar la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Medellín (Colombia), que hizo una lectura contextualizada del Concilio Vaticano II y plasmó de manera explícita la opción preferencial por los pobres, marcando un hito para toda la región y para la Iglesia universal.

Pablo VI también enfrentó desafíos internos y externos. En el interior de la Iglesia, hubo quienes cuestionaron los cambios conciliares, viéndolos como una amenaza a la tradición; otros, en cambio, deseaban reformas más profundas y rápidas. En el contexto internacional, la Guerra Fría, las descolonizaciones y la creciente tensión en países latinoamericanos ponían a prueba la capacidad de la Iglesia para responder con justicia y caridad. Aun así, el pontificado de Pablo VI dejó un claro legado: la dimensión social del Evangelio no es algo accesorio, sino un componente esencial de la misión de la Iglesia, y el compromiso con los pobres forma parte de la identidad cristiana en el mundo contemporáneo.

De la Teología de la Liberación a la Conferencia de Medellín

Uno de los frutos más notables del impulso conciliar en América Latina fue el surgimiento de la Teología de la Liberación, un movimiento teológico y pastoral que tomó forma hacia finales de la década de 1960. Aunque no hubo un único fundador ni un texto fundacional estricto, se suele atribuir un papel pionero al teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, autor del libro “Teología de la Liberación: Perspectivas”, publicado en 1971. Este nuevo enfoque teológico partía de la realidad de pobreza y opresión que caracterizaba a buena parte del continente latinoamericano, invitando a una reflexión crítica desde la fe cristiana que impulsara la liberación integral de los oprimidos.

La Teología de la Liberación hizo suya la “opción preferencial por los pobres”, al considerar que Dios actúa en la historia tomando partido por los más débiles y marginados. Inspirados en el libro del Éxodo, los teólogos de la liberación veían en la historia de la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud egipcia un paradigma para leer la realidad social de los pueblos oprimidos en América Latina. El objetivo, así, no era simplemente hacer caridad o asistencia, sino transformar las estructuras de injusticia que perpetuaban la pobreza.

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Algunos pilares de la Teología de la Liberación incluyen:

1. El análisis de la realidad socio-económica: la fe debe partir de la lectura de los hechos concretos de opresión y marginación.

2. La praxis liberadora: la reflexión teológica está íntimamente unida a la acción transformadora, al compromiso en los movimientos de base, comunidades eclesiales y luchas populares.

3. La centralidad del Reino de Dios: el anuncio evangélico pide justicia y la liberación del pecado estructural que se manifiesta en múltiples formas de explotación.

La II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín(1968) tuvo un gran impacto en el reconocimiento eclesial de estos planteamientos. Aunque no todos los obispos asistentes se identificaban con la Teología de la Liberación, la conferencia asumió como suyo el concepto de la “opción preferencial por los pobres”. En los documentos finales, se insistió en la necesidad de una conversión pastoral que priorizara la justicia social y la dignidad humana, denunciando las situaciones de dependencia económica y la brutal concentración de la riqueza. Medellín, así, se convirtió en un momento de síntesis entre el espíritu renovador del Concilio Vaticano II y las urgentes demandas de los pueblos latinoamericanos.

No obstante, la Teología de la Liberación no estuvo exenta de controversias. En décadas posteriores, algunos de sus representantes fueron acusados de caer en reduccionismos ideológicos, mezclando marxismo y cristianismo de manera impropia. El Vaticano, bajo Juan Pablo II, emitió documentos –como “Libertatis Nuntius” (1984) y “Libertatis Conscientia” (1986)– donde se advertía contra lecturas políticas que distorsionaran el mensaje evangélico. Con todo, el núcleo más genuino de la Teología de la Liberación, centrado en la defensa de la dignidad humana y el compromiso con los pobres, se fue integrando progresivamente al magisterio social de la Iglesia, influyendo en la pastoral de obispos y congregaciones religiosas en todo el mundo.

Juan Pablo II y su relación con la opción por los pobres

Karol Wojtyła, elegido Papa en 1978 con el nombre de Juan Pablo II, encabezó uno de los pontificados más largos del siglo XX (1978-2005). Su formación filosófica y su experiencia pastoral en Polonia, un país bajo la influencia del comunismo, influyeron en la forma en que abordó la cuestión social. Por una parte, Juan Pablo II fue un papa firme en la defensa de la dignidad humana y los derechos de los más vulnerables, continuando la línea de sus predecesores al promover la justicia social y la opción por los pobres en sus múltiples viajes y encíclicas. Por otra parte, mostró una cautela notable hacia cualquier interpretación de la Teología de la Liberación que pudiera coquetear con el marxismo o tendencias revolucionarias.

Uno de los textos clave para entender el magisterio social de Juan Pablo II es la encíclica Sollicitudo Rei Socialis(1987), publicada con motivo del 20º aniversario de Populorum Progressio. En ella, el Papa examina la problemática del desarrollo global, denunciando el abismo entre norte y sur, entre países ricos y países pobres. Afirma que el subdesarrollo no es solo económico, sino que afecta al ser humano en su integridad. Reitera el llamado a la solidaridad internacional y a la conversión de los corazones para construir un mundo más justo. En este sentido, la encíclica da continuidad a la “opción preferencial por los pobres”, viéndola como una dimensión esencial de la caridad cristiana.

Del mismo modo, en Centesimus Annus(1991), publicada al cumplirse 100 años de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, Juan Pablo II reflexiona sobre las transformaciones ocurridas tras la caída del comunismo en Europa del Este. Reconoce el fracaso de los regímenes comunistas, pero alerta sobre los excesos del capitalismo salvaje que perpetúan desigualdades e injusticias. Ratifica que la Iglesia no propone un sistema económico concreto, sino que aboga por los principios de solidaridad y subsidiariedad, manteniendo la centralidad de la persona humana y el bien común.

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A pesar de estas claras referencias al deber cristiano de atender a los pobres y luchar contra la injusticia, Juan Pablo II mantuvo un tono crítico hacia ciertos teólogos de la liberación que, a su juicio, podían haber caído en derivaciones políticas extremas. Durante su pontificado, algunos de estos teólogos fueron silenciados o llamados a la corrección por la Congregación para la Doctrina de la Fe, entonces dirigida por el Cardenal Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI). Este hecho provocó tensiones, especialmente en América Latina, entre quienes veían en la Teología de la Liberación una fuerza renovadora y quienes la consideraban demasiado cercana a ideologías marxistas.

No obstante, hay que reconocer que Juan Pablo II viajó varias veces a América Latina y en repetidas ocasiones defendió con pasión los derechos de los trabajadores, los campesinos y los indígenas. También se reunió con movimientos sociales y dedicó palabras de aliento a quienes sufrían injusticias. Su crítica se dirigía más a los aspectos ideológicos que consideraba contrarios al Evangelio, que a la genuina opción por los pobres que la Teología de la Liberación seguía impulsando en muchas comunidades católicas. Con el paso del tiempo, el núcleo de esta opción fue integrado en la doctrina social de la Iglesia sin controversias mayores, como parte de un consenso eclesial creciente en torno a la exigencia moral de defender a los más débiles.

Por tanto, el legado de Juan Pablo II en materia social puede leerse en dos vertientes complementarias: la afirmación contundente de la dignidad humana y de la justicia social como base de la paz, y, a la vez, la cautela frente a lecturas ideológicas que él consideraba reductoras de la fe cristiana. Esto no impidió que su pontificado influyera decisivamente en la consolidación del mensaje eclesial sobre la pobreza y la solidaridad, además de reforzar la presencia universal de la Iglesia en la esfera pública, con un carisma personal sin precedentes en la era de los medios de comunicación globales.

Benedicto XVI y la continuidad de la doctrina social

Joseph Ratzinger, elegido Papa en 2005 con el nombre de Benedicto XVI, había servido durante años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe bajo Juan Pablo II. Esta trayectoria le otorgaba una sólida formación teológica y un profundo conocimiento de las diversas corrientes presentes en la Iglesia, incluyendo la Teología de la Liberación, con la cual había estado en diálogo crítico desde la década de 1980. Sin embargo, durante su pontificado (2005-2013), Benedicto XVI mostró también una clara preocupación por los problemas sociales y una cercanía a las líneas esenciales de la “opción preferencial por los pobres”.

Un momento destacado de su magisterio social fue la encíclica Caritas in Veritate (2009), publicada en medio de la crisis económica mundial que estalló en 2008. En este documento, Benedicto XVI retoma la visión del desarrollo humano integral propuesta por Pablo VI en Populorum Progressio y la actualiza frente a los desafíos del mundo globalizado. Sostiene que la caridad, iluminada por la verdad, es el principio rector de la doctrina social de la Iglesia, y advierte sobre los efectos nocivos de una economía regida únicamente por la lógica de la ganancia y la especulación financiera. De esta forma, invita a repensar los modelos de desarrollo, integrando la ética, la justicia social y la sostenibilidad ambiental.

Aunque Benedicto XVI no fue tan enfático mediáticamente como su sucesor Francisco en la denuncia de las desigualdades, sí subrayó la importancia de la justicia y el amor en la construcción de un orden social más humano. Criticó el relativismo moral y la pérdida de valores que conducen a la explotación de los débiles, abogando por el respeto incondicional a la vida y la dignidad de la persona. Así, mientras algunos lo percibían como un Papa más conservador en cuestiones de disciplina eclesiástica, su enseñanza social reflejaba continuidad con la línea marcada por Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.

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Es importante resaltar que, durante su pontificado, Benedicto XVI mantuvo un tono reconciliador con las corrientes teológicas que, en el pasado, habían sido objeto de censura o llamada de atención. No retiró las advertencias doctrinales anteriores, pero puso de relieve la necesidad de una genuina síntesis entre la justicia social y la verdad evangélica. En muchos de sus viajes y discursos, expresó su cercanía a los pobres, insistiendo en que la Iglesia no puede permanecer indiferente ante las condiciones inhumanas que afectan a millones de personas.

En síntesis, Benedicto XVI representó la continuidad en la doctrina social de la Iglesia, insistiendo en la centralidad del amor y la verdad para un desarrollo integral y solidario. Su renuncia al pontificado en 2013 abrió paso a la elección de Francisco, quien retomaría con fuerza y gran impacto mediático la línea de la “opción preferencial por los pobres”, añadiendo nuevos matices pastorales y una reforma más amplia de la vida eclesial.

Francisco: una Iglesia en salida hacia las periferias (I)

La elección del cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio como Papa en marzo de 2013 supuso un acontecimiento histórico en varios sentidos: el primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita en ocupar la sede de Pedro y el primero en elegir el nombre de Francisco, en referencia a San Francisco de Asís, santo de la pobreza y de la fraternidad universal. Este gesto simbólico ya apuntaba hacia una marcada sensibilidad por los pobres y por la reforma de la Iglesia en clave de sencillez evangélica.

Desde los inicios de su pontificado, Francisco dejó claras sus prioridades, expresadas de manera memorable en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013). En este texto programático, el Papa invita a toda la Iglesia a una conversión pastoral y misionera, a “salir” de sí misma para ir al encuentro de las periferias geográficas y existenciales. El concepto de “Iglesia en salida” se complementa con la insistencia en la cercanía a los más pobres, a aquellos que la sociedad descarta o ignora. Francisco critica abiertamente el “ídolo dinero” ydenuncia una “economía de la exclusión y la inequidad” que mata y genera una cultura del descarte.

El Papa también ha sido muy claro al reafirmar la “opción preferencial por los pobres” como parte esencial del anuncio evangélico. En Evangelii Gaudium (n. 198-208) profundiza en esta idea, subrayando que la solidaridad con los pobres no es un elemento accesorio o una tarea opcional, sino un imperativo que brota del corazón mismo del Evangelio. Además, insiste en la importancia de integrar a los pobres en la sociedad y en la vida de la Iglesia, evitando tanto la indiferencia como la instrumentalización política. Esta opción debe manifestarse en obras concretas de justicia y servicio, pero también en una actitud de verdadera escucha y participación.

Otro rasgo distintivo del pontificado de Francisco es su lenguaje directo y profético, que a menudo cuestiona la indiferencia de los fieles ante el sufrimiento ajeno y señala los pecados estructurales que perpetúan la desigualdad. Sus mensajes en eventos internacionales, como en la sede de la ONU o ante los movimientos populares, reflejan su voluntad de incidir en la conciencia global y de suscitar cambios efectivos en las políticas públicas. Al mismo tiempo, dentro de la Iglesia, ha promovido gestos simbólicos poderosos, como las visitas a cárceles, hospitales y zonas afectadas por catástrofes, o la iniciativa de celebrar el Jueves Santo lavando los pies de personas encarceladas, inmigrantes y marginadas, en lugar de hacerlo en las tradicionales basílicas romanas.

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No cabe duda de que el estilo pastoral de Francisco se relaciona con su experiencia personal en Buenos Aires, donde como arzobispo solía moverse en transporte público, visitar villas miseria y mantener un contacto directo con los fieles de las periferias. Su interés por la dimensión social del Evangelio se ve también reflejado en la insistencia en la misericordia, que fue el eje del Año Santo de la Misericordia (2015-2016). Para él, la misericordia no es una actitud tibia o meramente piadosa, sino la fuerza que impulsa a la Iglesia a abrazar a los más necesitados y a sanar las heridas de la humanidad.

En términos de doctrina social, la encíclica Laudato Si’ (2015) supuso otro hito significativo, al vincular la preocupación por el medio ambiente con la justicia social. Francisco critica con fuerza el actual modelo de desarrollo que destruye la “casa común” y excluye a millones de personas. Plantea que no es posible cuidar la naturaleza sin cuidar al ser humano, y viceversa; por ello, la crisis ecológica es también una crisis social y espiritual. Este énfasis en la ecología integral ha enriquecido la tradición de la doctrina social católica, abriendo nuevos horizontes de reflexión y praxis para la opción por los pobres, ya que las poblaciones más vulnerables suelen ser las primeras y principales víctimas de la degradación ambiental.

Francisco: una Iglesia en salida hacia las periferias (II)

La preocupación de Francisco por los pobres y marginados se ha manifestado también en su constante referencia a la cultura del encuentro. Para el Papa, la indiferencia es el mayor enemigo de la fraternidad, porque levanta muros en lugar de tender puentes. Con frases como “primerear en la caridad” –es decir, adelantarse, tomar la iniciativa– y “ponerse la camiseta por los últimos”, insiste en que no basta con discursos o documentos, sino que se requiere un cambio de mentalidad y de actitudes que conduzca a compromisos concretos a favor de la justicia.

Una de las acciones significativas ha sido la instauración de la Jornada Mundial de los Pobres, celebrada anualmente desde 2017, con el fin de invitar a la comunidad cristiana y a la sociedad en general a reconocer y atender las necesidades de los más vulnerables. Además, Francisco ha pedido una Iglesia que sea como un “hospital de campaña”, preparada para curar las heridas de las personas que sufren. Estas imágenes y gestos han revitalizado la dimensión caritativa y diaconal de la Iglesia, recordando que la evangelización auténtica no puede desentenderse de las realidades de injusticia y pobreza.

En el ámbito de la política internacional, Francisco ha sido un defensor de los migrantes y refugiados, a quienes considera una de las categorías más vulnerables de nuestro tiempo. Ha visitado lugares emblemáticos como la isla de Lampedusa en Italia, denunciando la “globalización de la indiferencia” ante la tragedia de miles de personas que mueren en el Mediterráneo buscando una vida mejor. Con ocasión de la crisis de refugiados en Europa y de la migración en América Latina, el Papa ha urgido a los gobiernos y a las comunidades cristianas a acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes, enfatizando que detrás de cada persona migrante hay un rostro humano y un sufrimiento concreto.

Por otro lado, Francisco ha impulsado un estilo de liderazgo colegial, reforzando el papel de los sínodos y de las conferencias episcopales. El Sínodo de la Amazonía (2019) es un ejemplo de esta dinámica, donde se abordaron cuestiones de justicia social, defensa de los pueblos indígenas y protección de la biodiversidad. Esta dimensión sinodal, al menos en intención, busca dar voz a las periferias dentro de la propia Iglesia, escuchando a quienes viven en regiones olvidadas o marginadas. Con ello, se profundiza la idea de que la opción por los pobres no es solo un tema de asistencia material, sino de reconocimiento y dignificación de los pueblos y culturas sometidas.

Otro punto clave en el pontificado de Francisco es la atención que ha prestado a la economía global y al sistema financiero. El Papa habla a menudo de una “economía que mata” cuando se rinde al lucro desenfrenado, descuida el bien común y no pone a la persona en el centro. En sus discursos ante organizaciones como la FAO, la ONU o los encuentros con movimientos populares, Francisco ha abogado por un cambio de paradigma que supere el consumismo y la cultura del descarte, promoviendo modelos de producción y consumo más justos y sostenibles. Sus propuestas pueden suscitar controversias, pues exigen reorientar intereses y estructuras de poder; pero evidencian la coherencia de un Papa que se toma en serio la dimensión social del Evangelio.

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Asimismo, la reforma de la Curia Romana emprendida por Francisco busca hacer más transparente y eficiente la gestión económica de la Santa Sede, intentando así eliminar cualquier forma de corrupción o mal uso de los recursos que deben servir a la misión de la Iglesia. Estas reformas han encontrado resistencias internas, pero se enmarcan en la visión de una Iglesia pobre y para los pobres, donde el testimonio de honestidad y coherencia ética es fundamental para la credibilidad del anuncio evangélico. Para Francisco, la Iglesia no puede ser una ONG, pero tampoco puede actuar como un mero poder temporal; está llamada a ser una comunidad de fe que sirva al mundo desde la lógica del amor y la justicia.

En resumen, el pontificado de Francisco ha revitalizado con fuerza la opción preferencial por los pobres, recordándole a la Iglesia su vocación original de servicio a los más necesitados. Este énfasis combina la herencia de sus predecesores con su propio estilo pastoral marcado por la cercanía, la sencillez y la transparencia. Aunque las tensiones internas y los retos del mundo moderno no han desaparecido, el liderazgo de Francisco ha impulsado una renovación que no deja indiferentes ni a católicos ni a no católicos en todo el mundo, haciendo de la Iglesia un actor relevante en la construcción de una sociedad más justa y fraterna.

Desafíos contemporáneos y visión a futuro (I)

Pese a los notables avances y a la revitalización de la opción por los pobres en la era de Francisco, la Iglesia católica enfrenta múltiples desafíos para que esta opción no se quede en un mero discurso o en acciones puntuales. Uno de los principales es la credibilidad ante el mundo, especialmente luego de las crisis de abusos sexuales y de poder que han sacudido a la institución en varios países. Para que su mensaje de justicia y caridad sea tomado en serio, la Iglesia necesita seguir profundizando en la transparencia, la responsabilidad y la reparación de las víctimas. Francisco ha dado pasos en esta dirección, pero persisten resistencias y lentitud en algunos ámbitos.

Otro desafío consiste en mantener la unidad interna frente a sensibilidades teológicas y pastorales muy diversas. Si bien el Concilio Vaticano II y los pontífices posteriores han señalado el camino de la reforma y la opción social, sigue habiendo grupos católicos que ponen el acento en otras cuestiones o que temen que el énfasis social oscurezca la dimensión espiritual. Para algunos sectores más tradicionalistas, la defensa de la doctrina y la liturgia constituye el eje primordial, y ven con recelo ciertas posturas de Francisco, acusándolo de ambigüedad o de excesivo progresismo. En el otro extremo, hay católicos que se sienten frustrados por la lentitud de las reformas y quisieran una transformación más radical de las estructuras eclesiásticas.

Asimismo, el papel de los laicos se ha convertido en un tema central. El Concilio Vaticano II ya había subrayado la vocación de los laicos a la santidad y su compromiso en la vida pública, pero todavía existen prácticas y mentalidades clericalistas que limitan su protagonismo. Una Iglesia que opte por los pobres necesita de la participación activa de todos sus miembros, en particular de las mujeres, quienes siguen reclamando un mayor reconocimiento en la toma de decisiones. La apuesta por la sinodalidad que promueve Francisco podría abrir nuevas vías de participación, aunque el proceso no está exento de dificultades.

Por otro lado, la aceleración de los cambios culturales y tecnológicos en el mundo plantea preguntas inéditas a la doctrina social de la Iglesia. La digitalización, la automatización del trabajo, la inteligencia artificial y la creciente precarización laboral requieren una reflexión ética que proteja la dignidad humana y evite nuevas formas de exclusión. La opción por los pobres debe actualizarse ante las “nuevas pobrezas” que surgen en las sociedades posindustriales: el desempleo estructural, la soledad y el aislamiento, la crisis de sentido y la falta de acceso a la educación tecnológica, por mencionar algunas.

Asimismo, el cambio climático y la crisis ecológica continúan siendo un desafío impostergable. Tras la publicación de Laudato Si’, la Iglesia ha ido incorporando la preocupación por la ecología integral en su enseñanza y en la práctica pastoral. Sin embargo, la implementación real de esta enseñanza varía mucho de un lugar a otro. Lograr una conversión ecológica que vincule el cuidado de la naturaleza con la justicia social exige una modificación de estilos de vida, de hábitos de consumo y de estructuras económicas profundas. Muchas comunidades eclesiales aún no han dado un paso decidido en esta dirección.

Desafíos contemporáneos y visión a futuro (II)

El diálogo interreligioso y la convivencia pacífica en un mundo plural también forman parte de los retos actuales. Para una Iglesia que se preocupa por la pobreza y la marginación, resulta esencial colaborar con otras religiones y organizaciones humanitarias en proyectos de desarrollo y promoción humana. Este espíritu de diálogo y cooperación se ha visto en los encuentros de Francisco con líderes musulmanes, judíos, budistas e hindúes, y en iniciativas conjuntas para responder a emergencias humanitarias. Sin embargo, la polarización política y los fundamentalismos religiosos siguen dificultando la construcción de puentes duraderos.

La dimensión política de la opción por los pobres también genera tensiones. La Iglesia, en su doctrina social, señala que no se identifica con ningún partido o ideología, pero propone principios que deben orientar la acción política (bien común, subsidiariedad, solidaridad, participación, etc.). No obstante, en la práctica, obispos y sacerdotes se ven a veces presionados a posicionarse en debates electorales o en situaciones de alta polarización. La tentación del populismo o de la instrumentalización política de la religión sigue presente, y exige un discernimiento cuidadoso para que el servicio a los pobres no derive en alianzas partidistas que desvirtúen la misión evangelizadora.

Otro factor a considerar es la globalización de la indiferencia, un término que el Papa Francisco utiliza para describir la actitud de pasividad o falta de empatía ante las injusticias que suceden lejos de nuestra realidad inmediata. En un mundo hiperconectado por la información digital, paradójicamente, muchas personas se “desconectan” emocionalmente de los sufrimientos ajenos. Para contrarrestar esta tendencia, la Iglesia necesita fortalecer su presencia en los medios de comunicación, adaptarse a los lenguajes de las redes sociales y, al mismo tiempo, promover experiencias comunitarias de servicio y empatía que ayuden a romper la burbuja del individualismo.

Por último, en el horizonte futuro se vislumbra la necesidad de nuevas generaciones que asuman el liderazgo dentro de la Iglesia. Muchos jóvenes están preocupados por la justicia social, la ecología y la inclusión, pero también muestran desconfianza hacia instituciones tradicionales. El reto es cómo canalizar ese anhelo de transformación y conectar las búsquedas espirituales de los jóvenes con la rica tradición católica. La Jornada Mundial de la Juventud, y las pastorales juveniles, pueden ser espacios privilegiados para que la Iglesia dé testimonio de su compromiso con los pobres, formando líderes capaces de articular fe, cultura, política y solidaridad de manera coherente.

En conclusión, la Iglesia católica de nuestro tiempo, inspirada por el pontificado de Francisco pero también por el legado de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, tiene ante sí una tarea monumental: hacer presente el amor de Dios a todos los seres humanos, con especial atención a quienes sufren la pobreza material y existencial. Para ello, debe perseverar en la reforma interna, sanar sus propias heridas y contradecir con la práctica las acusaciones de incoherencia. Asimismo, debe continuar desarrollando un magisterio social que responda a los desafíos de la época, promoviendo una auténtica cultura del encuentro, la fraternidad y la justicia solidaria.

Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional»: Carta del Papa Francisco  a los jóvenes - Legionarios de Cristo

Conclusión: una Iglesia con rostro de misericordia

Desde la convocatoria del Concilio Vaticano II por parte de Juan XXIII hasta el pontificado de Francisco, la Iglesia católica ha recorrido un camino significativo en su relación con el mundo contemporáneo y, muy particularmente, en su compromiso con los pobres y marginados. Cada uno de los papas que han sucedido a Roncalli, con su propio estilo y énfasis, ha contribuido a profundizar en la doctrina social eclesial, subrayando la necesidad de traducir la fe en obras concretas de justicia, solidaridad y amor preferencial hacia los más vulnerables.

Juan XXIII, con su llamado al aggiornamento, inició una renovación eclesial que permitió al Concilio Vaticano II abrir las ventanas y dialogar con las realidades del mundo moderno. Pablo VI, con Populorum Progressio, enfatizó la importancia del desarrollo integral y la solidaridad internacional, mientras que el magisterio de Juan Pablo II, plasmado en encíclicas como Sollicitudo Rei Socialis y Centesimus Annus, subrayó la centralidad de la dignidad humana y la responsabilidad de la Iglesia ante las nuevas problemáticas sociales, si bien mantuvo una postura crítica frente a ciertas interpretaciones radicales de la Teología de la Liberación. Benedicto XVI continuó esta línea de reflexión, aportando la perspectiva de la Caritas in Veritate para iluminar los retos de la economía global y el desarrollo sostenible.

Finalmente, Francisco, el primer papa latinoamericano, ha retomado con un vigor nuevo la “opción preferencial por los pobres”, impulsando una Iglesia en salida, cercana a las periferias existenciales y sociales. Con Evangelii Gaudium, Laudato Si’ y el impulso a la sinodalidad, ha renovado la agenda social y pastoral de la Iglesia, subrayando la urgencia de una conversión ecológica y el rechazo a toda forma de cultura del descarte. Sus gestos, sencillos pero profundamente simbólicos, han devuelto la atención mediática y pública a la dimensión social del Evangelio, abriendo un horizonte de esperanza para quienes anhelan una Iglesia más humilde, fraterna y servidora.

No obstante, este camino no está exento de tensiones y resistencias. La coherencia entre el discurso y la práctica sigue siendo el principal desafío para una institución que también experimenta sus propias fragilidades y pecados. La demanda de transparencia y justicia en los casos de abusos, la necesidad de una reforma más profunda de las estructuras eclesiales y la búsqueda de nuevos lenguajes para anunciar el Evangelio en contextos secularizados constituyen desafíos permanentes. Aun así, el legado conjunto de estos pontífices, desde Juan XXIII a Francisco, permite afirmar que la Iglesia católica, en su mejor expresión, ha optado y debe seguir optando por los pobres como rasgo esencial de su identidad y de su misión.

Así, la esperanza es que esa opción no se convierta en un simple eslogan, sino que se traduzca en un estilo de vida eclesial marcado por la sencillez, la misericordia y la justicia. Solo de este modo podrá la Iglesia cumplir con fidelidad su vocación más profunda: ser sacramento de salvación para toda la humanidad, testimoniando la Buena Nueva de Jesucristo, que se identificó con los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los enfermos y los encarcelados (Mt 25,31-46). La historia sigue abierta, y el reto de encarnar una Iglesia pobre y para los pobres exige el compromiso de cada creyente, en comunión con los pastores y con la tradición viva del papa Francisco.

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