"El poder revolucionario de la misericordia" ¿Misericordia sin verdad? / ¿Verdad sin misericordia?
Este Papa no cambia las normas escritas, ni derriba las estructuras externas; sin embargo, transforma la praxis y la vida. No cambia la Iglesia desde fuera. Más bien, la transforma mucho más profundamente: espiritualmente, desde dentro. La transforma mediante el espíritu del Evangelio; es una revolución de la misericordia.
En su caso, estas palabras no son meras expresiones piadosas vacías. Por lo tanto, su reforma tiene el potencial de cambiar la Iglesia y devolverla al corazón del mensaje de Jesús más profundamente que muchas reformas pasadas
Con su ejemplo personal de valentía cristiana, el Papa Francisco nos inspira a no dejarnos intimidar ni desanimar por ciertos acontecimientos en la Iglesia. Al contrario, nos invita a actuar como hijos libres de Dios, viviendo responsablemente la libertad con la que Cristo nos ha liberado, y a no dejar que se nos imponga de nuevo el yugo de la esclavitud de la religión de la ley, como nos amonesta el Apóstol San Pablo en su Carta a los Gálatas
Con su ejemplo personal de valentía cristiana, el Papa Francisco nos inspira a no dejarnos intimidar ni desanimar por ciertos acontecimientos en la Iglesia. Al contrario, nos invita a actuar como hijos libres de Dios, viviendo responsablemente la libertad con la que Cristo nos ha liberado, y a no dejar que se nos imponga de nuevo el yugo de la esclavitud de la religión de la ley, como nos amonesta el Apóstol San Pablo en su Carta a los Gálatas
| José Ignacio Camiruaga Mieza CMF
Quisiera detenerme brevemente en el Papa Francisco y en su estilo de reformar la Iglesia que ya se ha puesto de manifiesto en muchas y muy diversas ocasiones. El Papa no es un revolucionario empeñado en cambiar la doctrina de la Iglesia. He escuchado a quienes le conocen bien desde hace décadas que no es un progresista teológico; más bien, es misericordioso. La misericordia es la clave para entender su personalidad y su reforma.
Este Papa no cambia las normas escritas, ni derriba las estructuras externas; sin embargo, transforma la praxis y la vida. No cambia la Iglesia desde fuera. Más bien, la transforma mucho más profundamente: espiritualmente, desde dentro. La transforma mediante el espíritu del Evangelio; es una revolución de la misericordia. En su caso, estas palabras no son meras expresiones piadosas vacías. Por lo tanto, su reforma tiene el potencial de cambiar la Iglesia y devolverla al corazón del mensaje de Jesús más profundamente que muchas reformas pasadas.
Para contrarrestar a Francisco, apareció en la escena católica hace ya años un panfleto con la sugerente pregunta: ¿Misericordia sin verdad? Yo, que no soy muy inteligente, me hice esta contra-pregunta: ¿Verdad sin misericordia?
El énfasis en la creencia de que cambiar el comportamiento es más que cambiar la letra de la ley y las estructuras inspiró a la Iglesia primitiva. Por ejemplo, en la Carta a Filemón leemos una historia paradigmática. El Apóstol San Pablo se hizo cargo del esclavo fugitivo Onésimo, lo bautizó y lo devolvió a su amo cristiano, Filemón, con el añadido de que el esclavo seguiría a su servicio. Sin embargo, Filemón debía recordar que Onésimo era su hermano en Cristo.
El cristianismo no recomendaba entonces derrocamiento revolucionario violento del sistema de la esclavitud como fue, por ejemplo, la rebelión de Espartaco. Más bien abogaba por la creación de un clima moral de fraternidad humana y respeto mutuo por el valor de cada ser humano, en el que el sistema de esclavitud debiera finalmente exhalar su último suspiro. Sin embargo, hay que añadir que la Iglesia no siempre ha hecho lo suficiente por adoptar esta postura sobre la esclavitud en su historia posterior. Este énfasis será evocado insistentemente una y otra vez por figuras proféticas como Bartolomé de las Casas y otros.
La mentalidad de un cierto tipo de 'catolicismo sin cristianismo' realmente me recuerda a los escribas y fariseos de la época de Jesús. ¿Cómo se puede vivir con este peso de la historia de la Iglesia, mantener el respeto a la Iglesia, sentir el cum Ecclesia y la fidelidad al Evangelio, y sacar fuerzas de la promesa de Dios de darnos un "futuro lleno de esperanza"?
El Papa Francisco no cambia los dogmas, ni cuestiona aquellas secciones de los documentos de la Iglesia que son, esperemos que todos lo sepan, 'productos' caducados desde hace tiempo. Del mismo modo, el Concilio Vaticano II tampoco anuló oficialmente, por ejemplo, los anatemas del Papa Pío IX sobre la libertad de conciencia, de prensa y de religión (por ejemplo el Syllabus de los errores). Al contrario, publicó un documento vinculante -la constitución Gaudium et spes- que transformó estos valores, hasta entonces rechazados por la Iglesia, en parte integrante de su doctrina. Sin embargo, los cambios en el estilo de comportamiento y en el enfoque pastoral -el Concilio Vaticano II pretendía ser un "concilio pastoral"- condujeron a muchas estructuras y formulaciones oficiales simplemente, tarde o temprano, a su declive.
El Papa Francisco nos inspira a no dejarnos intimidar ni desanimar por ciertos acontecimientos en la Iglesia. Al contrario, nos invita a actuar como hijos libres de Dios
Con su ejemplo personal de valentía cristiana, el Papa Francisco nos inspira a no dejarnos intimidar ni desanimar por ciertos acontecimientos en la Iglesia. Al contrario, nos invita a actuar como hijos libres de Dios, viviendo responsablemente la libertad con la que Cristo nos ha liberado, y a no dejar que se nos imponga de nuevo el yugo de la esclavitud de la religión de la ley, como nos amonesta el Apóstol San Pablo en su Carta a los Gálatas.
"¡No pasa nada, todo seguirá como antes!" gritan los exagerados agoreros apocalípticos de iglesias, los seguidores de una religión muerta. Sí, en realidad no hay nada que pueda atrapar al Papa Francisco o apedrearlo como la gente de Nazaret quería hacer con Jesús. Francisco no es un hereje, como tampoco lo son quienes han aceptado su invitación a la renovación espiritual de la Iglesia. Es necesario continuar en este espíritu, confiando en el poder revolucionario de la misericordia de Dios que es el Alfa y la Omega de la teología de Francisco.
Al comienzo del Año de la Misericordia, algunos de nosotros teníamos ciertas dudas teológicas de que la noción de misericordia no interpretara demasiado el amor de Dios "desde arriba". Sin embargo, quedó claro por qué el Papa nos llama a la misericordia, a través de la cual invitamos a Dios a entrar en las complejas y dolorosas relaciones humanas, no como garante de principios inmutables, sino como un poder amable, bondadoso, generoso, comprensivo, perdonador y sanador, capaz de transformar a los seres humanos, a la Iglesia y a la sociedad.
La línea horizontal de la "fraternidad humana" de la que hablaba el Papa en su Encíclica Fratelli tutti necesita de la línea vertical del amor como misericordia infinita que trasciende todo límite humanamente concebible; es el amor sin fronteras hacia el que sólo podemos dirigirnos como una meta que no se realizará plenamente hasta que seamos acogidos en los brazos de Dios. Este ideal no debe convertirse en una "ley", según la mayoría de las palabras de Jesús. Más bien, debe seguir siendo un impulso constantemente provocador y proféticamente inspirador.
Al principio de la pandemia, algunos cristianos intentaron de nuevo jugar su carta de un dios malvado y vengativo con el que podían asustar a los que ya se habían desvinculado de la influencia de la Iglesia. El miedo siempre ha sido terreno fértil para los ‘empresarios’ de una religión falsa. Todo dolor humano se les presta como supuesta prueba de sus visiones apocalípticas. Como San Juan Pablo II, el Papa Francisco repitió las palabras de Jesús llenas de esperanza y fuerza: ¡No tengáis miedo! ¡No os dejéis intimidar!
Incluso en los días en los que el coronavirus estaba matando a muchas personas, personalmente no podía evitar preocuparme por otra pandemia, la del fundamentalismo y el fanatismo
Tengo que admitir que, incluso en los días en los que el coronavirus estaba matando a muchas personas, personalmente no podía evitar preocuparme por otra pandemia, la del fundamentalismo y el fanatismo. Es la pandemia que me sigue preocupando y ocupando aún. Mirando ese fundamentalismo católico, aún hoy sigo luchando contra la fuerte tentación del escepticismo que se está alojando en mi mente y en mí corazón: "¿es todavía posible el diálogo ecuménico en el seno de la Iglesia católica?".
Me parece que el diálogo interreligioso, en particular con personas cultas y reflexivas fuera de la Iglesia, es mucho más fácil que cualquier comunicación con personas que mezclan la religión con esfuerzos y postulados fundamentalistas. Durante muchos años he vivido el gran sueño de creer y apostar por la unión de todos los que creen en Cristo. Hoy, para mí, este sueño se ha ido como esfumando. Hay diferencias que considero insalvables, y estas diferencias no son entre las Iglesias, sino en medio de la misma Iglesia Católica.
Realmente no me encuentro a gusto caminando bajo la misma bandera con personas que afirman con confianza dogmática pasmosa saber que Dios creó el mundo en seis días; que Moisés es el autor de los Cinco Libros de Moisés (incluidos los pasajes sobre su muerte); que los hallazgos del Arca de Noé fueron recuperados en el Monte Ararat; con aquellos que se oponen a la ordenación de mujeres alegando que Jesús no eligió a ninguna mujer como su apóstol (después de todo, no eligió a ninguno de nosotros, ni siquiera a los gentiles incircuncisos… Siguiendo esta lógica, no podemos ordenar a ningún no judío...). Por poner solamente unos pocos ejemplos.
La reciente polémica del ya famoso cartel de la Semana Santa sevillana del año 2024 me da qué pensar en una España en el que se ha producido o se está produciendo actualmente uno de los procesos de secularización más rápidos y profundos de Europa… Me da qué pensar el hecho de algunos católicos apoyen, a veces con poca visión de futuro, ciertas protestas y agresiones en una sociedad que, incluidas especialmente las generaciones más jóvenes, se aleja más lejos, quizá definitivamente, de la Iglesia. Aquella "España católica" -como la "Polonia católica" o la "Irlanda católica"- acabará siendo historia.
Es una sensación, lo sé, pero para un gran número de cristianos de hoy el contenido positivo de la fe se ha vaciado. Y, por lo tanto, sienten la necesidad de basar su "identidad cristiana" en las "guerras culturales" contra los preservativos, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, las bendiciones de personas gay o de personas en situación no regular, etc. El Papa Francisco tuvo la valentía de referirse a este catolicismo reducido y definido negativamente como "obsesión neurótica".
No tengo absolutamente ninguna intención de abandonar la Iglesia, donde seguiré encontrándome con personas con tales puntos de vista y convicciones morales en la única mesa eucarística. Soy muy consciente de que yo también soy un ser humano falible y propenso al error. Además, soy intelectualmente muy corto e ignorante. Sin embargo, me asalta una gran duda: ¿no es hora de dejar atrás el objetivo del ecumenismo de "todos los cristianos" y centrar en cambio todas las energías en profundizar en un ecumenismo fructífero (compartir, sinergia y enriquecimiento mutuo) entre personas con razón, tanto creyentes como no creyentes? ¿Debemos seguir malgastando tiempo y energía en vanos intentos de diálogo con personas exageradas y extremistas que se ponen a la defensiva cuando se utiliza la palabra ‘diálogo’ incluso aunque quizá podamos entender la motivación subjetiva de su postura?
Hoy en día, personas con una muy determinada mentalidad fundamentalista encuentran el apoyo de cierta parte de la jerarquía eclesiástica
Hoy en día, personas con una muy determinada mentalidad fundamentalista encuentran el apoyo de cierta parte de la jerarquía eclesiástica también de modo tácito, por su estruendoso silencio, y esto es para mí también fuente de preocupación.
Sí, recitamos el mismo Padrenuestro y el mismo Credo junto con esta gente. No niego que haya gente buena y honesta entre ellos. Hemos recibido el mismo sacramento del bautismo y acudimos a la misma mesa de la Palabra y del Cuerpo y Sangre de Cristo. Sin embargo, me temo que vivimos en universos paralelos que no pueden conectarse.
Escuchando ciertos discursos apocalípticos sobre el mundo depravado que no contiene la más mínima chispa del Evangelio, de fe, de amor y de esperanza, y cuyos autores no podrían ser excusados precisamente por su simplicidad de inteligencia, voy perdiendo la convicción de estar verdaderamente conectado a través de la misma religión con personas de tal mentalidad, aunque formalmente pertenezcamos a la misma Iglesia Católica.
Coincido plenamente con las palabras adjudicadas a uno de los más grandes líderes cristianos del siglo XX, el Cardenal Martini: no me asusta la gente que no tiene fe; lo que me molesta es la gente que no piensa. Sin embargo, me di cuenta de que la línea divisoria entre las personas que piensan y las que no piensan no es en absoluto la misma que la diferencia entre las personas educadas y las que no lo son; mi llamamiento no es a una "religión elitista de intelectuales". La diferencia es mucho más profunda: en el "corazón" de las personas.
Me siento al mismo nivel que las personas que siguen los conocimientos científicos en todos los campos en los que la ciencia es competente, al tiempo que se plantean profundas cuestiones éticas y espirituales.
El camino entre el fundamentalismo religioso de un número considerable de cristianos católicos y el fundamentalismo cientificista igualmente arrogante de los ateos militantes es a menudo estrecho y exigente. No sé si ese es el camino para seguir a Cristo hoy.
Tal vez aún podríamos evitar un cisma pensando en una especie de "Concilio Apostólico de Jerusalén" del que hablan los Hechos de los Apóstoles, dividiendo las tareas: unos atenderían las necesidades de los creyentes que aspiran a las certezas del pasado, mientras que otros escucharían las llamadas de Dios manifestadas en los "signos de los tiempos".
La identidad cristiana no está firmemente enraizada cuando se arraiga en el inmovilismo, sino en el movimiento del Espíritu que actúa en la historia
A menudo reflexiono sobre si hoy podemos encontrarnos en una situación similar a la del Apóstol San Pablo, que dejó que los Santos Santiago, Pedro y los demás venerables Apóstoles continuaran su ministerio entre los cristianos judíos -que es, por cierto, la expresión de una Iglesia que pronto llegó a su fin, y condujo al joven y valiente cristianismo fuera del limitado espacio del judaísmo de entonces hacia la ecumene -a un contexto cultural completamente distinto-. La misión de San Pablo dio origen al fenómeno que hoy llamamos cristianismo; un fenómeno que muy probablemente conoció el horizonte arriesgado y valiente de la universalidad precisamente porque cruzó las fronteras conocidas y estrechas, ¿o cabría decir asfixiantes?, del judaísmo y del judeo-cristianismo.
Hoy, el Papa Francisco nos muestra quizá tal comprensión del Evangelio y tal actitud hacia la creación y los seres humanos, especialmente los marginados, que apunta proféticamente a lo que podemos llamar el cristianismo del mañana. La identidad cristiana no está firmemente enraizada cuando se arraiga en el inmovilismo, sino en el movimiento del Espíritu que actúa en la historia para conducir a los discípulos de Jesús cada vez más profundamente hacia la plenitud de la verdad. No estoy abogando por un culto a-crítico de la personalidad y los puntos de vista del Papa Francisco. Más bien, lo que pido en voz alta es una cultura de un verdadero y profundo discernimiento espiritual, la promoción de aquellos valores que conducen al corazón más sencillo y simple del Evangelio, y a una respuesta valiente, creativa, imaginativa a los "signos de los tiempos".
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