A propósito de Cónclave

"Acabo de ver 'Cónclave', película de Edward Berger, basada -con algunas variaciones en el argumento- en la novela homónima de Thomas Harris"

"Una premisa puramente estética: más vale evitar ver esta película sin tener demasiados remordimientos…"

Cartel

Acabo de ver “ Cónclave”, película de Edward Berger, basada -con algunas variaciones en el argumento- en la novela homónima de Thomas Harris. Una premisa puramente estética: más vale evitar ver esta película sin tener demasiados remordimientos. El espectador aficionado al urbanismo y la arquitectura se divertirá, sin embargo, observando por ejemplo cómo la columnata del Museo de la Civilización Romana de EUR se utilizó para «sustituir» a la columnata de Gian Lorenzo Bernini en la plaza de San Pedro.

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A su manera, sin embargo, “ Cónclave” se desvía un tanto del género conspirativo que -como en “ Los sótanos del Vaticano” de André Gide o “ Ángeles y Demonios” de Dan Brown- hace de la Curia romana un mero pozo negro de fealdad y villanía. No es que la mayoría de los cardenales en cónclave, llamados a elegir un nuevo Papa tras la inesperada muerte del anterior, se comporten bien en el transcurso de la historia;  en el centro del relato hay verdades no dichas, conspiraciones y ansias de poder.

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Hacia el final, sin embargo, la apertura de una brecha en el techo de la Capilla Sixtina y el soplo del viento que penetra en ella parecen insinuar la posibilidad de un nuevo comienzo, más allá de los pecados y mezquindades de sus representantes, para la institución-Iglesia.

La derrota del reaccionario Goffredo Tedesco -interpretado en un tono tan exagerado que el personaje resulta casi simpático- y la elección con el nombre de Inocencio XIV del arzobispo de Kabul, el cardenal Vincent Benítez -por así decirlo, nacido y criado con una peculiaridad anatómica- permiten, en efecto,  albergar la esperanza del advenimiento de una Iglesia más «liberal» -término que se repite a menudo en la película-.

Un momento antes de la votación decisiva, el cardenal Vincent Benítez había respondido así a una arenga de Goffredo Tedesco sobre la necesidad de una nueva cruzada contra el Islam: “ Cuando dice que hay que luchar, ¿contra quién hay que hacerlo? La lucha está dentro de nosotros. La Iglesia no es la tradición, no es el pasado. La Iglesia es lo que haremos a partir de ahora”.

Ciertamente se puede compartir la esperanza de que la Iglesia católica, resistiéndose al deseo nostálgico de restaurar un régimen pasado de la Cristiandad, adopte resueltamente una actitud de «diálogo» con el mundo contemporáneo (y para ello un hombre santo como el cardenal Vincent Benítez-Inocencio XIV sería mucho más adecuado y funcional que un nuevo Torquemada alemán). 

Iniciar un diálogo, sin embargo, presupone que cada uno de los interlocutores tiene -o al menos cree tener- algo que decir, una contribución que aportar. En efecto,  ¿qué tendría que comunicar una Iglesia plenamente «inocenciana» a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? Porque la tolerancia, el rechazo de la violencia, el sentido de la solidaridad con los sujetos más frágiles,…, son actitudes propias y loables, pero no exclusivas de quienes nos llamamos cristianos.

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En este sentido, hay quien también señala como una especie de ‘asimetría’, en el mundo católico, entre el compromiso práctico de solidaridad y la capacidad de «pensar la fe», dando razones de la propia esperanza, en sentido teológico.

También existe el riesgo de que, privilegiando siempre y en todo caso la dimensión de la praxis, se acabe haciendo un uso ideológico de la propia categoría de «testigo».  A fuerza de separar a los testigos de los maestros, y de seguir exaltando la concreción de los primeros y denunciando la abstracción de los segundos, los propios testigos se han vuelto mudos e irreconocibles: incluso cuando están ahí, parece que nadie repara en ellos; se les oye, pero da la sensación de que ya nadie habla de ellos porque nadie es capaz de hablar de ellos.

O, dicho de otra manera, corriendo quizá el riesgo de caer en una forma de neofundamentalismo:  ¿no se nos exige hoy, además de un estilo de vida no demasiado distinto de lo que prescribe el Evangelio, también un esfuerzo de reflexión, de estudio sobre los antiguos contenidos del relato cristiano? ¿No habrá que volver a repensar el posible significado de las palabras «Dios», «creación», «salvación», «vida eterna»,…?

Etiquetas: Cine, cónclave, Poder, iglesia