"Los jóvenes tienen que exigir y luchar por un futuro más justo e inteligente, y más austero" José I. Calleja: "La desconfianza gana a los jóvenes. Sin futuro, no se les puede convecer de la plenitud de la democracia"
"Hoy, la cuestión es mucho más el sentimiento de fracaso que la generación de jóvenes adultos padece y adivina para los próximos años de su vida"
"No es necesario repetir los motivos bien reales para explicar esos miedos de años y la rabia contenida del último, en la pandemia del 2020"
Los jóvenes ven que su país democrático deja mucho que desear en justicia social ante la desigualdad y en justicia legal ante el delito de según quién
¿Por el sueño truncado de unas generaciones, quizá dos, que no habían pensado en que la justicia social hay que conquistarla con conciencia, vigilancia y lucha, y que es cuestión de todos, que ni se encarga ni te la cuidan gratis? Sí
Los jóvenes ven que su país democrático deja mucho que desear en justicia social ante la desigualdad y en justicia legal ante el delito de según quién
¿Por el sueño truncado de unas generaciones, quizá dos, que no habían pensado en que la justicia social hay que conquistarla con conciencia, vigilancia y lucha, y que es cuestión de todos, que ni se encarga ni te la cuidan gratis? Sí
| José Ignacio Calleja profesor de Moral Social Cristiana
Yo también creo que las movilizaciones de protesta por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél hace tiempo que desbordan la cuestión de la libertad de expresión o la calidad de la democracia española. Esta segunda cuestión menos que la otra. Si alguna vez, y entre otras razones, el castigo penal a Hasél fue el motivo del estallido social vivido, hoy, la cuestión es mucho más el sentimiento de fracaso que la generación de jóvenes adultos padece y adivina para los próximos años de su vida.
No es necesario repetir los motivos bien reales para explicar esos miedos de años y la rabia contenida del último, en la pandemia del 2020. Ni siquiera es necesario volver al debate de si Hasél va a la cárcel por injuriar a las instituciones, particularmente a la monarquía, o más bien por añadir a esto barbaridades varias contra personas con nombre y apellido, o por haber entrado en una espiral de desacato a la autoridad, que lo complica todo y convierte en grave lo que no tenía demasiada importancia.
La simplificación masiva de los hechos hace que lo que para unos es pura represión para otros es encumbrar a un delincuente que comienza con nada (problema de gusto en provocar) y termina a lo grande (problema de ninguna ley voy a aceptar). Pero este dilema que no desprecio, y me importa, está superado para explicar las movilizaciones sociales. La cuestión es que sin futuro para millones de jóvenes, es decir, para gran parte de la juventud del país, no le puedes pedir a éstos mucha implicación en la democracia como la conocemos, ni convencerlos de su calidad y plenitud, ni que hagan distingos éticos sobre la libertad de expresión y los límites de la insumisión.
Hay mucha gente joven, demasiada siempre, que no ve un futuro cierto, por no decir que solo tiene un futuro aciago, en el paso de su estado juvenil a la plenitud de la vida adulta. Esa gente joven -sin negar lo que se quiera sobre el esfuerzo personal y el realismo ante una vida social compleja y enfrentada, por tanto, muy problemática y nada quimérica-, esa gente ve que su país democrático deja mucho que desear en justicia social ante la desigualdad y en justicia legal ante el delito de según quién; y esa misma gente ve que las instituciones políticas las copan profesionales de “la cosa” que aseguran sus derechos antes cualquier otra urgencia; y esa gente joven ve que los políticos se contraponen en controversias repetidas como ideología pero poco prácticas en la mejora del curso de la democracia: la justicia, su independencia política y su equidad ante el delito.
El Parlamento, su vocación de leyes justas y, sin embargo, su aversión a ejemplarizar consensos; el Gobierno y la oposición, su atención al bien común posible en equilibrios delicados y, sin embargo, su obcecación con las próximas elecciones. Llevamos años gobernando y combatiendo al que gobierna para ganar las próximas elecciones, y esto siempre significa una ausencia de atención a lo que hay que hacer. Los grandes capitales y sus dueños, en la industria, los servicios, la banca o los medios de comunicación, urgidos a una posición de liderazgo en una sociedad de mercados capitalistas, justos en una medida ya de por sí mínima, no logran que su esfuerzo llegue hasta la sociedad que, en general, desconfía de su seriedad en el cumplimiento de las leyes fiscales, laborales, profesionales y comerciales.
Así podríamos seguir, si no mostrando cada afirmación, cosa difícil, discutida y más de una vez sesgada, sí tomando este problema de confianza como un déficit grave de la cultura social del país. Pero ¿por qué esa desconfianza en esta élite y en las otras que hemos visto, y en otras que unas pocas líneas no permiten presentar? ¿Por qué esta desconfianza de fondo en la construcción cultural y social del país? ¿Por el franquismo y el largo tiempo de democracia condicionado por él, en gobernantes, leyes, grupos de poder, idearios y memoria popular? Sí.
¿Por una multiplicación de clases política locales que, junto al empleo público de calidad desarrollado en su entorno, agostan las reservas de la capacidad de sacrificio y sentido crítico de estas élites? Sí. ¿Por la aparición de liderazgos políticos más habituados a los juegos de realidad virtual, donde la quimera es posible (y no solo la utopía), haciendo muy difícil comprometerlos con el día a día de la política en el tupido encaje de hegemonías y leyes internacionales? Sí.
¿Por el sueño truncado de unas generaciones, quizá dos, que no habían pensado en que la justicia social hay que conquistarla con conciencia, vigilancia y lucha, y que es cuestión de todos, que ni se encarga ni te la cuidan gratis? Sí. ¿Porque el mundo es más limitado de lo que creíamos y un modo de vida sostenible, incluyente y alternativo es inexcusable? Sí.
Los jóvenes tienen que exigir y luchar, es su hora, por un futuro más justo e inteligente, y más austero, sin duda, y la política tiene que entender y servir a esta exigencia sin transformarla en un problema de raperos o en una treta del juego electoral.
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