Un testimonio inédito de una víctima que quiere mantener el anonimato “Mi experiencia en el Sodalicio: Soy una persona dañada para siempre”

Figari, fundador del Sodalicio
Figari, fundador del Sodalicio

"Fui abusado como menor por un laico del Sodalicio y luego fui abusado de nuevo como adulto vulnerable"

"Aún hoy tengo frecuentes pesadillas con personas del Sodalicio: Figari, Trenemann, Vidal y tantos otros que destacaron no por su santidad sino por su brutalidad. Los abusos del Sodalicio no fueron cosa de dos o tres locos. Eran Luis Fernando Figari, el Fundador, la 'generación fundacional' y aquellos que se formaron en aquella espiritualidad tóxica, hasta hoy: tengo noticias de abusos de niños por parte de algún sodálite que han ocurrido en la postpandemia"

"Me ha costado muchos años de terapia psicológica llegar hasta hoy. Entender lo ocurrido y expresarlo. Sin embargo, viendo las recientes expulsiones de algunos sodálites, creo que va siendo hora que la Iglesia Católica se tome en serio los abusos. Si le sirve, ahí va mi testimonio"

Señor Director: entregué hace unos días mi testimonio, con nombres y todo tipo de detalles, a la “Misión Especial Scicluna-Bertomeu”. Me acogieron bien, pero me indicaron que el informe final ya lo habían entregado al Santo Padre. Me dijeron también que harían lo posible por tramitar mi denuncia.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

Viendo lo ocurrido en los últimos días, he querido compartir con Religión Digital mi testimonio. Creo que permite entender lo que viven tantos aspirantes adolescentes y novicios jóvenes en muchos grupos de la Iglesia Católica. Hasta ahora, nadie les controla. Ni los obispos ni el Vaticano.

El Papa, Scicluna y Bertomeu
El Papa, Scicluna y Bertomeu

Fui abusado como menor por un laico del Sodalicio y luego fui abusado de nuevo como adulto vulnerable. Un canonista me dijo hace un tiempo que aquello no era delito para la Iglesia, que entonces solo eran delitos si aquello lo había hecho un sacerdote. Por tanto, no podía pretender acusar de nada al Sodalicio. Tampoco estaba seguro de querer hacerlo, pues les temo. Son una organización con mucho poder entre los políticos y los jueces peruanos, entre los obispos y periodistas: solo hace falta ver el black out informativo en Perú, donde solo La República se atreve a decir algo. Ayer supe por el artículo de Elise Allen que esto también ocurre en los Estados Unidos.

Me ha costado muchos años de terapia psicológica llegar hasta hoy. Entender lo ocurrido y expresarlo. Sin embargo, viendo las recientes expulsiones de algunos sodálites, creo que va siendo hora que la Iglesia Católica se tome en serio los abusos. Si le sirve, ahí va mi testimonio.

Mi adolescencia en una comunidad sodálite

Ser sodálite, en aquel momento de mi adolescencia, era todo lo que yo quería para mi vida: poner mi grano de arena para crear un mundo mejor, más justo y solidario. Poco sabía que ahí empezaba mi particular via crucis de abusos psicológicos y sexuales. Todo era novedad para mí. Me centré en aprender cuanto antes a vivir y pensar como Sodálite y así poder ir al místico y deseado San Bartolo, el tristemente centro de formación del Sodalicio.

Sodalicio
Sodalicio

Entré en una rutina de tocar la guitarra en las misas, estudiar, rezar, liderar grupos de rosarios con señoras de la comunidad y participar de todas las reuniones internas meditando sobre la “espiritualidad” contenida en el reglamento de la comunidad: tenía que memorizar cada palabra de los primeros capítulos, lo cual me provocaba mucha tensión.

Finalmente ingresé con otro conocido mío a la experiencia comunitaria. Vivimos cosas muy difíciles, porque cuando no era yo, era él el que estaba siendo molestado por algún senior: vivir ese sufrimiento del otro es igual o peor que el propio. Ver lo que está mal y no poder hacer nada para evitarlo.

Correcciones nada fraternas

Las llamadas “correcciones fraternas” no tenía nada de fraterno. A un adolescente como yo, sin ninguna experiencia en la vida, sin otros apoyos emocionales, alejado de su familia y amigos, lo martilleaban a gritos con preguntas del estilo de ¿por qué todavía no eres santo (todo aderezado con malas palabras irrepetibles aquí)? ¿Qué te falta? ¿Qué esperas? La respuesta la podían considerar equivocada, sin entender yo porqué. Si me quedaba callado, también estaba errado y me puteaban con furia.

En la gran mayoría de veces la “corrección fraterna” se hacía a gritos, con fuerza bruta, con palabras ofensivas. Solo quien ha pasado por ello entiende las secuelas que dejan este tipo de abusos: muchos años después aún lo tengo que trabajar con mi psicólogo. Aún hoy, cuando alguien me lleva la contraria en una conversación normal, tengo mucha dificultad de contraargumentar a causa de los traumas y miedos que generó aquella violencia psicológica vivida en la comunidad sodálite.

Caso sodalicio
Caso sodalicio

Lo peor estaba aún por llegar: los abusos sexuales. El superior de la comunidad era quien tenía toda la autoridad. Habíamos sido programados para obedecerlo en todo. La obediencia es la columna vertebral de un sodálite. A mí me parecía entonces de corazón generoso y muy atento a mis necesidades. Lo sentía como un hermano mayor que me quería bien. Era también mi consejero espiritual: lo imitaba en todo para cambiar mis actitudes.

De noche me llevaba a conversar a su cuarto. Normalmente empezaba cuestionando mis actitudes equivocadas. Me decía que no podría ser santo sodálite si no le seguía. Ahora veo que primero me hacía sentir pésimo para a continuación acogerme con cariño. Era un método que siempre se repetía. Yo por aquel entonces ya no era capaz de cuestionarlo. Había asumido que la obediencia implica no cuestionar nunca al superior.

Para convencerme, él mismo me quitó mi pantalón. En ese momento, solo, en calzoncillos sobre su cama, me puse más tenso todavía. Yo le dije: “es mejor parar y dejar eso”. “¿Ves cómo aún estás tenso? Relájate y confía en mí”

Me dijo que acudía a él demasiado tenso, ofreciéndose a ayudarme: “échate en mi cama”. Empezó haciendo masajes en mi espalda. Yo estaba con la camisa y de pronto me dijo: “quítatela para poder deslizar mejor la mano sobre la espalda”. Yo experimentaba una gran incomodidad. Entendía que allí pasaba algo raro, pero él me decía que era para relajarme, que estaba muy tenso. Para convencerme, él mismo me quitó mi pantalón. En ese momento, solo, en calzoncillos sobre su cama, me puse más tenso todavía. Yo le dije: “es mejor parar y dejar eso”. “¿Ves cómo aún estás tenso? Relájate y confía en mí”, me contestó. Recuerdo que cuando me quitó mi pantalón me dijo que arreglase mi pene en el calzoncillo, bromeando diciendo que era muy grande y que debía esconderlo.

Empezó el masaje. Yo en calzoncillo y él, mi superior de la comunidad, pasando su mano sobre mi pecho, espaldas, nalgas y casi tocando el ano, apretando y masajeando. Él notaba que yo experimentaba un espanto grande, pero me insistía que debía hacerlo así pues en esa región del cuerpo se acumula demasiada tensión. Le pregunté si había hecho un curso sobre masaje en el cuerpo humano. Me dijo que más o menos, pero que sabía cómo hacerlo. A medida que tocaba mi cuerpo, mi pene se fue poniendo duro, erecto, grande y él hacia comentarios sobre el tamaño. Por primera vez también masajeó por debajo de mi calzoncillo, sin preguntarme.

Yo confiaba en él y me autoconvencía de que “él sabe lo que hace, él me quiere ayudar, esto no es pecado”.

Yo ya no conseguía decir nada. Tenía miedo de contestar su autoridad, pero también me culpaba por pensar mal de él, siendo mi superior. Yo confiaba en él y me autoconvencía de que “él sabe lo que hace, él me quiere ayudar, esto no es pecado”. Él siempre me contaba la importancia de no manchar el pañuelo. Como ingresé joven en el Movimiento de Vida Cristiana y en el Sodalicio, era virgen, sin haber tenido nunca relaciones sexuales.

Aquella no fue la única vez. Viviendo en la misma casa y siendo mi superior, aquello se repitió. El proceso de acercarse era siempre igual. Descubrí que lo hacía con otros hermanos. Había una especie de concurrencia que generaba envidias y celos entre nosotros. Cuando jalaba alguien a su cuarto en la noche, sabíamos que le estaba haciendo “masajes”. Ninguno de nosotros era capaz de frenar aquello. Todo parecía normal. Todo era para ayudarnos en nuestra vocación.

Hasta hoy no logro tener buena relación amorosa con mi esposa. Me pongo tenso cuando me toca el cuerpo. Aún hoy no soy libre para poder entregarme a ella de manera relajada. Aún hoy, después de varios años, lo debo trabajar con mi psicólogo. Reacciono con molestia incluso con mi hijita cuando me toca y me hace cariños. Soy una persona dañada para siempre.

Mi juventud en San Bartolo

Desde el primer día en San Bartolo, mi vida estuvo marcada por las intensas y abusivas actividades físicas y por el maltrato psicológicos. Trauma, violencia, abuso, gritos y órdenes agresivas, tortura física, tortura psicológica. Muy poco sueño, muchos ejercicios físicos y pésima alimentación. Hasta hoy tengo dificultades para dormir. Cualquier ruido por pequeño que sea me despierta. Es muy doloroso no dormir en paz ni descansar nunca bien.

Figari, fundador del Sodalicio
Figari, fundador del Sodalicio

Aún hoy tengo frecuentes pesadillas con personas del Sodalicio: Figari, Trenemann, Vidal y tantos otros que destacaron no por su santidad sino por su brutalidad. Los abusos del Sodalicio no fueron cosa de dos o tres locos. Eran Luis Fernando Figari, el Fundador, la “generación fundacional” y aquellos que se formaron en aquella espiritualidad tóxica, hasta hoy: tengo noticias de abusos de niños por parte de algún sodálite que han ocurrido en la postpandemia.

Cuando estos últimos meses he leído algo sobre el Sodalicio o he conversado con alguien sobre él, tengo un retroceso psicológico y espiritual. Vuelven mis dolores de cabeza. Mi esposa me percibe más nervioso e impaciente. Respondo malhumorado a las personas más cercanas: la psicología lo explica como TEPT (Trastorno de Estrés Post-traumático)

En una ocasión, después de haber hecho ejercicios toda la noche porque no preparé lo que me habían encomendado, en la velada del día siguiente, agotado, me quedé dormido en una película: aunque era de noche, Tokumura me mandó bajar al mar y tirarme al agua congelada con ropa y sandalias. El mar estaba terriblemente agitado. Él regresó a ver la película y yo me quedé mojado, afuera en el patio, con frío y de pie todo el tiempo. Todo ello sin contar con los insultos y voces humillantes de Tokumura, insistiendo que no era capaz de dominar mi sueño, mi cuerpo y mi voluntad: “¿es así que quieres cambiar el mundo, huevón?”. Y seguía puteándome con gritos e insultos.

Óscar Tokumura
Óscar Tokumura RRSS

En San Bartolo, nadie descansaba bien. Por miedo de no despertar, en las madrugadas no dormía el poco tiempo que tenía. Siempre con miedo de ser castigado por no despertar. Siempre con miedo a ser castigado con no comer refecciones, sabiendo lo dura que sería la jornada con tanto ejercicio físico. Siempre con miedo a ser castigado con tandas de natación en el mar abierto durante la noche o muy temprano en la madrugada. De ahí me quedó un Trastorno del Sueño: pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo y ahora soy incapaz de conciliar un sueño reparador.

Mi yo actual

Con estos y otros muchos maltratos, terminé con mi psique destrozada. Entonces, tanto cuando era adolescente que quería consagrarse a Dios, como cuando era un jovencito ya sodálite, recién entrado en la edad adulta, entendía que aquello no lo quería para mí, pero no sabía qué hacer. ¿Salir? ¿Cómo? El pensamiento de que nunca lo lograría era cada día más fuerte. El Sodalicio me había desmontado interiormente.

Tengo síntomas físicos de carga de adrenalina que trae irritabilidad, taquicardia, sudoración, cambios de humor, dolores de cabeza, tensión en los hombros y la zona lumbar. Esto ocurre conmigo cuando viene un pensamiento o un recuerdo de situaciones que viví en comunidad.

La cúpula del Sodalicio
La cúpula del Sodalicio

Aún hoy, viejas heridas afectan mi presente. Una gran cantidad de estrés aún se almacena en mi psique. No me veo capaz de merecer y conquistar mi felicidad. Es muy doloroso. También tengo dificultad para pedir ayuda. Prefiero sufrir en silencio. Por otra parte, también tengo miedo a ser rechazado o a ser percibido como una persona débil: termino por no pedir ayuda. Necesito tener control de todo y no dejarme controlar, pero también sé que soy incapaz de ello.

Tengo dificultades con las emociones reprimidas. Descarto a casi todos y alejo a las personas que me gustan. Los sentimientos incontrolados y reprimidos son dolorosos. A causa de los abusos sexuales y psicológicos, a causa del maltrato e intimidación sufridos en el Sodalicio, hoy mi autoestima está por los suelos.  

En el Sodalicio nos adoctrinaron para rechazar los sentimientos. No podíamos sentir sino reprimir los sentimientos con la razón. Simplemente no podíamos sentir frío, hambre, dolor, miedo, vergüenza o lástima por alguien. Todo esto lo repliqué con mi hijo de 7 años. Lloro hasta hoy cuando recuerdo que lo he castigado mandándole copiar frases absurdas o limpiar los vasos veinte veces porque los había lavado mal. Le he hecho varias veces “huracán”, que era como llamaban en San Bartolo a tirar y despejar todas las del closet si estaban mal arregladas. Mi hijo no merece eso ni nadie.

Espero que el Sodalicio sea suprimido, las víctimas tengamos reparación y que esto no ocurra nunca más en la Iglesia.

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