"Siempre pasan por el encuentro con el otro" Las devociones de Jesús

Las devociones de Jesús
Las devociones de Jesús

"El horizonte de toda auténtica devoción no está en sí mismo, sino, en la capacidad de gasto y donación que lleva al ser humano que la practica a entregar lo que es. El fin está, no en llenarse de Dios, sino, en vaciarse de Dios por los otros"

"La sombra inicua de la teología de la expiación de Anselmo de Canterbury (1109) sigue acechando con fuerza la conciencia de los creyentes. Dios necesita el sacrificio de su Hijo para restablecer su relación con el mundo. Esto no es Dios, es un monstruo sanguinario en el cual es imposible creer"

“Y Él les decía: El día de reposo se hizo para el hombre,

y no el hombre para el día de reposo”. Mc 2,27

La multiplicación de devociones religiosas ha generado un constante olvido de la centralidad de la experiencia del Evangelio en la vida de las personas creyentes. La hechura y construcción de las mismas, permite calmar la conciencia respecto al compromiso exigente que implica seguir a Jesús en esta hora de la historia. Cultura, contexto y herencia se encuentran al analizar estos fenómenos. Hay todo un mercado de devociones que sirven para solucionar problemas mágicamente, o visto de otra forma, realidades que lleva en sí el hecho de estar vivos y que deberíamos estar a la altura de la exigencia vital para darles respuesta.

Una Tradición que no se repiensa termina matando al ser humano, sería un fenómeno anacrónico que pretende seguir repitiendo fórmulas y palabras caducas, incapaces de dotar de sentido a hombres y mujeres del presente. Desde este ángulo, la Tradición se convierte en “agua estancada”, incapaz de dar vida a alguien. El horizonte de toda auténtica devoción no está en sí mismo, sino, en la capacidad de gasto y donación que lleva al ser humano que la practica a entregar lo que es. El fin está, no en llenarse de Dios, sino, en vaciarse de Dios por los otros.

Papa

Las devociones de Jesús no están en la lógica de nuestro trueque vulgar con Dios: hacer algo (sacrificios, penitencias, ayunos, dolorismos, peregrinaciones, etc) para conseguir algo de Él. En la base de estas acciones está enquistada una imagen perversa de lo divino, muy lejana de la experiencia liberadora del Abbá ofrecida por Jesús (Cfr. Jn 3,17). La sombra inicua de la teología de la expiación de Anselmo de Canterbury (1109) sigue acechando con fuerza la conciencia de los creyentes. Dios necesita el sacrificio de su Hijo para restablecer su relación con el mundo. Esto no es Dios, es un monstruo sanguinario en el cual es imposible creer.

Con base en lo anterior, la sombra de la sospecha que conlleva estas maneras de relacionarse con Dios, sigue haciendo legítima la visión de otrora que planteó la modernidad, así: 

       Para una gran parte de la cultura moderna, que ha visto en Dios al archienemigo de la humanidad, que nos chupa la sangre de nuestra mejor esencia (Feuerbach), que nos seca las fuentes de la alegría de vivir (Nietzsche) o que nos mantiene en un infantilismo irreal y neurótico (Freud). Mucho peor aún: también para muchos, para demasiados, cristianos Dios se ha convertido en una carga que encoge y estrecha la existencia, en un Señor que ordena y manda, que premia y castiga (Andrés Torres Queiruga – Alguien así es el Dios en quien yo creo, p 15).

Es urgente volver a desentrañar las auténticas devociones de Jesús, las que inspiran de verdad porque no están centradas en la preservación egocéntrica ante Dios, las que rompen con la buena conciencia y sacan al ser humano de sí mismo, las que permiten ser libre para vivir. Encuentros con la realidad capaces de transformación; si las prácticas devocionales no me llevan a esto, entonces son una idolatría absurda, una necedad de autoafirmación barata que hace estragos.

El Papa y la Virgen

Las devociones inspiradas en Jesús, y a partir de su relación con el Abbá, siempre pasan por el encuentro con el otro. Lejos de las estructuras asfixiantes que pretenden apoderarse de Dios, Jesús es escandalosamente libre para entablar nuevas relaciones. Los verbos que utiliza el Evangelio nos vuelven a la centralidad de la vida: llamar, mirar, curar, sanar, tocar, levantar, caminar, comer, llorar… En fin, todo un proceso existencial que implica ser capaz de abrazar lo más humano que somos. Las devociones de Jesús nos permiten entender dónde está aconteciendo Dios, renunciando de tajo a tantas complicaciones absurdas.

Tocar una imagen y santiguarse, entrar de rodillas a un lugar, hacer rezos largos, aguantar hambre excesivamente, en fin, todo un sin número de actividades que le permite a la gente quedar muy bien ante la institución religiosa y su conciencia. Pero, ¿para qué sirve tocar una imagen si la indiferencia con el hermano es el pan de cada día? ¿Para qué sirve entrar de rodillas a un lugar si no somos capaces de hacernos kénosis ante el otro? ¿Para qué hacer rezos largos si nuestra palabra cotidiana es antigénesis? ¿Para qué hacer ayunos si no se nos conmueven las entrañas ante el hambre de los necesitados? Estamos muy lejos de entender a Jesús, parece que seguimos sordos ante estas palabras: “Porque atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

La devoción original es la encarnación. Dios se ha vaciado de sí en todo lo auténticamente humano, a partir de allí queda claro que la única devoción que se puede vivir en plenitud desde la lógica de Dios es la carne, lo que somos. Trasegar por la fragilidad, abrazar la finitud, descubrir a Dios en lo mundano, ante ello deberíamos ser capaces de una profunda reverencia.  

Devociones

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