"El futuro de 'la Obra' es la refundación, pero ¿y las personas?" La colisión con el Evangelio: 'El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei', un documento riguroso y sobrio

"Creció en pleno golpe de Estado franquista y se expandió bajo su sombra, convirtiéndose en uno de los grupos religiosos más genuinos y extremos del nacionalcatolismo"
"Interpreta la relación con la Trascendencia desde lo cultual y ritual, enfatizando, obsesivamente, lo autoritario, la sumisión, la represión sexual, el secretismo, el clasismo y el elitismo. Fomentando el culto al líder hasta el paroxismo"
"Aupado por papas y sectores ultramontanos muy poderosos e influyentes en el Vaticano, se reafirmó en la convicción de que su interpretación del cristianismo era indiscutible ¿Cómo se aborda, eclesialmente, la existencia de un colectivo recalcitrante y negacionista?
La serie El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei da una vuelta de tuerca más al problema que el Opus Dei significa para la Iglesia y, después de su visionado, surgen preguntas
"Aupado por papas y sectores ultramontanos muy poderosos e influyentes en el Vaticano, se reafirmó en la convicción de que su interpretación del cristianismo era indiscutible ¿Cómo se aborda, eclesialmente, la existencia de un colectivo recalcitrante y negacionista?
La serie El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei da una vuelta de tuerca más al problema que el Opus Dei significa para la Iglesia y, después de su visionado, surgen preguntas
| Pedro J. Larraia Legarra
Desde su fundación, el Opus Dei se ha empeñado en un imposible: construir un relato sobre el acontecimiento que supuso la irrupción de Dios en la historia humana, a través de Jesús, que, paradójicamente, guarda muy poca relación con la realidad de ese acontecimiento narrada en los evangelios.
Creció en pleno golpe de Estado franquista -Camino se terminó de redactar en Burgos, sede del cuartel general de Franco, durante la guerra civil- y se expandió bajo su sombra, convirtiéndose en uno de los grupos religiosos más genuinos y extremos del nacionalcatolismo.
Como todos los movimientos fundamentalistas, interpreta la relación con la Trascendencia desde lo cultual y ritual, enfatizando, obsesivamente, lo autoritario, la sumisión, la represión sexual, el secretismo, el clasismo y el elitismo (Escrivá reclamó para sí el marquesado de Peralta, y lo obtuvo). Fomentando el culto al líder hasta el paroxismo; manipulando las conciencias; afirmando que no existe ningún impedimento en el hecho de servir simultáneamente a Dios y al dinero; ignorando los derechos humanos (Juan Luis Cipriani, miembro del Opus Dei, siendo obispo de Ayacucho se refirió a la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos de Perú como “esa cojudez”); practicando un desprecio absoluto hacia la democracia [además de los cargos relevantes que ostentaron en la dictadura franquista -¡Nos han hecho ministros!, exclamó Escrivá al conocer los primeros nombramientos de miembros del Opus Dei en uno de los gobiernos de Franco-, formaron parte de los círculos influyentes de las dictaduras argentina (Videla), chilena (Pinochet), paraguaya (Stroessner), peruana (Fujimori), …]; …
Desde esta cosmovisión, y aupado por papas y sectores ultramontanos muy poderosos e influyentes en el Vaticano, se reafirmó en la convicción de que su interpretación del cristianismo era indiscutible, de que ellos eran/son la verdadera iglesia (extra Opus nulla salus). Y durante el largo invierno eclesial de Juan Pablo II y Benedicto XVI consiguieron que se aprobasen sus pretensiones. Unas pretensiones que, de facto, suponían anteponer al seguimiento evangélico una ideología completamente enfermiza y sectaria que se sitúa en las antípodas de la propuesta fundamental de Jesús: el proyecto histórico del Reino aquí, en la tierra.
La serie El minuto heroico. Yo también dejé el Opus Dei, dirigida por Mònica Terribas, es un documento riguroso y sobrio de cuatro capítulos -que viene a confirmar lo ya expuesto en otros documentos emitidos con anterioridad por diversas personas y entidades, tanto creyentes como no creyentes- en el que el mundo ad intra del Opus Dei se muestra a través de las vivencias de trece mujeres de diferentes nacionalidades y condición que relatan, con un decir absolutamente convincente, su paso por la secta y su abandono.
La concepción del Opus Dei sobre el cristianismo y la vida en general, colisiona en gran medida con el marco del evangelio, con la comunidad eclesial (sensus fidelium), y con la autocomprensión que la mujer y el hombre contemporáneos tienen de sí mismos. Esto explicaría las paupérrimas aportaciones que la Obra ha hecho al humanismo de nuestro tiempo (antropología, filosofía, psicología, sociología, teología, …); el foco lo ha puesto en el retorcimiento del derecho canónico como medio para conseguir su objetivo más importante y casi único, la prelatura personal, y de esta forma convertirse en una iglesia dentro de la Iglesia.
En consecuencia, el futuro del Opus Dei, después de las observaciones que le ha planteado el papa Francisco y de las denuncias públicas y ante los tribunales de varios países por parte de un número, cada vez más significativo, de exmiembros, está abocado a la refundación, o a un cambio radical, a través de la apertura a los otros y al Otro, pero no a un Otro construido, sino al Otro de Jesús. En caso de no optar por esta vía, seguirían el camino de los lefebvrianos, bien por decisión propia o por decisión de Roma.

El Opus Dei, para quien los demás son siempre los que están equivocados, ha emitido un comunicado en el que niega cualquier generalización que pudiera extraerse de lo narrado en la serie televisiva -«el enfoque que la docuserie asume no representa la realidad del Opus Dei»- y la acusa de presentar «a la Obra como una organización de personas malvadas cuya motivación es hacer daño». Pero lo cierto es que el documental da una vuelta de tuerca más al problema que el Opus Dei significa para la Iglesia y, después de su visionado, surgen preguntas. Preguntas que no son nuevas, pero a las que cada día que pasa resulta más apremiante responder si se quiere ser congruente con el reciente proceso de sinodalidad emprendido por el pueblo de Dios.
Primera pregunta: ¿cómo es posible que estas conductas alienantes y destructivas hayan sido autorizadas y alentadas por la jerarquía católica durante más de un siglo? Se conocían de sobra y, a pesar de ello, se justificaron con argumentos pseudoteológicos. En otros casos se prefirió mirar para otro lado.
Segunda pregunta: ¿qué credibilidad y atención ha prestado la Iglesia institucional a las personas -en algunos casos con intentos de suicidio para poner fin a un tormento interior insoportable- que han pedido ayuda tras dejar el Opus Dei?
La serie lo deja muy claro: ninguna. En el futuro, podría darse el caso de que las autoridades religiosas competentes entonen “meaculpas” por no haber prestado en su momento la debida atención y amparo a las víctimas del Opus Dei. Sonaría cínico. Igual que suenan cínicos hoy tantos “meaculpas” por no haber actuado contra la pederastia cuando se sabía con certeza de su existencia.
Tercera pregunta: ¿el proyecto del Opus Dei es compatible con el de la Iglesia?
Cuarta pregunta: ¿cómo se aborda, eclesialmente, después de la pregunta anterior, la existencia de un colectivo recalcitrante y negacionista? Desde el punto de vista de la resolución de conflictos existen ya precedentes: los Legionarios de Cristo Rey, Sodalicio de Vida Cristiana, las intervenciones de Scicluna y Bertomeu, … Pero, ¿y las personas? ¿Cómo prestar ayuda a unas personas que continúan aferradas a la idea de que sus creencias y estilo de vida tienen que ver sustancialmente con el evangelio? ¿Cómo ayudarlas a deconstruir su autoengaño? ¿Cómo acompañarlas para que la reorientación o abolición de su organización, después de una entrega total a ella, no les deje sin suelo bajo los pies, arrastrándolas y llevándoselas por delante? Puede haber mucho dolor y sufrimiento personal en juego el día que se pinche del todo la burbuja, y cuando eso suceda van a ser necesarias mucha acogida, mucho apoyo psicológico, y mucha compasión.
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