Análisis de Aradillas de la decisión del Papa sobre la Misa Tridentina En latín, y de espaldas al pueblo... no son misas de verdad
"Ni en latín ni en castellano, si no hay participación de unos y otros, ni hay ni puede haber misa"
"Precisamente en las misas es donde y cuando la discriminación de la mujer por parte de la Iglesia y de sus jerarcas, aparece con relieves más ingratos, ofensivos, inexplicables y antievangélicos"
"En latín y de espaldas al pueblo, nunca jamás y menos en la Iglesia, será posible entender y entenderse entre sí y con Dios"
"En latín y de espaldas al pueblo, nunca jamás y menos en la Iglesia, será posible entender y entenderse entre sí y con Dios"
(Es probable que a muchos les resulte orientador el dato de que yo hice mi carrera universitaria -Salamanca y Comillas-, estudiando libros de Filosofía y Teología, escritos en latín, al igual que las explicaciones dictadas en las clases por los profesores y, por supuesto, con los exámenes respectivos. En mi biblioteca particular no son pocos los libros redactados en latín, con sus notas correspondientes. Me gusta tanto el lenguaje hablado y escrito en el idioma del Latio, y del que hacíamos uso habitual entre los compañeros, que en la actualidad muchas de mis oraciones las rezo en latín, por otra parte lengua oficial de los Estados Pontificios del Vaticano. El “Ave María”, por citar un ejemplo, dice más y relaciona mejor con la Virgen, que si se usara tan devoto saludo, pero dictado en cualquier otro idioma, por vivo y vigente que esté)
Pero hoy se trata de las misas recitadas en latín y de espaldas al pueblo, así como de los problema litúrgicos o para-litúrgicos , que la supresión de las mismas puede provocar y provoca , en la comunidad eclesial y en sus aledaños. Las siguientes sugerencias es posible que contribuyan a su aproximado esclarecimiento.
En latín, y de espaldas al pueblo, con homilías mientras más breves, mejor, sin entender para nada los ritos, las ceremonias, los colores de los ornamentos , no resultaría ni sensato, ni mínimamente religioso, aseverar que tales misas eran las misas de verdad. Lo fueron, aunque para llegar a tal conclusión fuera preciso afinar misericordiosamente el sentido, el contenido y las circunstancias de lugar y de tiempo en las que se enmarcaban tales celebraciones.
A la luz de la que post conciliar y “franciscanamente” vamos siendo poco a poco ilustrados acerca de las santas misas , es explicable que no les pueda adscribir la sacrosanta consideración de misas y menos a las llamadas “misas solemnes”, para las que al pueblo-pueblo se les reservaba, y reserva el título de “función” o “funciones”, que interpretan a la perfección, con liturgia y “maestros de ceremonias”, los miembros del episcopado y del Alto Clero , sin faltarles un solo detalle que no estuviera, y esté, consignado en los rituales , con sus consiguientes “Nihil Obstat” e “Imprimatur” canónicos.
Ni en latín ni en castellano, si no hay participación de unos y otros, ni hay ni puede haber misa. Si no se está medianamente preparado ni siquiera para saber qué es eso de “misa”, por qué se llama así y cual es el sentido y el contenido que etimológicamente entraña la “misión” , y por qué en la religión católica tiene tanta gravedad –“pecado mortal”- el incumplimiento de este precepto, por mucho que hayan repicado las campanas, no son misas las misas.
Si la explicación del evangelio –“homilía”- resulta improvisada, siempre la misma, desvitalizada, al margen de la realidad, aburrida y espesa , hasta verse obligados devotos y devotas a frecuentar los templos en los que sus respectivos curas no sean tan “pesados” , el nombre sagrado de” misas” está de más y su aplicación no sobrepasará los límites del rito simple, por piadoso que sea. No conviene olvidar asimismo que en los diccionarios y en el lenguaje popular,“sermonear” y “predicar” equivalen también a ”reñir y a condenar, en el nombre de Dios” ,tarea que con innoble y antievangélica frecuencia ejercen quienes presiden la celebración eucarística, “Santo Sacrificio” o “Cena del Señor”.
Centrar en exclusiva o preferentemente la participación de seglares y “seglaras” en la colecta del ofertorio, y no en el resto de la celebración, con mención especial para el perdón y la paz, equivale inexorablemente a profanar la misa y a hacer de ella ,uno o muchos garabatos , cuyo estudio y consideración reclaman urgente y profunda reforma.
La participación hace misa a las misas. “Ir”, “estar”, “asistir”, “decir”, no son, entre otros, verbos ciertamente eucarísticos. Tampoco lo es “presidir”, y menos si las mitras, los báculos y los incensarios se hacen presentes por activa y por pasiva, contribuyendo a la distracción de los “fieles”, lamentando su procedencia simbólica pagana, y echando de menos la presencia y presidencia de la mujer por mujer. Precisamente en las misas es donde y cuando la discriminación de la mujer por parte de la Iglesia y de sus jerarcas, aparece con relieves más ingratos, ofensivos, inexplicables y antievangélicos . Deprime insistir en que, por poner un ejemplo, las mitras distraen en gran proporción al pueblo y a los mismos usuarios, además de excitar la hilaridad dentro y fuera del templo, y más al ser retransmitidos estos actos “religiosos” por los medios de comunicación.
Aunque “París bien valga una misa”, aún celebrada por “un cura de misa y olla”, el latín no es merecedor de que algunos pretendan blindar su justificada universalidad católica, apostólica y romana” a costa de cuestionar la inexcusable “sinodalidad” de la Iglesia, y a cambio de conservar sus privilegios personales o de grupos –“grupitos”-, así como sus rutinas y pigricias “doctrinales”, con ecos indecisos de oficialidad.
Lo de cobrar por encargo y celebración de las misas, así como por administrar los demás sacramentos, en conformidad con las tasas establecidas en las respectivas diócesis, es otro “cantar”, que reclama atención aparte. También lo es el de la descortesía que conlleva el rito de darle la espalda al pueblo, hablándole en un lenguaje que hoy ni entiende ni profesa. De espaldas al pueblo, nunca jamás y menos en la Iglesia, será posible entender y entenderse entre sí y con Dios.