¿Presunción de inocencia de un condenado en firme? La pecera
El llamado síndrome de la Pecera se adapta ahora al devenir perverso y soberbio de algunos, pocos, soldados de plomo del ejército de las sombras de la Praelatura Sanctae Crucis et Operis Dei, que se revuelven en sus asientos de tribus, muy limitadas en número, obedientes a la par que impertinentes
Lanzan dardos en medios satélites, comulgan con ruedas de molino y tratan desde la histeria de seguir desacreditando a una víctima y superviviente de pederastia a manos de un adulto, numerario del Opus Dei y profesor de religión de un colegio, Gaztelueta, obra corporativa, condenado en firme por vía penal en la justicia española
| Juan Cuatrecasas Asua Miembro fundador de ANIR- Asociación Nacional Infancia Robada
Cuando era niño en mi casa existía una pecera. Si, uno de esos continentes con agua dentro y un pez de color naranja que, pobre animal, daba vueltas y vueltas a una eterna rotonda líquida de la que era incapaz de salir, sumergido a la fuerza en un entorno limitado, condena humana para satisfacer retinas de idéntica condición.
Recuerdo que su boca, la del pez, se abría y cerraba durante todo el día. Blab, blab, sin recurso alguno para otra actitud que no fuera hermana de la pasividad, la renuncia. En un artículo del periodista Juan Bautista Sanz de 2013 que rescato de La Verdad de Murcia, leo lo siguiente “Son como los peces de mi pecera, alimentados a diario bajo la protección del cristal antibalas, que nadan en su universo privado, rodeados de las bellezas del medio. Corales y algas juguetonas en donde se esconden, ignorantes de lo que pasa a su alrededor. Peces gordos y por engordar, aislados de sus congéneres, felices en su obesidad. Seres conectados vía satélite con sus próximos, que dan órdenes a las tribus obedientes.”
El mismo periodista decía en el mismo artículo: “Me acuerdo de Picasso, que escribía del sueño y la mentira de su puño y letra: «Fandango de lechuzas, escabeche de espadas de pulpos de mal agüero?». Y en su vivir sin vivir, levitan como Santa Teresa de Jesús …”
Dirán algunos y algunas a que viene todo esto. Pues bien el llamado síndrome de la Pecera se adapta ahora al devenir perverso y soberbio de algunos, pocos, soldados de plomo del ejército de las sombras de la Praelatura Sanctae Crucis et Operis Dei, que se revuelven en sus asientos de tribus, muy limitadas en número, obedientes a la par que impertinentes.
Lanzan dardos en medios satélites, comulgan con ruedas de molino y tratan desde la histeria de seguir desacreditando a una víctima y superviviente de pederastia a manos de un adulto, numerario del Opus Dei y profesor de religión de un colegio, Gaztelueta, obra corporativa, condenado en firme por vía penal en la justicia española. Dentro de su pecera y con artículos de autoconsumo, se muestran incapaces de reconocer la verdad, de ver la cruda realidad que la mayoría de la ciudadanía ya ha reconocido y visto.
Su perversa y retorcida mentira, cargada de alevosa maldad, intenta cristalizarse en un presunto informe firmado por uno de los suyos, que busca poner en duda incluso los criterios del Papa de Roma. Matices como hablar de procedimiento, cuando no lo hubo, de la presunción de inocencia de un condenado en firme por el delito de abusos continuados contra un menor, de falta de garantías jurídicas en un proceso recién abierto, de una vulneración de la irretroactividad del delito que no existe en ningún caso, de irracionalidad punitiva, en fin de una infumable y absolutamente irracional carga de argumentos ciegos y derrocables solo con la fuerza de un soplido, demuestran hasta qué punto llega su paroxismo ortodoxo y sus nervios incontrolados.
Desde su pecera de incienso y mareados por el denso aroma pretenden poner en duda el Estado de Derecho, al Papa y a todo aquello que les intente sanar de su estado de descrédito y mentiras
Porque la verdad fluye y la mentira decae. Desde su pecera de incienso y mareados por el denso aroma pretenden poner en duda el Estado de Derecho, al Papa y a todo aquello que les intente sanar de su estado de descrédito y mentiras. La pecera, su pecera, es una prisión, emocional, que les oprime. Porque llevan muchos años de impunidad y verdades silenciadas. Y no pondrán fácil reconciliarse con la realidad, si es que alguna vez vivieron en ella. Lo que hacen, lo que están haciendo con el caso Gaztelueta y con todos los de pederastia en el ámbito eclesiástico podría tener muchas réplicas, pero me viene a la memoria aquella frase del genial Benito Pérez Galdós : “Viendo a los hombres en ciertas ocasiones de delirio, no se puede menos de considerar a la hiena como un animal caritativo.”
Su gran delito, el de facultar el encubrimiento de un delito de pederastia en un colegio de la obra corporativa del Opus Dei situado en Bizkaia, tiene una peligrosa continuación en faltar al respeto de una víctima y superviviente de abusos, y en intentar maquillar la verdad con mentiras e inexactitudes surgidas de una especie de aquelarre rigorista ungido por el óleo de seguir considerándose por encima del bien y del mal
Su gran delito, el de facultar el encubrimiento de un delito de pederastia en un colegio de la obra corporativa del Opus Dei situado en Bizkaia, tiene una peligrosa continuación en faltar al respeto de una víctima y superviviente de abusos, y en intentar maquillar la verdad con mentiras e inexactitudes surgidas de una especie de aquelarre rigorista ungido por el óleo de seguir considerándose por encima del bien y del mal.
Efecto apotropaico que lejos de alejarles del mal que pretenden, les somete día a día a él, un mal que solo ellos no ven y que el resto de la ciudadanía cada vez relaciona más con su modo de actuación y su insolencia. Que ya lo dejó escrito el filósofo griego Bias de Priene : “Desear lo imposible y ser insensible a los males ajenos: he ahí las dos grandes enfermedades del espíritu.”
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