La monarquía, el Estado y la Iglesia "Ni quito ni pongo rey"
"Cargos a perpetuidad no tienen futuro. Tampoco debieran haber tenido pasado ni presente"
"Démosle gracias a Dios por la existencia de la democracia y hagamos cuanto sea posible, y más, porque la Iglesia la acoja en su seno, desde los dicasterios curiales, hasta las más humildes parroquias, con activa participación igualitaria de laicos y laicas"
Sí, “ni quito ni pongo rey…”, porque precisamente para eso se convoca al personal en torno a las urnas, con su supuesta y reconocida proyección, hasta que en otra ocasión, y con debido respeto constitucional, de nuevo se vuelva a expresar el pueblo. Tampoco es mi intención, aquí y ahora, cuestionar si es historia o leyenda el episodio que refleja el dicho popular de que “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, respondiera con exactitud a lo referido y ejecutado por el mercenario francés Bertrand du Gesclin, al servicio “del de Trastámara” – que reinaría después como Enrique II, para ayudarle a asesinar a su hermanastro Don Pedro “El Cruel”, para unos y “El Justiciero” para otros. Hecho tan luctuoso, al menos fraternalmente, tuvo lugar en el castillo d de la Estrella, en el manchego territorio del Campo de Montiel.. Respecto al término empleado de “mi señor” huelga referir que el “señor-señor” no es otro que el pueblo, por lo que quien únicamente lo sirve merecería tal distinción cívica y religiosa.
Así las cosas, es probable que no sean ociosas, estas sugerencias:
Cargos a perpetuidad, con lo que los demás tengan que asentir y reconocer que otros -“por ser vos quien sois”- gobiernan con sus respectivos predicamentos casi dogmáticos, no tienen futuro. Tampoco debieran haber tenido pasado ni presente, pero los tiempos fueron lo que fueron y ahora son lo que son, no eternizándose ni las personas ni las instituciones.
A unas y a otras, tal condición les reclama fiel adecuación a las circunstancias, siempre y cuando las ideas de “servicio, pobreza, humildad, humanidad y pueblo”, se matrimonien indisolublemente con seriedad y dignidad y, en cristiano, como acto de suprema adoración al Creador…
“Por la gracia de Dios…” invocado indeleblemente, por ejemplo, en documentos oficiales y grabado en las mismas monedas de las transacciones comerciales es y significa una solemnísima insensatez, cuando no una blasfemia.
Presentarse, intentar actuar y reclamar “por la gracia de Dios” y “en su sacrosanto nombre”, tanto civil como eclesiásticamente, resulta más que cuestionable a la luz de las Ciencias Sagradas , suplantando al “Único Dios vivo y verdadero”, que en el Evangelio se nos hace presente encarnado en Jesús…
Desinfectar en profundidad estas expresiones con los medios y procedimientos doctrinales más efectivos, es deber primordial y urgente, en evitación de que pandemias tan destructivas desvíen de la existencia humana los caudales de esperanzas que hacen ser vida a la vida..
Equiparse, exornarse y valerse del nombre de Dios, y suplantar su jurisdicción, presencia y actividad tal y como acontece oficialmente dentro y fuera de la Iglesia, rebasa toda ponderación y medida personal y comunitariamente.
Dios es solo Dios y, en cristiano se llama Jesús, por lo que el “poderoso” en esta vida que no cuente en su “curriculum” –y no haya hecho ya suyos- los ejemplos y las enseñanzas del santo Evangelio, apenas si aprobó la asignatura de pagano…
Lo mismo de católico que de protestante, de agnóstico y hasta de ateo, es posible ser y proclamarse monárquico que republicano. Adscribirle de por sí connotaciones religiosas a las opciones políticas, carece hoy de sentido.
Aseverar que el rey –los reyes- , o el presidente de la República, con mención especial para cuanto es y significa la corrupción sean intransigentes, equivale a desconocer la historia, que en recientes, espectaculares y fétidos capítulos nos dicta con todos los detalles, documentos y sentencias inapelables, que los índices de inmoralidad son equiparables en una u otra fórmula de gobierno…
Por lo mismo, “Ni quito ni pongo rey…”, sigue y seguirá siendo esquema válido de convivencia , siempre y cuando el pueblo-pueblo sea el destinatario del servicio prestado por sus gobernantes, quienes de por sí, y siempre, optaron por ser y ejercer de “auctóritas” (servicio), que no de “potestas”, es decir, de “poder”, con su correspondiente “¡ordeno y mando¡”.
Y siempre y en todo, démosle gracias a Dios por la existencia de la democracia y hagamos cuanto sea posible, y más, porque la Iglesia la acoja en su seno, desde los dicasterios curiales, hasta las más humildes parroquias, con activa participación igualitaria de laicos y laicas.
Y que conste que hay personas, que precisamente por lo de “la gracia de Dios”, no pueden tener “vida privada. Toda ella es –ha de ser- pública. Hoy, a muy poco se le puede calificar de “privado”