Caen marchitas como hojas ocres de otoño
y se alejan como aves migratorias
hacia otros territorios baldíos.
Antiguas certezas que hoy no tienen cabida
ni en la mente ni en el corazón,
se hunden como castillos de naipes
y desmoronan como las capas de pintura
en ruinosas casas deshabitadas.
Pero su ausencia deja un hondo vacío,
una incertidumbre que solo se deja colmar
por el aliento del incesante anhelo,
la brisa de la caricia y la ternura,
la noche oscura iluminada por la luna
y decenas de estrellas que siguen orientando
el sendero de mi existencia.
Aún así
vivo cada día profundamente agradecido.
Y con eso me basta.