El Misterio de la Vida
«El Ser es cuidado, atención, ternura… Y tú también, en el misterio de tu ser más verdadero, más allá de toda unidad y dualidad, tú también eres ESO… “En Él vivimos, nos movemos y existimos”» (José Arregi).
Es complicado hablar de Dios, del Misterio de Dios, del misterio que nos habita y del que formamos parte. Porque todo lo que podamos hablar de Dios es mera aproximación, intuiciones expresadas con lenguaje humano, virtudes que sublimamos para comunicar qué es lo más importante de nuestra vida. Y, al final, las palabras resultarán preciosas, pero no nos habremos acercado ni un milímetro a la realidad de Dios, del Misterio que nos circunda y nos constituye.
No obstante, además del lenguaje corporal (tan importante en la relación entre los seres humanos), las personas nos comunicamos por medio del lenguaje. De ahí la necesidad de establecer ideas que manifiesten lo inexplicable. Los teólogos y filósofos de las distintas religiones, culturas e ideologías, han intentado acercarse a esta Realidad, al Ser por excelencia, a Quien nos une y plenifica.
Los más sabios, es decir, quienes no creen que sus palabras y certidumbres sean dogmas de fe (muy al contrario, se mantienen siempre en búsqueda permanente), prefieren, al final, callar y quedar en silencio ante lo Indefinible. Más que las palabras o los razonamientos, siendo unas y otros necesarios para una cierta comprensión de Dios, lo que más nos puede acercar a su Misterio es la experiencia mística, empapada de espiritualidad encarnada. Nada queda fuera del acercamiento a la Fuente, que no deja de crear manantiales de agua viva en nuestro interior.
San Agustín llega a decir en un texto memorable: «La verdad estaba en mí, más íntima a mí que lo más interior de mí mismo». Y Jesús también nos dice que «el reinado de Dios está dentro de vosotros». La verdad, el reinado… una Presencia que no está en la estratosfera, como se creía hace siglos, sino dentro de cada uno/a de nosotros/as.
Por eso es importante ahondar en el corazón, en nuestro interior, hacer silencio, buscar momentos de soledad para abismarnos en el buen Padre y Madre Dios que nos habita. Y no es una tarea nada fácil en las sociedades que vivimos y con el ritmo de vida que llevamos. Cada uno/a deberemos buscar los momentos, los lugares, las técnicas y estrategias para entrar en el Infinito oculto en nuestro espíritu.
Pero, junto con esta búsqueda interior, no hay que olvidar, ni dejar de lado al Dios presente también en los demás. Jesús dice que al verle a él, al conocerle y comprobar cómo actúa, veremos y experimentaremos los sentimientos de su Abbá. Y Jesús no se olvidó de la oración, de la inmersión total en el misterio de su yo y en el Misterio del Otro. Pero no podía desligarlo de su entrega y servicio a la causa del Reinado de Dios, de su misericordia y amor por la humanidad, especialmente por los más olvidados y desfavorecidos.
Ahí es donde se prueba de verdad si la espiritualidad está encarnada o no, si es etérea, sin ningún vínculo con la ética y la solidaridad, o comprende y abraza a toda la persona, si impregna la mística con la que vive, se relaciona, comparte, se alegra y sufre con los demás…
Serán pues dichosos quienes descubran esta epifanía del Misterio, que es la Fuente de la vida, la Claridad de cada nuevo día, la máxima Apertura al hondón personal, a la Transparencia de cada persona.
«Felices quienes ahondan y se dejan llenar por el asombroso misterio de la vida».