Oración encarnada

Oración encarnada
Oración encarnada

«Oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa de Jesús).

Hubo un tiempo en que se expresaban serias diferencias entre quienes acusaban a otros cristianos de escapismo espiritual, orando mucho pero sin conexión con la realidad y contestando los otros con la recriminación por el activismo de quienes no aceptaban el valor ni la importancia de la oración.

Si bien puede que sigan vigentes en algunos ambientes estas acusaciones, cualquier persona mínimamente conocedora del Evangelio reconoce que Jesús tuvo sus momentos de oración, para encontrar fuerza, ánimo, sentido a lo que hacía, que era tanto que en algunos momentos no tenía ni tiempo para comer.

Hay muchas formas de oración, decenas de métodos, caminos que han recorrido multitud de personas, órdenes religiosas, asociaciones laicales… Sin mencionar la gran cantidad de escuelas de oración y meditación que se han dado en todas las religiones y senderos espirituales.          

El ser humano, hombre y mujer, es orante por naturaleza. Está estudiado que nuestros antepasados ya oraban de alguna forma con las pinturas rupestres, con los ritos funerarios y las alabanzas a la naturaleza, a la Madre Tierra y al Sol principalmente, antes de desembocar en la creencia en dos diferentes dioses, o en un Dios único. 

Para empezar a orar es necesario seguir las enseñanzas de personas más experimentadas. Pero posteriormente, cuando se va avanzando, es bueno y necesario irse desprendiendo de ataduras, de cáscaras protectoras, para salir al aire libre de la relación personal con el Misterio que nos habita. Hablando como con el mejor amigo. O callando y acallando tanto ruido e imágenes como hay en nuestro interior. 

En la sociedad de la prisa y del estrés, por otra parte, es de una necesidad imperiosa para la salud de nuestra mente, el silenciar durante un tiempo al día la actividad, para descansar, reflexionar, meditar, orar con uno mismo, entrando en nuestro interior, dirigiendo nuestra mirada contemplativa de amor hacia «quien sabemos nos ama».

En la oración recogemos como un eco de nuestra humanidad que nos une a todo lo creado; de nuestra divinidad, como imagen con un parecido excepcional de quien somos sus hijos e hijas. Esos ecos que al final nos resultan conocidos, y que están apagados ante tanto frenesí como vivimos, comienzan a aflorar, a resonar en nuestro interior, devolviéndonos nuestra esencia original que, muchas veces, vamos perdiendo poco a poco sin darnos cuenta.

La oración personal o en comunidad, no nos aparta de la vida, al contrario, nos sumerge, nos ayuda a encarnarnos más en ella. Cuando oramos con sinceridad, el espíritu de la Verdad nos inunda y, como dice Casaldáliga, no podemos hacer otra cosa que incorporar a ella las voces, los rostros, las dificultades, las injusticias, las alegrías y los gozos de quienes nos acompañan por el camino de la existencia.          

Es importante también aprender de la historia de los grandes orantes, de los místicos: así podremos caminar en libertad al encuentro con el Espíritu vivo de Dios; y este camino no lo podremos recorrer si no unimos vida y oración, contemplación y vida, mística y existencia, silencio y soledad, sin ningún tipo de dicotomías.

«Felices quienes se reservan cada día unos momentos de silencio para entrar gozosos en su corazón».

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