Una ecología integral
«Desde una nave espacial o desde la Luna, la Tierra aparece como un resplandeciente planeta azul-blanco que cabe en la palma de la mano… Desde esa perspectiva, Tierra y seres humanos emergen como una misma entidad. El ser humano es la propia Tierra que siente, piensa, ama, llora y venera» (Leonardo Boff).
El ser humano ha creído, desde hace muchos siglos, que la tierra es el centro del universo, que todo lo demás gira en una única e hipotética órbita a su alrededor. Y, por supuesto, que el hombre y la mujer eran la obra cumbre de la creación, por lo cual todo tendría que estar sometido a sus deseos, caprichos y necesidades.
Nos ha faltado humildad. Se podría entender esta creencia cuando no se tenían los conocimientos que ahora poseemos, por ejemplo, de la astronomía. Es imposible creer ya que todo el universo gira en torno a este minúsculo grano de arena del cosmos, cuando existen millones de galaxias, miles de millones de estrellas, con infinidad de planetas en torno a muchas de ellas.
Y lo mismo podemos afirmar sobre la primacía del ser humano en la Tierra. Los avances en genética han demostrado que compartimos buena parte de nuestros genes con la mayoría de los seres vivos de la tierra. Menos de un uno por ciento nos diferencia de los primates. Grandes científicos de nuestros días afirman que nuestra planeta es un superorganismo vivo, del que nosotros somos una parte, importante sí, que ha conseguido grandes avances en nuestro ser y en nuestros conocimientos, pero una parte más.
Muchas especies se han extinguido desde la aparición de la vida en la Tierra. Así nos puede pasar también a nosotros con nuestra soberbia, explotación y desprecio hacia nuestra casa, nuestro útero materno, este planeta azul. La contaminación del aire, de los océanos, de los ríos, del subsuelo; los ecosistemas puestos en grave peligro; la extinción de muchos animales y plantas cada año; la sobreexplotación de las materias primas… Todo hace creer que si no ponemos freno a tal locura, desenfreno y egoísmo, en búsqueda de dinero fácil y rápido, nuestra especie desaparecerá en poco tiempo. Hay muchas señales, comprobadas por la ciencia, que nos advierten de una futura catástrofe si no cambiamos de forma de vivir y de relacionarnos armoniosamente con nuestro entorno vital y con el universo.
No obstante, para vivir una ecología integral en nuestra existencia, que nos lleve a sentir en plenitud como personas con todo y con todos, es necesario desarrollar y potenciar nuestra vida espiritual, interior, profunda, la que anida en nuestro corazón y nos invita a crecer para ser y compartir, para relacionarnos y religarnos con todo lo que nos rodea. Solo desde el cuidado propio y de todo lo que existe en nuestra Tierra, podremos encontrarnos a nosotros mismos y nuestro lugar en el planeta y en el universo.
Todos los seres, sean estos humanos, o animales, o las plantas, los ríos, los mares… somos interdependientes, con un destino común que no debemos impedir con nuestra conducta egoísta y, por lo tanto, suicida. Vivir una vida sencilla en todos los sentidos, es entrar en la senda de la sabiduría y de la simbiosis con la naturaleza; embelleciendo con gestos solidarios, detalles, palabras y sonrisas el entorno en el que nos movemos, sembrando en nuestro entorno cordialidad, confianza y alegría.
«Felices quienes, para vivir una sana y verdadera ecología, combinan la solidaridad con la amistad, la belleza con la gratuidad, el trabajo por mejorar el mundo con una mística encarnada en sus vidas».