CUARESMA 2025. DE LA NOCHE A LA LUZ

Comienzo la Cuaresma golpeado por la tentación del desánimo y la angustia.  En medio de las corrientes de odio al diferente, en medio del sufrimiento provocado por las guerras, en medio de las lágrimas, en medio del caos, en medio de la oscuridad, en medio de mi debilidad, viviré sosegado y en paz, sin que la realidad que nos rodea me altere, porque el Espíritu de Dios tiene el control de los destinos de la humanidad. Dios no puede fracasar. Su amor es infinitamente más poderoso que nuestros errores y pecados.  

Comienzo la Cuaresma golpeado por la tentación del desánimo y la angustia.   Me preocupa e inquieta el rumbo que ha tomado este mundo:  auge de movimientos racistas, xenófobos y aporofóbicos, discursos de odio hacia los inmigrantes, polarización social y política, incremento de la carrera armamentista que nos acerca al riesgo de un conflicto nuclear, dirigentes políticos y financieros prepotentes asentados en la codicia con pretensiones de dominar el mundo, idolatría del poder y del dinero, corrupción, utilización de la mentira con fake news a través de las redes sociales para controlar a las masas, violación de los derechos humanos, pérdida de valores éticos, destrucción de la Naturaleza nuestra casa común…, y sectarismos de movimientos “católicos” opuestos al papa Francisco.

Me duele el sufrimiento de la humanidad, la pobreza extrema y el hambre de mucha gente, la violencia, el criminal genocidio en Palestina (Gaza y Cisjordania), las guerras en Líbano, Ucrania, Etiopía,  Sudán, El Congo…, la muerte de migrantes en los desiertos y en los mares. Me duele el sufrimiento de tanta gente inocente, sobre todo niños y niñas, mientras otros, los Herodes de hoy, que todos conocemos, se sienten  dueños de las vidas humanas y de las riquezas del Planeta.

Esta situación me estremece y me lleva a interrogarme ¿dónde está Dios? Jesús sufrió estas mismas tentaciones “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Pero en medio de ellas vivió con una infinita confianza en el Padre. “En tus manos pongo mi espíritu”.

En el silencio de la oscuridad trato de seguir a Jesús. Y me propongo no angustiarme por la situación que nos envuelve. Todo pasa. Solo Dios permanece. Me abandono en sus manos. Vivimos en su corazón. Más aún, somos parte de Dios. Confío ciegamente en Él, tanto más cuanto más afligido y débil me sienta. Él me acepta y me ama como soy. Nos ama a todos como somos. Ama a este mundo. “Tanto amó Dios al mundo…” (Jn 3,16-17). Envió a su Hijo para darnos vida, vida en plenitud. Y Jesús nos dejó la misión de construir un mundo nuevo donde haya vida digna para todos.

Dios no nos mira como un juez sino como un Padre y Madre compasivo y misericordioso. Acoge a esta humanidad con compasión y misericordia. Dios todo lo hace nuevo, me repito constantemente. Este mundo cambiará. Tal vez, algo tendrá que pasar para que esta humanidad vuelva a renacer. Por eso, en medio de mi pequeñez y de los pecados de este mundo, tengo la esperanza de que la luz brillará tras la oscuridad.

En medio de este dolor trato de no perder la serenidad. En medio de las corrientes de odio al diferente, en medio del sufrimiento provocado por las guerras, en medio de las lágrimas, en medio del caos, en medio de la oscuridad, en medio de mi debilidad, viviré sosegado y en paz, sin que la realidad que nos rodea me altere, porque el Espíritu de Dios tiene el control de los destinos de la humanidad. Dios no puede fracasar. Su amor es infinitamente más poderoso que nuestros errores. En medio de esta situación seguiré haciendo lo que pueda, comprometiéndome en la medida de mis posibilidades en la defensa y servicio de los más vulnerables y en la lucha por un mundo de paz y fraternidad. Y, por encima de todo, viviré con una actitud de confianza plena en Dios y de profunda adoración.

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