EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, CAMINO PARA LA PAZ

El reto de las religiones es trabajar juntas por un mundo de paz y de fraternidad universal

Celebramos el 30 de enero el día internacional de la Paz. Sin embargo, la realidad que vivimos va por otro camino. Estamos envueltos en una profunda crisis de humanidad, las guerras de Ucrania, El Congo, Oriente Medio donde Israel no cesa de bombardear el sur del Líbano, masacrar palestinos en Cisjordania y de haber perpetrado un horroroso genocidio en Gaza...  Contemplar la realidad existente puede deprimir al más optimista. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad y riesgos reales, existen luces de esperanza en España y en todo el mundo. Brotan gestos proféticos por todas partes, destacando recientemente la actitud de la obispa de la Iglesia episcopal de Washington, Mariann Edgar Budde, cuando en la catedral solicitó al presidente Trump misericordia hacia los migrantes para que no sean deportados. Asimismo, la actitud de apertura interconfesional del papa Francisco, expresada en su encíclica Fratelli tutti  y de tantos hombres y mujeres y organizaciones que en todo el mundo trabajan por la paz que nace de la justicia.

Asistimos a un despertar del pluralismo intercultural e interreligioso, abierto al respeto al diferente, que es un signo de riqueza y que lejos de ser un choque de civilizaciones como defendía Samuel Huntington, puede ser una fuerza espiritual para humanizar este mundo. Es verdad que históricamente, las religiones han sido fuente de violencia. Pero también es cierto que todas ellas poseen un potencial de armonía y convivencia social, que es necesario y urgente activar. Las religiones deben reconocerse, respetarse y buscar lo que les unen para ser instrumentos de paz y de fraternidad universal. Con razón decía Hans Küng: “No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre ellas”.

En este mundo conflictivo caracterizado por crecientes desigualdades, guerras y genocidios, amenazado por ideologías extremistas, supremacistas, racistas, xenófobas e incluso de odio, las religiones tienen el reto de ser una voz profética de diálogo, de llamada al respeto, a la búsqueda de la paz y la fraternidad humana. Todas ellas deben ser escuelas de principios éticos, de convivencia y de armonía social. El encuentro interreligioso nos posibilita caminar juntos en la búsqueda de aquellos elementos comunes que nos unen a todas las confesiones, como es la dimensión de trascendencia, la espiritualidad que es más que la religiosidad, la vivencia del amor, la práctica de la compasión, la fraternidad universal, el bien común, el respeto a la dignidad de todo hombre y mujer, la defensa y promoción de la vida de todas las personas más allá de sus creencias religiosas o lugar de origen, el cuidado del medio ambiente y respeto a la naturaleza. 

Si todas las religiones asumieran el reto de centrarse en lo que nos une, para ser instrumentos de humanización y de protección y cuidado de la casa común, este mundo cambiaría. La fraternidad humana dejaría de ser una utopía lejana, para hacerse una realidad.

El conflicto palestino-israelí, que nos está dejando una herida en el corazón, es una negación total del espíritu que debe mover al hecho religioso. Algunos dirigentes de Israel, confesándose creyentes, han sido imbuidos por un fundamentalismo contrario al espíritu bíblico proclamado por el Dios de la Alianza y los profetas. Asimismo; en el islam han aparecido tendencias marcadamente fundamentalistas, integristas, que han recurrido a la violencia. También, reconocemos humildemente, que las iglesias cristianas, católica, ortodoxa y protestante han acudido históricamente a acciones violentas. Todo ello es negación total del Dios-Amor.

Es hora de dejar de lado la ortodoxia, para unirnos en la ortopraxis. Superar la religiosidad ontológico-culturalista para profundizar en la dimensión ético-profética, como señalaba José Mª Díez Alegría. De este modo no habría obstáculos que resistieran la fuerza vital y transformadora de las religiones. Es hora de derribar muros, abrir nuevos horizontes y respirar aires limpios en libertad, para buscar juntos otra forma de vida más humana. El mundo necesita que las religiones sean fuentes de unión entre todos los hombres y mujeres del planeta. El papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti señala que podemos y debemos “encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes. Las cosas que tenemos en común son tantas y tan importantes que es posible encontrar un modo de convivencia serena, ordenada y pacífica, acogiendo las diferencias y con la alegría de ser hermanos en cuanto hijos de un único Dios” (FT.279).

Todas las confesiones tienen la misión de estar al lado de quienes sufren vulnerabilidad, rechazo, injusticia, abandono y represión, convirtiéndose en voz de quienes no tienen voz  y trabajar para superar esas situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz si los demás no son felices.

La fraternidad nos compromete a la resistencia de la carrera armamentista, de las armas nucleares y de todo conflicto armado. Francisco señala: “La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al medio ambiente. Si se quiere un verdadero desarrollo humano integral para todos, se debe continuar incansablemente con la tarea de evitar la guerra entre las naciones y los pueblos… Toda guerra deja al mundo peor que como lo habíamos encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal… Con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, se puede acabar de una vez con el hambre en el mundo y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna” (FT. 257, 261, 262).

El diálogo interreligioso es una exigencia de nuestra época. Es hora de abandonar las confrontaciones medievales y las descalificaciones mutuas. Es necesario que a los niños y niñas y a los jóvenes de todas las creencias se les orienten para que crezcan con un espíritu nuevo y con una conciencia de que todas las religiones tienen la misión de contribuir a la reconstrucción de la sociedad en base a la libertad, la justicia y la fraternidad. De ahí la urgencia de que en la formación escolar se asuma el conocimiento de la dimensión mística y profética de cada creencia en aras a trabajar juntos por un mundo mejor.

Para ello habría que realizar un acto de introspección personal, es decir, mirar a nuestro interior y revisar nuestras emociones, nuestras inclinaciones a la ira, al asco, al odio y a las microfobias anidadas en nuestros rincones mentales y sentimentales, para abrirnos a la interconfesionalidad, como señala Juan J.Tamayo.

Asimismo, las religiones tienen la misión en la historia de contribuir a un cambio profundo de las relaciones internacionales y de una nueva reorganización de Naciones Unidas, para favorecer la construcción de un mundo en paz. Poseen la misión profética de denunciar la codicia, la corrupción, el odio, el supremacismo, el racismo, la xenofobia, la discriminación y la desigualdad, para construir una nueva humanidad donde se compartan los bienes de la tierra como hermanos y hermanas, se elimine el hambre y se cuide la Tierra, nuestra casa común.  Es por eso que el poema del filósofo y teólogo musulmán murciano Ibn Arabí (siglo XII y XIII) nos ofrece una luz en el sendero por donde debemos caminar:

“Hubo un tiempo en que rechazaba a mi próximo si su fe no era la mía.

Ahora mi corazón es capaz de adoptar todas las formas,

es un prado para las gacelas 

y un claustro para los monjes cristianos,

templo para los ídolos

y Kaaba para los peregrinos,

es recipiente para las tablas de la Torá

y los versos del Corán. 

Porque mi religión es el amor.

Da igual a donde vaya la caravana del amor,

su camino es la senda de la fe”.

 En definitiva, la esencia de toda religión es el amor. Todas las religiones tienen el amor como eje transversal, pero el amor no tiene religión. Tampoco Dios tiene religión, pero todas las religiones caminan en la búsqueda del Dios Amor.  “El que ama conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”, señala el apóstol Juan (1Jn 4,7-8). Y más adelante, este mismo apóstol señala que el amor a Dios se expresa en el amor a los hermanos porque no se puede amar a Dios, a quien no se ve y no amar al hermano a quien se ve (1Jn 4,20) y termina señalando que el amor se concreta compartiendo la riqueza con los pobres (1Jn 3,17).

El amor es la regla de oro de todas las tradiciones religiosas y de los derechos humanos: No hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan a vosotros; y todo cuanto queráis  que os hagan los demás, hacedlo vosotros con ellos.

El amor une esfuerzos en la búsqueda de unos mínimos éticos comunes para una convivencia armónica social, cultural y, sobre todo, para comprometerse en la búsqueda de soluciones a los problemas que vive la humanidad, como son la escandalosa desigualdad, la pobreza, el hambre, los conflictos bélicos, los fenómenos migratorios y la agresión al planeta.

La Paz y fraternidad universal es una utopía que debe estar en la conciencia de cada persona y  en la base  de todas las  religiones y de todas las instituciones públicas.

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