ESPIRITUALIDAD, UN DESAFÍO FRENTE A UN MUNDO EN CRISIS
A lo largo de la historia se han sucedido dos grandes proyectos y concepciones del mundo: uno es el proyecto de vida y otro el proyecto de muerte. Estos dos proyectos están en pugna entre sí. Todos los hombres y mujeres, consciente o inconscientemente, se han ido ubicando en uno u otro proyecto. Los que lean este escrito, sin duda, están ubicados en el proyecto de vida. Pero, ¿qué podemos hacer para que la gente de la calle sea consciente de estos dos proyectos y se ubique en el de la vida?
| Fernando Bermúdez López
La fe en Jesús nos exige ser críticos frente a todo sistema. Estamos en el mundo sin ser del mundo. Inmersos en un sistema que se ha convertido en un dios. El capital comercial, financiero y digital se ha expandido por todo el mundo, convertido en una transnacional que desconoce fronteras. El dinero circula por todo el planeta con una libertad y rapidez como nunca antes se había conocido. Esto ha dado pie a la ambición económica y a la especulación. Antes se compraba mercancías, ahora se compra y se vende también dinero, e incluso dinero que no existe.
Las grandes compañías transnacionales han conseguido que sus productos sean consumidos por todos los habitantes del planeta, como bien señala José Mª Castillo[1]. Su objetivo es la máxima ganancia y acumulación de riqueza en pocas manos. Pero lo más grave es que impone sus propias reglas de juego, con lo que una minoría, las grandes empresas transnacionales, se enriquecen agudizando la brecha en un mundo cada vez más desigual.
La globalización capitalista neoliberal es, por lo tanto, la globalización del mercado. Indudablemente, crea cada vez más riqueza para una minoría, pero a costa del empobrecimiento de las mayorías del planeta. Yo diría que en realidad no es una globalización sino una concentración de la riqueza en un sector del planeta.
La globalización neoliberal profundiza cada vez más la división entre el norte global rico y el sur global empobrecido, provocando crecientes fenómenos migratorios. Decíamos anteriormente que nunca ha habido en el mundo tanta riqueza como hay hoy día y, sin embargo, el número de pobres y hambrientos aumenta a pasos agigantados, con el escalofriante dato de que cada cuatro segundos muere un niño por enfermedades relacionadas con el hambre. Podríamos afirmar que la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro del evangelio se ha globalizado.
Asimismo, se ha globalizado la información, que está controlada por los poderosos del mundo. Se ha impuesto el “pensamiento único”. Crea una manera determinada de pensar y de ver el mundo. Se ha definido el término “terrorismo” como el mayor problema de la humanidad, cuando en realidad el mayor terrorismo es el colonialismo, la guerra, la pobreza y el hambre. ¿Qué mayor terror para una población ver morir a sus hijos por falta de comida? Una mujer haitiana, con sus dos hijitos agonizando en sus brazos, exclamaba en su lengua creolla: “¿Qué angustia, Dios mío, qué dolor, ¿para qué habré parido?” Nos recordaba los lamentos de Job. Igualmente, lo hemos visto en el genocidio israelí en Gaza. Terrorismo es todo lo que genera terror. ¿Acaso los bombardeos que han asesinado a más de 45.000 personas, entre ellas la mitad niños y niñas gazatíes no es terrorismo?
La espiritualidad es un reto, un desafío frente al sistema que provoca confrontación social, división, odio, y sobre todo dolor y sufrimiento. Nos sitúa, desnudos, frente a uno mismo, frente a la realidad que nos rodea y frente a Dios. Porque es un espíritu, una fuerza interior que mueve, una pasión que arrastra y da sentido a la vida y a la historia. Es por ello que la espiritualidad se traduce en un estilo de vida, en una ética no sólo personal sino también comunitaria y con una fuerte dimensión social y política. El programa ético de las bienaventuranzas del evangelio es un programa de felicidad colectiva que nos invita a buscar la felicidad de los demás, y sólo de ese modo se logra la felicidad personal, como señala Emilio Martínez Navarro (Cristianismo y ética: una relación compleja. Foro Ellacuría, Murcia 2009).
La dimensión ético-profética y espiritual se manifiesta a través del testimonio de vida, la coherencia, la honestidad, la sinceridad, el espíritu de servicio, la pasión por la justicia, acogida, compasión y ternura. Se trata de ser testigos de lo que creemos, testigos de una vida nueva, resucitada y resucitadora, testigos de la nueva sociedad que soñamos y por la que luchamos. Nos hace ser uno mismo el cambio que queremos ver en el mundo. El testimonio conduce al anuncio del proyecto de Dios a través de la palabra, sea oral o escrita. No se trata de comunicar grandes tratados doctrinales. Se comunica ante todo una experiencia de vida, la vivencia del Dios de la vida. “Lo que hemos visto y oído, lo que contemplamos referente al Verbo de vida, os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros” (1Jn 1,1-3). Arrastra más el testimonio de una persona que ama, sirve, comprende y perdona que grandes predicaciones o tratados de teología. Ahí tenemos, por ejemplo, el testimonio humilde de servicio del santo Hermano Pedro de Betancurt, en Guatemala, que realizó más conversiones allá en el siglo XVII que todos los predicadores y escritores de la época. El resultado del anuncio es la conformación de comunidades que viven la fraternidad y son signo de una nueva humanidad.
Asimismo, la dimensión ético-profética conlleva la denuncia de todo aquello que se opone al proyecto de vida de Dios para la humanidad, es decir, todo lo que obstaculiza la vida del pueblo, como es la injusticia, la inmoralidad, la ambición de riqueza, la explotación humana, la corrupción, la impunidad y la violación a los derechos humanos. La denuncia profética nace de la pasión por el reino de Dios y del amor a los excluidos y marginados, nunca del odio o la venganza.
dimensión ético-profética se manifiesta, asimismo, consolando a las víctimas de la injusticia del sistema imperante. El profeta es duro en la denuncia y tierno en la consolación. Conjuga la exigencia de la justicia con la ternura de la misericordia. El profeta se sitúa siempre al lado de los pobres y de la gente más vulnerable.
Y todo ello, el testimonio, el anuncio, la denuncia y la consolación están orientados a la transformación personal y social. Se trata de cambiar el corazón y la mentalidad de la persona. Hombres y mujeres transformados según el Espíritu de Dios. Pero al mismo tiempo se busca un cambio profundo de las estructuras socio-económicas injustas, de manera que éstas respondan al proyecto de justicia y fraternidad querido por Dios. El auténtico creyente, cristiano y no cristiano, busca humanizar este mundo mediante acciones transformadoras. Una religión que no transforma sería como la sal que ha perdido el sabor y ya no sirve sino para tirarla al camino, como señala Jesús.
Espiritualidad de la vida
La fe y el seguimiento de Jesús nos impulsa a ofrecer un desafío ético-profético a la globalización neoliberal, siendo la primera exigencia la defensa y promoción de la vida.
A lo largo de la historia se han sucedido dos grandes proyectos y concepciones del mundo: uno es el proyecto de vida y otro el proyecto de muerte. Estos dos proyectos están en pugna entre sí. Todos los hombres y mujeres, consciente o inconscientemente, se han ido ubicando en uno u otro proyecto. Los que lean este escrito, si n duda, están ubicados en el proyecto de vida. Pero, ¿qué podemos hacer para que la gente de la calle sea consciente de estos dos proyectos y se ubique en en de la vida?
El proyecto de vida busca la construcción de una sociedad justa y solidaria, donde se respete la dignidad de cada persona y donde se le dé más importancia a la vida del ser humano, sobre todo del más vulnerable, que a la producción y al mercado. Para que haya vida en el mundo envió Dios a Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para que el mundo tenga vida” (Jn 3, 16). Y el mismo Jesús dijo: “Yo he venido a traer vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). El Reino que proclama Jesús es un reino de vida para todos los seres humanos. De ahí que Jesús haga presente el Reino curando enfermos y dando de comer a los hambrientos. Él vino a reconstruir la vida de los hombres y mujeres pobres, marginados y excluidos y a levantar su esperanza porque el Reino de Dios es de ellos (Lc 6,20). En este sentido son elocuentes las palabras de los obispos de Guatemala cuando dicen: "La vida del más humilde campesino vale más que todas las riquezas del país"[2], porque cada ser humano es "imagen de Dios". San Óscar Romero, pocos días antes de su muerte proclamaba: "La vida es siempre sagrada. Nada hay tan importante para la Iglesia como la vida humana, sobre todo, la persona de los pobres y oprimidos, que -además de ser humanos- son también seres divinos, por cuanto de ellos dijo Jesús que todo lo que con ellos se hace, él lo recibe como hecho a su persona" [3].
Frente al proyecto de vida aparece el proyecto de muerte, protagonizado por quienes oprimen, explotan y marginan a los pobres, los que han convertido al dinero en su dios, los que destruyen nuestro planeta contaminando el medio ambiente, los que invaden pueblos y matan, los genocidas, los que calumnian, persiguen y asesinan a los que se comprometen con la justicia y la vida de los débiles, los que utilizan el engaño y la mentira para dominar el mundo. Este proyecto está reflejado en el sistema ultracapitalista, que se fundamenta en el individualismo y en la sobrevivencia del más fuerte. Por eso los poderosos se sienten a gusto en este sistema y piden total "libertad" de movimiento: libre mercado, libre empresa, libre competencia, liberalismo, neoliberalismo... En medio de esta jungla de egoísmos, el pez grande devora al chico. Los ricos (que hoy ya no sólo son personas sino grandes corporaciones) se hacen cada vez más ricos a costa de que los pobres sean cada vez más pobres, como vimos anteriormente. El capitalismo neoliberal, en la medida que es excluyente de las mayorías y destructor de la naturaleza, es generador de muerte.
Los hombres y mujeres que optan por el proyecto de vida, tal vez no tengan todavía una alternativa al sistema de muerte que se nos ha impuesto, pero sí tienen la fuerza para construir una alternativa al espíritu del sistema. Los cristianos viven en el sistema, pero están llamados a rechazar el espíritu del sistema. Están en el mundo sin ser del mundo (Jn 17,15).
Es elocuente el testimonio de Mahatma Gandhi. Soñaba con un país, la India, libre de la dominación extranjera, conformado por hombres y mujeres libres, justos y fraternos. Insistía en que ese país soñado había que empezar a construirlo en el interior de cada persona. Sólo hombres y mujeres libres serán capaces de construir una nueva sociedad. Gandhi aunó la vivencia y la mística de la espiritualidad hindú con la lucha no-violenta por una sociedad de justicia y libertad. Desde su experiencia mística del Dios de la vida creó un modelo de vida nuevo de comunión y armonía entre las personas.
Nuestro espíritu es el Espíritu de Vida. Esta espiritualidad surge de la experiencia y contemplación de Dios, quien se nos revela como el Dios de la vida. Los profetas del Antiguo Testamento fueron hombres con una profunda experiencia del Dios de la vida y, desde esa experiencia, salieron en defensa de la vida amenazada de los pobres. Jesús se sitúa en la línea de los profetas bíblicos. Nos revela, no un Dios todopoderoso, prepotente, guerrero, inquisidor y castigador, sino un Dios de amor que quiere la vida para todos sus hijos e hijas. El reino de la vida constituye el núcleo del proyecto que Jesús lanza al mundo. Cuando Él dice: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25), está desafiando toda realidad de muerte y subvirtiendo el orden imperante.
Ser cristiano es apostar por la vida, generar vida, amar la vida, defender la vida desde el nacimiento hasta la senectud. Por eso me declaro contrario al aborto sin causa seria justificada. Sin embargo, me sorprende y duele que personas que se oponen fanáticamente al aborto, permanecen indiferentes ante la muerte de los ya nacidos, de la multitud de niños que a diario mueren a consecuencia de la injusta distribución de los bienes de la tierra. Optar por la vida es ser coherentes.
El seguimiento de Jesús se desarrolla en la dialéctica muerte-vida. Es una espiritualidad profundamente pascual. El cristiano desde su experiencia del Dios de la vida, se transforma en testigo de la vida y lucha contra todo sistema e ideología que engendren muerte. Su acción social y pastoral va encaminada a aportar a la construcción de la cultura de la vida. Todo lo ve y lo discierne desde la óptica de la vida.
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[1] Espiritualidad para insatisfechos, Trotta, Madrid 2008 , p.174
[2] Carta Pastoral del Episcopado Guatemalteco Unidos en la esperanza, 1976
[3] Homiías de Monseñor Romero. La Voz de los sin voz, UCA, San Salvador 1982