Anécdota trinitaria
| Gabriel Mª Otalora
La alternativa a una concepción demasiado maniquea y centrada entre el mundo material y el espiritual, llegó de la mano de Joaquín de Fiore que fuera un monje muy especial, amante de la soledad y a la vez devoto de la Regla franciscana.
En aquella Edad Media se vivían tiempos de frontera, con una percepción pesimista del mundo. Se hizo popular la sentencia senectus mundi o consciencia de la decadencia ante la evidencia de que el mundo tiende al ocaso por leyes naturales, igual que se degenera la humanidad. El sentimiento de desesperanza se había extendido entre creyentes y no creyentes, aunque discrepaban en las causas y en las conclusiones sobre el final de la historia.
San Agustín le dio una vuelta cristiana a dicho mantra, y lo convirtió en anuncio mesiánico y promesa de salvación, tratando de difuminar el pesimismo en que el tópico había nacido en la cultura romana. Pero fue Joaquin de Fiore quien propuso una lectura revolucionaria del Evangelio para despertar las conciencias. Tomando como base el tópico que circulaba en aquél entonces del (senectus mundi) propuso una visión evolutiva interpretando la historia como un ascenso en tres edades sucesivas, cada una de ellas presidida por cada persona de la Trinidad: la del Padre, la del Hijo y las Espíritu Santo. Y cada edad había sido precedida de un período de incubación profético.
La del Padre se caracterizaba por la Ley y abarcaba desde Adán hasta Abraham, la segunda desde Elías hasta Jesucristo. Y la tercera sería la edad del Espíritu en donde se vivirán plenamente los valores cristianos. Convencidos de que esta etapa estaba aún por llegar, continuó esperándose en los siglos posteriores para completar de una forma armónica y liberadora el sentido de la humanidad. Dicha propuesta tenía un espíritu claramente esperanzador y así lo interpretaron después las corrientes milenaristas cristianas posteriores cuando interpretaban el Apocalipsis de san Juan.
Sorprende este modo de comprender la historia salvadora como una profecía progresiva que explica el mundo partiendo de la Trinidad. De esta manera, Joaquín de Fiore supera el dualismo agustiniano en la última fase de la historia humana, armonizando para ello la ´ciudad de Dios´ y la ´ciudad terrena´.
A pesar de que el Papa Honorio III declaró la propuesta perfectamente católica y mandó divulgar esta sentencia (1220), fue rechazada por los censores del Papa Alejandro IV (1255). Aun así, se hizo justicia y Joaquín de Fiore fue beatificado y su espíritu profético recordado por Dante Alighieri en el Canto XII del Paraíso de La Divina Comedia.
No estamos en un tiempo mejor, pero reconforta que surgen florecillas y tallos verdes por doquier; siempre son frágiles pero intensos en sus mensajes, como lo fue el que nos trajo Jesús reinterpretando toda la Escritura. Sirva esta anécdota trinitaria para resaltar el valor de escuchar -es pura sinodalidad- a quienes se les tacha de inconformistas o atrevidos. A lo mejor tras sus palabras existen brotes del Espíritu que nos indican nuevas formas de mejorar la actitud en nuestro camino.
Lo que sí parece imposible de evitar son las dificultades, si pretendemos cualquier avance.