Escuchar bien, discernir bien
| Gabriel Mª Otalora
El Evangelio de este viernes me ha hecho pensar sobre el discernimiento. Dice Jesús a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida, chaparrón tenemos; y así sucede. Cuando sopla el sur, decís que va a hacer bochorno, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? Lo cual parece decirnos que si nos ponemos, podemos discernir la voluntad de Dios en nosotros.
El discernimiento es un don del Espíritu Santo. En el lenguaje común es la habilidad de juzgar sabiamente y ser capaz de escoger cuidadosamente entre muchas opciones. En nuestra fe, es un ejercicio espiritual de búsqueda de la presencia de Dios que está muy presente desde los orígenes del cristianismo. Es un ejercicio que forma parte de nuestra inteligencia espiritual, una capacidad inherente a todos los humanos por ser personas trascendentes. Desde esta dimensión, quien busca a Dios, antes o después, tiene que vérselas con el discernimiento y trabajarlo a base de bien. Es lo grande y hermoso que tiene al ser parte del optimismo antropológico fundamental que se deriva de la experiencia de sabernos imagen y semejanza de Dios y, por tanto, seres capacitados para reconocer la voz del Señor y seguirla libremente en cada situación de la vida. Y esto naturalmente trae paz.
Lo encontramos ya en el texto primitivo El Pastor, de Hermas. Aquí, el discernimiento es sinónimo de entender la vida cristiana como lucha con fuerzas antagónicas que están combatiendo dentro del interior de cada persona ante las realidades de la vida. Para los jesuitas, como el Papa Francisco; sin embargo, ¨discernimiento¨ significa mucho más. Es la práctica orante -en escucha- para tomar decisiones. Está enraizada en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loiola, unos de cuyos objetivos principales es enseñar a las personas a poner discernimiento en práctica. Es decir, ser consciente de que Dios nos ayudará a tomar buenas decisiones, aún siendo conscientes de vernos condicionados por fuerzas contradictorias; de ahí lo de la lucha interior. Unas nos llevan hacia la Verdad y otras nos empujan en la dirección contraria. Cualquiera que haya tomado una decisión importante conoce esta experiencia y a dificultad de identificar, ponderar, juzgar y finalmente escoger el camino más alineado con los deseos de Dios para ti y para el mundo: discernir.
Jesús fue el primero que rezaba mucho para discernir la voluntad del Padre, que no pasaba siempre por hacerles casos a los profesionales de la religión. No podemos alquilar nuestra conciencia a otra persona, por muy docta que esta sea. Por tanto, para discernir bien es necesaria la ayuda de Dios para escoger el camino correcto a partir del Evangelio y en el contexto de la oración sin desdeñar a la razón, que también tiene su papel a la hora de valorar la realidad. Como les gusta decir a los jesuitas: “confía en tu corazón, pero usa tu cabeza”.
Si no hay una respuesta clara, puedes recurrir a otras prácticas sugeridas por Ignacio. Puedes imaginarte a alguien en la misma situación tuya, y pensar qué consejo le darías a él o ella: esto puede ayudar a disminuir la influencia de nuestros deseos desordenados en el discernimiento.
La exhortación Amoris Laetitia de Francisco está dirigida no sólo a familias e individuos, sino también a los pastores y otros responsables de ayudar a las personas a formar sus conciencias. En este escrito, el Papa nos habla una y otra vez sobre el discernimiento y la conciencia. Nos recuerda que mientras las reglas son importantes, en los entornos pastorales se necesita algo más, como es la acción de la gracia de Dios dentro de los corazones de los creyentes, que ayuda a tomar decisiones buenas, saludables y dadoras de vidas. Podemos hacerlo, Dios nos ha capacitado para ello pues a través de nuestras manos, el Espíritu obra maravillas a nuestro alrededor… si le dejamos; es decir, si le escuchamos con voluntad de discernir lo que Dios quiere.