¡Habemus Papam!

El cónclave de cardenales, con su carga de protocolo secular, bajo la mira de expertos y neófitos, desemboca siempre en un final feliz. La fumata blanca indica que tenemos Papa y los ojos del mundo esperan la aparición del elegido. Esta vez, desde la logia de la Basílica de San Pedro, fuimos testigos de un acontecimiento esperado pero inédito.

Se hicieron quinielas para todos los gustos, signo de la globalización mediática que vivimos y de la que todos quieren participar. La alegría y la sorpresa fue contagiante. Por primera vez en más de un milenio, el nuevo Papa, un no europeo; por primera vez en más de siglo y medio, un religioso y jesuita. Por primera vez, un latinoamericano venido del confín de la tierra, de la austral Argentina. Jorge Mario Bergoglio, cardenal arzobispo de Buenos Aires; y escoge un nombre familiar y muy popular que no figuraba en el elenco de los Papas. Francisco, evocador del poverello de Asís, pero también, del de Javier y de Borja, de prosapia ignaciana.

Su personalidad y talante humano y espiritual, como una radiografía, quedó plasmado en su primera salida vestido de blanco. Apenas un tímido saludo con el brazo derecho para quedar petrificado con mirada profunda contemplando la multitud alborozada que bajo la lluvia y el frío, que esperaba ansiosa en la Plaza de San Pedro. Ensimismado, hacía la composición de lugar, pórtico de toda reflexión según la espiritualidad ignaciana.

Luego, surgió el hombre cercano, con el buen humor que lo ha acompañado siempre, dando primero las buenas noches y dibujando una tímida sonrisa. A continuación, apareció el creyente agradecido: la memoria a su antecesor y la petición de ser bendecido antes de bendecir. Cabizbajo, nos sumimos con él, en una breve oración para que el Señor lo conforte y acompañe con su gracia. Y la evocación a la Virgen, la desatanudos, la de Luján, la Guadalupana, la Santa María Mayor de mil denominaciones, bajo cuya protección ha puesto toda su vida y este momento que lo compromete a él y a la humanidad entera.

Su sencillez y modestia, su gesto amable y fraterno sin protocolos ni rigideces, nos muestran al hombre inteligente, que discierne bajo la lupa de la fe en Jesús, lo que suaviter et fortiter, debe conducir de ahora en adelante. En él vemos al pastor que necesitamos en estos momentos: con vigor espiritual, con lozanía, atento más a los demás que a sí mismo, que lleve a propios y extraños a buen puerto. El de la fraternidad solidaria, de la enseñanza sencilla y profunda; el de la humildad que acoge los clamores, angustias y anhelos de los demás, para guiarnos al amor de Dios y del prójimo.

Gracias a los señores cardenales por su lección de desprendimiento de la inercia del tiempo para ponernos en manos de aquel a quien Dios vio con ojos de misericordia y lo eligió. Que el buen Dios bendiga al Papa Francisco en esta nueva andadura en la que lo acompañaremos para tirar la red y recoger la pesca milagrosa que alimente a un mundo hambriento de verdad, justicia y sencilla, para mayor gloria de Dios.

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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