Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars
Las lecturas propias de la solemnidad de nuestra querida santa fundadora y patrona nos ayudan a comprender lo que estamos celebrando hoy y mostrar agradecimiento a Dios, a la Iglesia, a la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados –riqueza insustituible en nuestra diócesis- y a cada persona próxima a esta casa. Aunque el mejor modo de entenderlo es contemplar y conocer la vida de esta casa-asilo, de este hogar, día a día. La familia que formáis hermanitas, residentes, trabajadores, voluntarios, sacerdotes, amigos y bienhechores, propicia que se cumpla hoy esta palabra de Dios, comenzando por la profecía de Isaías.
Aquí, como en todas las casas de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados extendidas por todo el mundo, se rompe cualquier atadura, se parte el pan y se comparten todos los dones con los demás, se hospeda a quienes no tienen un techo, a quienes tampoco han encontrado una acogida humana. Aquí, con sabor a hogar y a familia, se sacia el hambriento con el alimento material y espiritual. Aquí se da el milagro de la vida al amparo del buen Dios y de su madre y nuestra madre, Virgen de los Desamparados. Aquí, por tanto, se adelanta la llegada del Reino de Dios en medio de este mundo. Este milagro cotidiano es lo que también nos recuerda la primera carta de san Juan: que hemos pasado de la muerte a la vida.
Cuanto celebramos en la Eucaristía de la fiesta de Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars nos llena de alegría y de gratitud y constituye un mensaje de aliento y esperanza para todas las personas mayores de la sociedad. A todas os decimos que en vuestra edad avanzada seguís siendo importantes para Dios y para los amigos de Dios, como santa Teresa Jornet, las Hermanitas, quienes estamos hoy y quienes están cada jornada con vosotros, siendo vuestros prójimos como vosotros sois sus prójimos.
La alegría, la gratitud y la esperanza nos comprometen en nuestra vida cristiana como anticipo de la vida eterna. Ese compromiso lo vive cada uno desde la vocación que ha recibido del Señor, y que bien podemos realizar siguiendo los pasos de nuestra santa fundadora, tal y como los recordó Pío XII, al decir de ella en su beatificación: “Alma grande y al mismo tiempo humanamente afable y sencilla, como su homónima, la insigne reformadora abulense; humilde hasta ignorarse a sí misma, pero capaz de imponer su personalidad y llevar a cabo una obra ingente; enferma de cuerpo, pero robusta de espíritu con fortaleza admirable; “monja andariega” ella también, pero siempre estrechamente unida a su Señor; de gran dominio de sí misma, pero adornada con aquella espontaneidad y aquel gracejo tan amable; amiga de toda virtud, pero principalmente de la reina de ellas, la caridad, ejercitada en aquellos viejecitos o viejecitas que exigen la paciencia y benignidad de que habla el Apóstol”.
Afabilidad, sencillez, humildad, fortaleza de Dios que se muestra en la debilidad, paciencia, benignidad… Virtudes de nuestra santa madre coronadas por la caridad misericordiosa. Así vivió en esta vida y así mira ella el camino de santidad en su última recomendación cuando os dice a las Hermanitas: “Cuiden con interés y esmero a los ancianos, téngase mucha caridad y observen fielmente las constituciones. En esto está nuestra santificación”.
El 26 de agosto de 1896, a sus cincuenta y cuatro años, santa Teresa de Jesús Jornet da el paso definitivo hacia la vida plena en la casa del Padre. Desde allí ilumina nuestra senda de peregrinos, para que también nosotros podamos llegar a la meta. Ella ha alcanzado la misericordia que describe la escena del texto del Evangelio de Mateo que hemos proclamado antes. Santa Teresa Jornet nos señala el camino para buscar la santidad que agrada a los ojos de Dios y declara felices a los misericordiosos: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36).
Haciendo vida este texto evangélico la santa madre se configura con los sentimientos más profundos de Cristo. Así, nos muestra que la santidad, como explica el papa Francisco en la exhortación Gaudete et exsultate, implica reconocer al Señor en los pobres y sufrientes. Ahí se revela el mismo corazón del Hijo de Dios y podemos recorrer el camino de la santidad viviendo las exigencias del Señor para ser misericordiosos en nuestro modo de pensar, sentir y vivir; porque la misericordia es el corazón palpitante del Evangelio y ha de serlo del cristiano, como fue el corazón palpitante de santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars.