Don Amadeo, un obispo feliz, y el cura de los "santos vivos"
A veces, los obispos están preocupados. Y es lógico. Otras veces, se les ve desilusionados y le echan toda la culpa de sus penas al 'mundo actual, a la secularización, a la frialdad religiosa de los fieles o a la apatía de sus propios curas'. Incluso hay algunos prelados tristes, que apemas sonrién y, cuando lo hacen, se les nota que es una sonrisa forzada.
A Don Amadeo se le ve feliz. Con una felicidad que le nace de dentro y refleja a la perfección en su lenguaje corporal. Y, además, no tiene empacho en reconocerlo abiertamente. Está feliz de su nueva diócesis (aunque sigue vinculado en profundidad a su primera 'novia', la diócesis de Plasencia), de su gente y de sus curas. Cuando muchos obispos echan pestes de sus sacerdotes, él asegura que son extraordinarios y que, a pesar de que aumenta su edad media, siguen consumidos por el celo del Señor.
Y lo mismo predica de su gente: Cariñosa, entregada, con sed espiritual...En el año que lleva en Jaén, ya se ha recorrido prácticamente toda la provincia y, en todas partes, encuentra personas de alma noble y fe profunda.
Don Amadeo es francisquita convencido. Quizás, porque no es de los obispos conversos. El fue de Francisco antes de Francisco, porque fue de los que acogió con gozo y aplicó el Vaticano II en su diócesis nativa de Badajoz, al lado de monseñor Montero (el "gran obispo, al que no se le hizo justicia ni se le reconoció suficientemente su enorme valía"). Por eso, espera que en la Iglesia se produzca un fenómeno de bola de nieve ilusionante como el de la época postconciliar. Para consolidar la "revolución evangélica" de Francisco, que, a su juicio, es "irreversible".
El Padre Carlos Jaar le cuenta lo que hace en su parroquia, en uno de los barrios más pobres y peligrosos de Amán. Una parroquia que convirtió en hogar, casa y colegio de más de 2.000 familias de refugiados cristianos iraquíes y de refugiados musulmanes sirios. "Vivo con santos", dice el padre Carlos. Y explica el por qué. El Isis les ofrecía tres posibilidades: Quedarse y pagar un impuesto por vivir en tierra musulmana; salir con una mano delante y otra detrás; o renegar de su fe y quedarse con todos los derechos. Todos, todos sin excepción, optaron por dejarlo todo y huir. Ni uno sólo renegó de su fe.
En Jordania, los refugiados no pueden trabajar. Viven, pues, de la caridad. Por eso, el Padre Carlos los organizó para que sean ellos mismos los que dirigen y gestionan el colegio de sus hijos, asi como el comedor y los apartamentos en los que viven. La comida cocinada por madres y padres es excelente; el colegio funcina a las mil maravillas y, en cada apartamento viven hasta tres famlias. Refugiados santos, que rezan el Padrenuestro y las demás oraciones en arameo, la lengua que habló Jesús de Nazaret.
Acogido como un héroe de la solidaridad en la Cena Solidaria de Mensajeros de la Paz en Jaén (cuya recaudación va íntegra para Jordania), asi como en sendas conferencias que pronunció en Baeza y Jaén, el sacerdote jordano, que nació en Belén y sufrió en sus propias carnas el drama de ser refugiado, pide ayuda para sus 'santos'. Para seguir viviendo y poder regresar, algún día, a sus casas y a su tierra. Y es que el Padre Carlos es capaz de hacer milagros (nos cuenta unos cuantos) por su gente. Porque sabe que cuenta con la ayuda de la Providencia: "Dios no puede abandonar a sus hijos más débiles".
Y, cuando parece que los abandona, el Padre Carlos reza y lucha con Dios: "Señor, yo los he acogido. Ahora, te toca a ti hacer tu trabajo. Dame una solución. Son tus hijos, antes que míos. No los podemos dejar sin comida". Y siempre lo consigue, porque "la mano de Dios está con nosotros".
Para colaborar con la labor con los refugiados del Padre Carlos en Amán, puede enviar su donativo a Mesnajeros de la Paz - refugiados Jordania al siguiente número de cuenta del Banco de Santander:
ES21 0049 5104 11 2016063667