Entre el conservador Argüello y el progresista Cobo, podría imponerse la vía media del moderado Saiz Meneses Elecciones episcopales: ¿Con el Papa o contra el Papa (sin decirlo)?
"Expertos en el arte del decir sin decir y del ‘sí, pero no’, los obispos españoles, muchos de los cuales han sido formateados por los anteriores pontificados conservadores, nunca han terminado de ‘deglutir’ el profético, rompedor y primaveral pontificado del Papa Francisco"
"El arzobispo de Valladolid, más sibilino que Jesús Sanz, trata de nadar y guardar la ropa, sin quemar sus naves y sin enseñar demasiado la patita conservadora"
"Tanto Argüello como Cobo (el líder del sector progresista) saben que, para auparse al trono de Añastro, necesitan ineludiblemente los votos del sector moderado, ese numeroso grupo de obispos ‘tibios’, demasiado prudentes, formateados y elegidos en la época anterior, pero que ven inevitables los cambios estructurales y de estilo que Francisco está imprimiendo a la Iglesia"
"En poco tiempo, Saiz Meneses se metió a la compleja archidiócesis en el bolsillo, se ganó a los curas y a la gente, conectó a las mil maravillas con cofradías, hermandades y religiosidad popular, e hizo crecer su figura episcopal"
"Tanto Argüello como Cobo (el líder del sector progresista) saben que, para auparse al trono de Añastro, necesitan ineludiblemente los votos del sector moderado, ese numeroso grupo de obispos ‘tibios’, demasiado prudentes, formateados y elegidos en la época anterior, pero que ven inevitables los cambios estructurales y de estilo que Francisco está imprimiendo a la Iglesia"
"En poco tiempo, Saiz Meneses se metió a la compleja archidiócesis en el bolsillo, se ganó a los curas y a la gente, conectó a las mil maravillas con cofradías, hermandades y religiosidad popular, e hizo crecer su figura episcopal"
A principios de marzo, la Conferencia episcopal española (CEE) elige a su nueva cúpula y, en una organización tan presidencialista, destaca especialmente la elección de su nuevo presidente, para suceder al cardenal Omella, que, por edad y por estatutos, ya no puede ser reelegido.
Con la elección del nuevo presidente, el episcopado no sólo busca un nuevo líder (en una institución que cuenta cada vez con menos personalidades carismáticas), sino que, además, marca la dirección de una institución sin apenas credibilidad social y, sobre todo, se retrata. Tiene que retratarse: con el Papa o contra el Papa (sin decirlo públicamente, gracias al voto secreto).
Expertos en el arte del decir sin decir y del ‘sí, pero no’, los obispos españoles, muchos de los cuales han sido formateados por los anteriores pontificados conservadores, nunca han terminado de ‘deglutir’ el profético, rompedor y primaveral pontificado del Papa Francisco. Primero, esperaron ardientemente que fuese ‘una tormenta de verano’ en la institución.
A medida que iban pasando los años y la tormenta se iba convirtiendo en un huracán permanente de cambios y reformas, adoptaron la estrategia del hacer ‘como si’. Hago como que estoy con el Papa (lo contrario es un pecado contra la sacrosanta comunión), aunque su pontificado me resulte insoportable. Para eso, dejo caer, de vez en cuando, alguno de sus eslóganes o de sus palabros: Iglesia en salida, hospital de campaña, sinodalidad, misericordia o Iglesia de todos, todos, todos.
Este sector más conservador del episcopado, que representa en torno al 30% de sus miembros, está cansado de aguantar y últimamente se ha echado al monte del disenso público y de la desafección papal, capitaneado por su líder, Jesús Sanz y seguido de cerca por Munilla.
El arzobispo de Oviedo sabe que no tiene posibilidades de tocar poder como presidente, por ser demasiado radical, y, precisamente por eso y porque se le han cerrado todas las salidas de ascenso, no tiene nada que perder. Más aún, podría luchar por la vicepresidencia y, así, formar con Argüello la cúpula del episcopado.
El problema para esta estrategia es explicarsela a la gente y, sobre todo al Papa, si saliese ganadora. ¿Cómo se va a presentar ante Francisco, como suele ser protocolario, una cúpula conformada por Argüello, Sanz y García Magán, los tres claramente conservadores y renuentes al estilo primaveral de Francisco? ¿Cómo se lo explicarían al ‘santo pueblo fiel de Dios que peregrina en España’, especialmente a las bases más comprometidas, que, sin duda, se darían cuenta de la ‘jugada’?
Salga o no salga la dupla, el que sí tiene muchas posibilidades de éxito para ser el nuevo presidente del episcopado es Luis Argüello. El arzobispo de Valladolid, más sibilino, trata de nadar y guardar la ropa, sin quemar sus naves y sin enseñar demasiado la patita conservadora. Pero todos los obispos saben que está íntimamente vinculado con el ‘clan de Toledo’, a través de su amistad con monseñor Cerro y monseñor Munilla, entre otros miembros del citado ‘lobby’ ultra.
Catapultado al estrellato episcopal desde la secretaría de la Conferencia episcopal, que ocupó con mano de hierro desde 2018 a 2022, es, sin duda, el candidato más cotizado del sector conservador, por encima del propio Sanz o de los arzobispos de Burgos, Mario Iceta, o de Toledo, Francisco Cerro. Pero, para conseguir la presidencia, necesita los votos del sector moderado.
La correlación de fuerzas en la CEE se conforma en torno a tres ‘sensibilidades’, teniendo en cuenta que algunos obispos habitan en los márgenes de las diversas corrientes y pueden fluctuar entre ellas: La corriente conservadora aglutina unos 30 votos; la progresista, 20 y la moderada, otros 30.
Tanto Argüello como Cobo (el líder del sector progresista) saben que, para auparse al trono de Añastro, necesitan ineludiblemente los votos del sector moderado, ese numeroso grupo de obispos ‘tibios’, demasiado prudentes, formateados y elegidos en la época anterior, pero que ven inevitables los cambios estructurales y de estilo que Francisco está imprimiendo a la Iglesia. Pero, poco a poco y sin pasarse con esos cambios.
Por el lado progresista, el cardenal Cobo no quiere ser presidente de la CEE. Cree que no es su hora, que sería demasiado pronto, demasiado poder y demasiado tiempo. El cardenal 'meteorito' (como algunos le llaman por su ascenso meteórico desde obispo auxiliar a arzobispo de Madrid y cardenal con mando en el dicasterio romano de obispos), sabe que tiene tiempo por delante y que, para ser el líder de futuro que necesita la iglesia española, tiene que hacer méritos y demostrar su capacidad de liderazgo (que, sin duda, la tiene).
También sabe el arzobispo de Madrid que su timing no se acompasa con el del Papa, que lo eligió para ser su hombre en España y cambiar, de una vez por todas, el mapa anquilosado del episcopado español. Y hacerlo con rapidez.
En la actual coyuntura, Francisco puede optar por ‘señalar’ con su dedo a Cobo y, por lo tanto, imponerlo (¿qué prelado se atrevería a desatender el deseo explícito de un Papa?). Pero tendría que hacerlo explícitamente y esas indicaciones papales sólo suelen transmitirse por vía indirecta.
También podría optar el Papa por mantenerse en silencio y confiar en que los obispos españoles captaron las evidentes señales de predilección por Cobo, que fueron muchas y muy seguidas. Es evidente que las captaron, pero no lo es tanto que vayan a seguirlas y obedecerlas.
Sobre todo, si Cobo se retira de la lucha electoral y no presenta batalla, con lo cual estaría dejando el campo libre a los conservadores, que, tras el paréntesis de Omella, estarían deseando volver a copar todo el poder en Añastro: no sólo la presidencia, sino también la vicepresidencia, la secretaría general, el comité ejecutivo y la comisión permanente. De hecho, uno de los principales mérito del cardenal Omella como presidente del episcopado ha sido el de servir de muro de contención al rigorismo episcopal y 'obligar', por ejemplo, al sector conservador a reconocer los abusos del clero y pedir perdón por ellos.
¿Aguantaría la Iglesia española un escenario así durante cuatro años? Eso sí, de cumplirse este vaticinio, el episcopado español se convertiría, junto con el polaco y el estadounidense, en uno de los más retrógrados del mundo. ¡Y algunos todavía se preguntan por qué Francisco no quiere visitar España!
Y, ante eso, ni el propio Papa puede hacer demasiado. De ahí que lo más lógico sea que, una vez iniciado el proceso de cambio episcopal, Francisco opte por respetar su ritmo. De esta forma, además, no se arriesgaría a recibir una bofetada en la cara del cardenal madrileño, presumiblemente derrotado en una votación secreta, en la que no se conocería el nombre de los votantes, pero se escenificaría, una vez más, la falta de sintonía profunda del episcopado español con Bergoglio.
Porque lo que está clara es la inquina profunda que profesa a Francisco el ‘partido’ conservador-rigorista de nuestro episcopado, por haber pasado de la época dorada de Wojtyla-Ratzinger al pobrerío actual de la Iglesia en salida, donde al alto clero se le pide prescindir de sus privilegios y de su conciencia de casta elegida de funcionarios de lo sagrado.
De todas formas, si el Papa se lo exige, Cobo tiene que presentarse, aunque tema que no saldría elegido, porque la correlación de fuerzas no le es favorable. Por eso, intentará hacerle ver al Papa que los obispos españoles huyen de los presidencialismos con liderazgos autoritarios, porque le recuerdan demasiado a la época del cardenal Rouco por un lado y del cardenal Tarancón por el otro, y porque la mayoría del sector moderado está más cercano a los conservadores que a los progresistas.
Al cardenal madrileño solo le queda, por tanto, una opción: convencer al Papa de que es demasiado pronto para él y buscar un hombre de transición, una especie de Juan Bautista, precursor. Y el único que podría asumir este papel es el arzobispo de Santiago, Francisco José Prieto, bien formado, con capacidad de liderazgo y con las ideas reformistas claras, pero recién llegado también al cargo.
La Iglesia, como el ejército, se rige por el sacrosanto escalafón, por el puesto ostentado y por los trienios. Es decir, la experiencia es un grado y el ascenso va en función de la archidiócesis ocupada. Tanto que, antes, llegar a Sevilla, Toledo, Madrid o Barcelona, era sinónimo de capelo cardenalicio. Eso, también lo tiró abajo el iconoclasta de Francisco.
En cualquier caso, en la Iglesia los arzobispos tienen un rango superior y mandan. Lo lógico es, pues, que el próximo presidente sea uno de ellos. Sólo hubo una excepción a esta regla: Ricardo Blázquez, obispo de Bilbao (una diócesis más importante que algunos arzobispados), con gran prestigio entre sus hermanos y que no era arzobispo, porque Rouco lo tenía en el País Vasco ‘haciendo la mili’ y ejerciendo de dique de contención contra el nacionalismo.
En la actualidad hay 16 arzobispos españoles, debido a algunas anomalías temporales: el administrador apostólico de Huesca y Jaca es el arzobispo emérito Vicente Jiménez; en Mérida-Badajoz hay un arzobispo titular, Celso Morga, y un arzobispo coadjutor, José Rodríguez Carballo; y el arzobispo-obispo de Urgell, Joan Enric Vives, copríncipe de Andorra.
Aparte de estas circunstancias peculiares, entre los mitrados arzobispales no hay grandes figuras como antaño, que puedan imponerse por su propio peso personal. Las personalidades han menguado en la Iglesia, como en otras muchas parcelas sociales.
En cualquier caso, los moderados saben que pueden constituirse en la vía ganadora entre progresistas y conservadores, y, sobre todo, para pararle los pies al favorito Argüello. Esa estrategia pasa por encontrar un candidato, que no repugne demasiado a los conservadores y que se convierta en el mal menor para los progresistas.
Y en ésas están, buscando al Wally episcopal moderado. Y, a mi juicio, en ese traje sólo encajan cuatro prelados: Gil Tamayo, Benavent Vidal, Rodríguez Carballo y Saiz Meneses. Descartado el primero y arzobispo de Granada por ser del Opus Dei, asi como el arzobispo de Valencia, porque no se postula ni aspira a gobernar la conferencia, concentrado como está en la potente diócesis valenciana, la elección sólo podría recaer en el arzobispo de Sevilla o en el arzobispo coadjutor de Mérida-Badajoz.
El gallego Carballo tiene pedigree curial, pero es religioso (eso, a veces, no suma entre el alto clero) y acaba de aterrizar en España. Saiz Meneses, en cambio, pertenece al clero diocesano y es obispo desde el 2001, primero como auxiliar y mano derecha del cardenal Carles en Barcelona y, después, como obispo de Tarrasa.
En Cataluña siempre le persiguió esa etapa de ayudante de Carles y, sobre todo, su procedencia del clero de Toledo. Sin embargo, en su nueva diócesis catalana hizo gala de una enorme prudencia y méritos suficientes para que Roma (vía Omella) pensase en él, para dejar el camino expedito en Barcelona a un sucesor a la medida del cardenal aragonés y, al mismo tiempo, apaciguar la archidiócesis sevillana tras el paso por ella (a veces, penoso) del demasiado severo y sin cintura, monseñor Asenjo.
En poco tiempo, Saiz Meneses se metió a la compleja archidiócesis en el bolsillo, se ganó a los curas y a la gente, conectó a las mil maravillas con cofradías, hermandades y religiosidad popular, e hizo crecer su figura episcopal no sólo en la archidiócesis, sino también fuera de ella y entre sus hermanos en el episcopado. Y se ha convertido en un potencial caballo ganador que, en caso de afianzarse la tercera vía moderada, sabe que contaría sin rechistar con el apoyo de los conservadores y que los progresistas (menos los catalanes) le podrían votar sin taparse las narices.
De aquí al cuatro de marzo, las distintas corrientes episcopales afinarán sus estrategias. Los conservadores se ven a menudo entre ellos y, además, cuentan con un excelente ‘kingmaker’, Fidel Herráez, arzobispo emérito de Burgos, que ejerció ese papel durante muchos años, especialmente para Rouco. Los moderados y los progresistas se ven menos y les repugna entrar en esas dinámicas propias de las formaciones políticas, fiándolo todo a la providencia y al Espíritu, que, sin duda, soplará, mientras las campanas de la Giralda y de la Asunción se preparan para tocar a gloria.
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