Exito total del viaje arriesgado de un Papa valiente

Se fue a Egipto, donde el Isis acababa de hacer estragos entre los cristianos coptos, sin chaleco antibalas ni coche blindado. A pecho descubierto, en un pequeño utilitario. Papa-Juan-sin-miedo. Y, una vez más, Francisco convirtió un viaje histórico y arriesgado en un éxito hacia adentro y hacia afuera. Una muesca más que añadir a su ya larga hoja de servicios a la sociedad y a la Iglesia.

Está claro que Francisco tiene don de gentes. Y lo demuestra donde quiera que va. Con los suyos y con los demás. En El Cairo, he podido ser testigo directo de cómo se metió en el bolsillo a los imanes de la famosa Universidad-mezquita de Al-Azhar, centro espiritual e intelectual del Islam moderado, que había dado la espalda a Roma, tras el discurso de Ratisbona de Benedicto XVI.

“Este Papa se hace querer por todos, incluso por los musulmanes”, dice el Padre Ángel, testigo tambien en El Cairo, del cariño que suscita Francisco entre toda la gente. Nadie habla mal de él y todos, sean de la religión que sean, le reconocen como “el Papa de la paz” y el “Papa de los pobres”.

En El Cairo, tendió una mano al Islam moderado, al que se reivindica como una religión de paz, y estrechó lazos con los hermanos coptos y ortodoxos. Pedro-Francisco, Andrés-Bernabé y Marcos-Teodoro (los tres Papas cristianos) celebraron juntos las vísperas del ecumenismo de la vida y de la sangre. Apostando por la unidad en la diversidad. Por el mosaico. Por el poliedro. Por proponer el diálogo, sin renunciar a la propia identidad de cada cual.

Tras tender la mano a los musulmanes y abrazar a los coptos y a los ortodoxos, Francisco propuso a los suyos, a los católicos, la misión de sembrar, en “la tierra del sol”, el “extremismo de la caridad”. El último día, tanto en la misa como en el encuentro con monjas, curas, frailes y seminaristas, les pidió adoptar la misión del “pequeño rebaño”, de la levadura en la masa.

El Papa quiere que sus cuadros sean los escuadrones de la revolución de la ternura, que los soldados de su primavera sean “luz y sal de esta sociedad” mayoritariamente musulmana. Y como, para corroborarlo, se escucha el canto del muecín de la mezquita cercana al seminario católico cairota, donde el Papa está pronunciando su discurso en el encuentro con el clero.

No los quiere “profetas de calamidades” a sus curas, monjas y frailes, sino “locomotoras del tren de la paz”, “sembradores de esperanza” y “constructores de puentes”. Imágenes evocadoras y positivas potentes, con el envés de las siete tentaciones, contra las que les puso en guardia.

Entre ellas, la de “lamentarse continuamente” o la “tentación del faraonismo”, que encajaba perfectamente con el contexto y que significa mirar a los demás por encima del hombro y, por consiguiente, convertirse en príncipes. Servidores los quiere Dios y el Papa, siguiendo la estela de los Santos Padres del desierto egipcio, fundadores de la vida monástica, ejemplo perfecto de encarnación y de mística.

Está claro que, tras su visita, Francisco deja en Egipto una Iglesia católica más evangélica y servidora, un ecumenismo que hace camino al andar y un diálogo con el Islam, que, tras más de 10 años de ruptura, recomienza el proceso de acercamiento. 'Al Salamo Alaikum', como repitió Francisco en varias ocasiones.

José Manuel Vidal
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