Los "Franciscoboys"
Como cualquier otra organización, sin juventud la Iglesia se muere. Sin jóvenes no hay relevo ni para los curas ni para los fieles laicos. Los jóvenes son la esperanza de una institución regida por ancianos, dispuestos a aportarles la sabiduría acumulada en su caminar.
El pontificado de Francisco se volcará con los jóvenes. Como hiciera antes uno de sus predecesores, Juan Pablo II, a cuya sombra nacieron los "Papaboys". Alentados por su sencillez y su carisma, ya han surgido en la Iglesia los "Franciscoboys".
A ellos y a todos los demás jóvenes católicos los citó ya el Papa para el mes de julio en Rio de Janeiro. ¡Todos a Río! A los pies del Corcovado. Para la celebración de la que quizás sea la más multitudinaria Jornada Mundial de la Juventud jamás celebrada.
Apoyado en la juventud de Cristo, más que del Papa, Francisco quiere que vuelvan a su Iglesia, presidida por "un Rey crucificado", dos grandes virtudes cristianas un tanto diluidas en los últimos tiempos: la alegría y la esperanza. A los jóvenes y a todos les dice Francisco que "un cristiano nunca puede estar triste", porque un cristiano triste es un triste cristiano, es decir, un contrasentido. Porque, el seguimiento de Jesús plenifica el alma, da sentido a la vida y alegra el corazón. Un corazón creyente que, "con Cristo, no envejece jamás".
"¡Danos alegría, Bergoglio!", fue el susurro y la petición que le lanzó el cardenal Sandri en la capilla Sixtina al que todavía no era Papa, pero ya se encaminaba hacia la elección. Y Francisco aceptó su consejo e invita a los creyentes a sentir y proclamar "la alegría de la fe".
Jóvenes católicos alegres los quiere el Papa. Para poder sembrar, desde esa alegría, la esperanza en el mundo. Un mundo con problemas. Un mundo que, como dice el Papa, se desangra: "¡Cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, de poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación".
Pero, en medio de las dificultades, hay salida. El horizonte no está cerrado. La esperanza nos abre a la infinitud. El cristianismo del Crucificado no se termina en la cruz, sino en la Resurrección de la Pascua.
Comienza el Papa Francisco su pontificado entre ramos, palmas, olivos y vivas. Como el Maestro. Pero consciente de que, como Él, tendrá que pasar por Getsemaní y por la pasión y la cruz, para alcanzar la ansiada resurrección. La resurrección de una Iglesia limpia, pobre, alegre y joven, esperanza de la humanidad. Voz, consuelo y madre de los olvidados en las cunetas de la vida.
José Manuel Vidal