Omella, el cardenal de las periferias
La revolución evangélica de Francisco terminó, entre otras cosas, con la época del escalafón eclesiástico, en la que las púrpuras iban aparejadas a las grandes diócesis del mundo. Ahora, con Bergoglio, las birretas son personales y para las periferias geográficas o/y existenciales. Omella no es cardenal por ser arzobispo de Barcelona, sino por ser un eclesiástico vitalmente alineado con la Iglesia hospital de campaña de Francisco.
Desde siempre. Desde su época de joven cura, cuando compartía la dedicación pastoral en parroquias aragonesas, en compañía del que fuera abad de Poblet, José Alegre. Omella no es un converso al franciscanismo. No tuvo que cambiar de chaqueta, porque siempre fue un clérigo misionero, en salida y defensor de los signos de los tiempos del Vaticano II.
De periferias geográficas y existenciales son sus cuatro compañeros de consistorio: Gregorio Rosa, auxiliar de San Salvador (El Salvador), Jean Zerbo, arzobispo de Bamako (Mali), Anders Arborelius, obispo de Estocolmo (Suecia) y Louis-Marie Ling, obispo del vicariato apostólico de Paksé (Laos). Entre ellos, dos birretas inéditas e históricas. Una, a un vicario apostólico de un país con escasos católicos como Laos y la otra, a un obispo auxiliar (amigo de monseñor Romero), por encima de su superior, el arzobispo titular de San Salvador, monseñor Escobar Alas, del Opus Dei.
Birretas para los pequeños, para los que no subieron en el escalafón y, en el caso concreto de monseñor Omella, para reforzarlo interna y externamente. Hacia afuera, el arzobispo de Barcelona sale reforzado. El birrete le confiere mayor peso en la sociedad catalana a su posicionamiento ante el 'procés', acompañando al pueblo sea cual sea su decisión política. Con la púrpura el Papa ha situado al 'advenedizo' por encima de los obispos catalanes y en total sintonía con el Vaticano.
Espaldarazo hacia afuera y consagración hacia adentro. Con su nombramiento, el Papa reafirma explícitamente que su dupla en España no es la salida de las últimas elecciones episcopales (Blázquez-Cañizares), sino la de Omella-Osoro. Son sus dos hombres de confianza, los encargados de poner en salida a una Iglesia temerosa y enrocada. Una sonora 'bofetada' a muchos de los prelados españoles, que siguen más pendientes del ex vicepapa español, cardenal Rouco Varela, y de las viejas inercias principescas que de la revolución de la ternura que viene de Roma desde hace cuatro años.
El Papa se ha cansado de esperar que el episcopado español ponga su reloj a la hora romana. Sabe que muchos prelados españoles 'franciscanean' (utilizan algunos de los términos de Francisco, pero no lo siguen en sus vidas ni en sus decisiones pastorales) y les ha mandado dos recados seguidos en forma de púrpuras para sus dos fieles seguidores, los arzobispos de Madrid y de Barcelona.
Hace tres años que llegó la primavera a Roma y muchos obispos españoles siguen instalados en el puro invierno o, a lo sumo, en el otoño. Con la designación de Omella, el Papa les dice claramente que el ciclo ha cambiado y que tienen que dejar de ser príncipes, para convertirse en servidores.
Primero les puso de ejemplo a Carlos Osoro y, ahora, a Juan José Omella, un obispo profundamente social, con todo lo que ello significa de opción por los pobres y los descartados. Porque, el arzobispo de Barcelona, siempre cultivó esa faceta evangélica. Primero como misionero, después como cura y obispo o como responsable de Manos Unidas y máximo hacedor de uno de los últimos documentos más proféticos de la Conferencia episcopal, 'La Iglesia servidora de los pobres' (2015).
Por otro lado, a Omella no le duelen prendas a la hora de situarse al lado de las víctimas en los casos de abusos del clero. De hecho, por eso y por su cercanía a Francisco, se ha convertido en el paño de lágrimas de muchos de los denunciantes que, a través de él, se ponen en contacto con el Papa.
Por último, con su nombramiento, Francisco quiere que la Iglesia española pase página y deje de ser Iglesia aduana. Un cambio como el que le imprimió a la institución, en los años de la Transición, el cardenal Tarancón, acompañado del nuncio Dadaglio, nombrando obispos de la cuerda del Concilio y de Pablo VI.
Ahora, son Omella y Osoro, los dos cardenales españoles llamados a hacer lo mismo y cambiarle la cara al episcopado con nuevos nombramientos. No en vano, el arzobispo de Barcelona es el único español que forma parte de la Congregación de Obispos, la 'fábrica' de prelados de Roma. Sólo falta que Francisco releve al Nuncio Fratini y coloque en su lugar a un nuevo Dadaglio. Entonces, la primavera florecerá en la jerarquía de la Iglesia de nuestro país.
José Manuel Vidal