Francisco descarta a los candidatos conservadores para Madrid y se reserva el nombramiento del sucesor de Osoro Operación ‘jibarización’ fallida: El Papa hace añicos la estrategia del sector conservador episcopal
"El Papa está rompiendo a menudo el escalafón, a la hora de elegir los obispos de las grandes diócesis mundiales, desde Lima a Nápoles o Génova, pasando por Valencia o, en los días pasados, por Buenos Aires"
"Es decir, el acceso al poder va por generaciones. Tras la generación de Blázquez, Cañizares, Osoro y Omella, viene pidiendo paso la de Sanz, Argüello, Saiz Meneses"
"En el episcopado español hay unos 30 obispos que son claramente antiFrancisco, que se ven arropados por una mayoría muy moderada, enemiga de cambios y de zarandajas primaverales"
"Francisco conoce a la perfección a los obispos españoles, sus obras y milagros, su orientación y hasta su forma de vivir o sus ganas de ascender. Y el carrerismo es algo que le incomoda al máximo"
"En el episcopado español hay unos 30 obispos que son claramente antiFrancisco, que se ven arropados por una mayoría muy moderada, enemiga de cambios y de zarandajas primaverales"
"Francisco conoce a la perfección a los obispos españoles, sus obras y milagros, su orientación y hasta su forma de vivir o sus ganas de ascender. Y el carrerismo es algo que le incomoda al máximo"
Aunque el Papa Celestino decía aquello de ‘ningún obispo impuesto’, como nos recuerda en uno de sus libros el gran González Faus, la verdad es que los mecanismos de nombramientos episcopales siguen estando copados por los Nuncios, los principales prelados de cada país y, en última instancia, por el dicasterio de Obispos, auténtica fábrica de mitrados, que, desde hace unos meses, dirige el agustino Robert Francis Prevost.
Es verdad que, en el actual sistema de nombramiento episcopales, se sigue conservando el ‘paripé’ de preguntar a algunos laicos, siempre bien elegidos y, por supuesto, de recta doctrina. Nada real ni para ser tenido en cuenta. Simple simulación.
También sigue habiendo algunos sacerdotes que renuncian a las mieles episcopales, pero la mayoría sigue soñando con el ‘cursus honorum’ que les lleve a la mitra. Además, no todas las mitras tienen el mismo valor real. No es lo mismo ser obispo de Guadix que arzobispo de Madrid, Barcelona o Valencia.
Éstas últimas grandes diócesis estaban reservadas tradicionalmente a obispos consolidados en otras archidiócesis, porque, además, se daba por descontado que eran diócesis cardenalicias. Es decir, ser su arzobispo significaba tener asegurado el más alto honor de un eclesiástico (fuera del papado): el acceso al colegio cardenalicio.
Toda esta dinámica funcionarial-clerical y carrerista la hace trizas el Papa Francisco desde su llegada al solio pontificio. De hecho, está rompiendo a menudo el escalafón, a la hora de elegir los obispos de las grandes diócesis mundiales, desde Lima a Nápoles o Génova, pasando por Valencia o, en los días pasados, por Buenos Aires.
El mensaje papal es claro: Los más carreristas no siempre van a llegar a las mejores diócesis y se han terminado los capelos otorgados por el peso de la tradición, como el de Toledo, el de Sevilla o el de Tarragona. Con Francisco, los obispos realmente pastores, aunque sean desconocidos y de diócesis pequeñas, pueden ser cardenales. Como monseñor Marengo, que accedió al capelo con tan sólo 48 años y siendo obispo misionero en Mongolia, en una diócesis con tan sólo 1.300 fieles.
Pero las inercias en la Iglesia son inasequibles al desaliento y, como las veletas, pretenden señalar al norte del ‘siempre se hizo así’. Eso es lo que está pasando en el proceso de búsqueda de sucesor del cardenal Osoro en la archidiócesis de Madrid, sin duda la más importante de España.
El escalafón eclesiástico se rige por una mezcla de honores, valía personal, experiencia demostrada y edad. Tienen (o tenían) más opciones de acceder a Madrid los arzobispos (que son 14), que hayan pasado por otras archidiócesis más pequeñas y que, en ellas, hayan demostrado su valía y su capacidad de gestión, y cuenten con una edad provecta.
Es decir, el acceso al poder va por generaciones. Tras la generación de Blázquez, Cañizares, Osoro y Omella, viene pidiendo paso la de Sanz, Argüello, Saiz Meneses. Una generación arropada al episcopado en época de Juan Pablo II, que adquirió galones en el de Benedicto XVI y que viene capeando el temporal de la era del Papa Francisco. De hecho, suelen calificarla de “tormenta de verano”. O eso desearían.
Pero, como bien saben los implicados en la carrera por Madrid, en tiempos de Francisco no valen sólo los derechos generacionales y, por eso, una de las últimas fases de su estrategia ha consistido en la llamada ‘operación jibarización’, que, como su nombre indica, consistía en reducir las cabezas de los posibles competidores.
Para eso, la cordada conservadora optó primero por elegir un candidato sólido. Y, una vez descartado el líder natural de esta generación, monseñor Sanz, arzobispo de Oviedo por sus posiciones demasiado escoradas a la derecha, optaron por promover al que fuera secretario general y, desde hace pocos meses, arzobispo de Valladolid, Luis Argüello, que pasa por ser un poco más moderado.
Una vez elegido el supuesto ‘caballo ganador’ y sabiendo que contaban con el apoyo incondicional del Nuncio, Bernardito Auza, que se ha pasado con armas y bagajes al sector más conservador del episcopado patrio, afinaron la estrategia de la presión a las altas esferas vaticanas.
Especialmente, a la fábrica de obispos, donde contaron, hasta hace poco, con el apoyo incondicional de su jefe, el cardenal Ouellet. Pero Ouellet se jubiló hace aproximadamente un mes y el Papa lo sustituyó por un prelado de los suyos, el peruano Robert Francis Prevost. Y en el dicasterio figura, desde hace años, el cardenal Omella, amigo del Papa y conectado a la Iglesia en salida.
Pero tanto Omella como Osoro hace un tiempo que tiraron la toalla. Elegidos por Francisco para ser sus hombres en España y, a través de ellos, intentar cambiar la faz del episcopado y conectarlo más con las reformas papales, empezaron intentándolo, pero, al final, se tuvieron que rendir a la evidencia: en el episcopado español hay unos 30 obispos que son claramente antiFrancisco, que se ven arropados por una mayoría muy moderada, enemiga de cambios y de zarandajas primaverales.
Es decir, tenemos un episcopado mayoritariamente de la vieja guardia y que, sin romper públicamente con Francisco, no se sienten a gusto en esa Iglesia en salida y con olor a oveja que el Papa argentino preconiza. Y lo demuestran a diario con sus votaciones en la CEE.
Omella y Osoro lo saben y han optado por salvar sus muebles (en el caso del primero) o por irse (en el caso del segundo). Y el plan del cambio episcopal español ha fracasado y España sigue contando con uno de los episcopados más antirreformistas del mundo, junto al norteamericano y al polaco. En España, los conservadores tienen el poder y el número.
Seguros de su ventaja de partida, programaron el segundo paso: jibarizar las cabezas de todos los que pudiesen hacer sombra a su candidato, Luis Argüello, al que quieren elegir presidente de la CEE en las próximas elecciones episcopales y, además, querían colocar en Madrid, para que asumiese todo el poder y el protagonismo eclesiástico.
Y llovieron las insinuaciones y la reducción de méritos de los eventuales candidatos del otro sector: Desde De las Heras a Valera, pasando por García Beltrán o Cobo.
Pero la estrategia conservadora ha llegado a los oídos de Roma y se ha topado con el dique de contención del Papa. Francisco conoce a la perfección a los obispos españoles, sus obras y milagros, su orientación y hasta su forma de vivir o sus ganas de ascender. Y el carrerismo es algo que le incomoda al máximo.
Por eso, los conservadores temen que van a perder la partida y tendrán que conformarse con el asalto a la CEE. El sucesor de Osoro en Madrid lo va a elegir el Papa en persona. Sin fiarse de las ternas y, por supuesto, sin hacer caso de las presiones de los conservadores. Lo acaba de demostrar en la sucesión del cardenal Poli en la archidiócesis de Buenos Aires, con la elección del antiguo cura villero, Jorge Ignacio García Cuerva. ¿Pasará lo mismo en Madrid? Lo que está claro es que el Papa derrotará la estrategia de los conservadores y, una vez más, nos sorprenderá con su designación y, en Madrid, colocará un pastor con entrañas de misericordia, capacidad de servicio y amor por la Iglesia del Vaticano II pasado por la primavera de Francisco. ¡Siempre nos queda el Papa!
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