La primavera de Francisco también llega a Fátima

'Veni, vidi, vici'. El Papa Francisco pasó menos de 24 horas en Fátima, pero consiguió, con creces, todos los objetivos que se había propuesto, para esta visita a un santuario anclado en la mentalidad popular y en la historia reciente del papado romano. No es fácil cambiar el simbolismo de un icono utilizado, en numerosas ocasiones, como azote apocalíptico de todas las cruzadas rigoristas contra el comunismo y contra los pecadores, amenazados con el infierno eterno.

Pero Francisco, como Creso, todo lo que toca lo convierte en oro. Con la única fuerza del retorno a las fuentes del Evangelio y su propio testimonio de peregrino creíble de un catolicismo, religión del amor, y de una Iglesia 'hospital de campaña'. Una Iglesia que volvió a repetir que la quiere “misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor”.

Sólo una Iglesia así puede dejar de ser fortaleza asediada y tornarse adalid de la esperanza y de la paz para la humanidad. Y ése era el primer objetivo de Francisco en Fátima: lanzar al mundo un grito por la paz, que ve amenazada seriamente por una posible (y probable) conflagración mundial devastadora. Una guerra que podría ser infinitamente peor que la “guerra a pedazos” en diversas parte del planeta o la guerra cibernética, que, precisamente, ayer se desencadenaba en el mundo.

Un llamamiento papal a la paz que, dicho desde Fátima tiene una resonancia especial. Porque Fátima es el epicentro de las ansias de paz de los católicos, pero también de los musulmanes, que se sienten atraídos por este santuario de una Virgen que evoca el nombre de la hija del profeta Mahoma. “De los brazos de la Virgen vendrá la paz que suplico para la humanidad”, proclamó Francisco. Amén.

Hacia adentro de su propia casa, Francisco buscaba, con su visita, despojar a Fátima del morbo del misterio, del secretismo y de una espiritualidad fatimista de cuño antiguo y excesivamente conservador. Una espiritualidad esotérica, apocalíptica, catastrófica y excéntrica. Una espiritualidad demasiado intimista, penitenciaria y con poco sabor evangélico. Por eso, Francisco repitió, alto y claro, que la Virgen de Fátima “no es una santita de gracias baratas” y que Dios nunca se cansa de perdonar, por muy grandes y graves pecados que se cometan.

Una operación de limpieza en toda regla. Sin alusión alguna a los tres famosos secretos de Fátima, sin amenazar con el infierno (tan presente en algunos de los relatos de las visiones de los pastorcillos), a no ser para asegurar que el infierno consiste en olvidar y descartar a los desheredados. Ni María es la que detiene “el brazo justiciero de Dios” ni Cristo es “el juez implacable” que algunos siguen predicando. Porque, siempre hay que “anteponer la misericordia al juicio”. Fátima, puerta y faro de la misericordia, que es la luz de Dios.

La Virgen de Fátima vuelva a ser la Señora del Magníficat, que “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. La que siempre socorre a sus hijos que gimen y lloran “en este valle de lágrimas”. La madre, siempre madre, que muestra a Jesús, el “fruto bendito de su vientre”.

Por eso, el Papa gritó en varias ocasiones: “¡Tenemos madre, tenemos madre!”. Una conversión eclesial en el estilo mariano. También en esto Francisco es revolucionario y vuelve a lo esencial: al Evangelio de la buena noticia, de la misericordia y del perdón. Fátima de su mano revive. Se nota que también aquí ha llegado la primavera.


José Manuel Vidal
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