Tres "referentes" de la Iglesia conciliar
La primera sensación al llegar a Comillas fue de enorme y grata sorpresa, al ver a tanta gente. Una sorpresa que se fue convirtiendo a lo largo de la presentación en un acto de reafirmación. Cientos de personas vibrando por los mismos ideales. Y tres ponentes que, a pesar de su edad o precisamente por ella, contagiaban ánimo y ganas de seguir más de cerca a Cristo.
Eso si, de una forma diferente. De una forma radical. Desde el corazón. Porque la fe no es creer en algo sino en Alguien. Fue una especie de celebración de la Palabra. Con la palabra de Dios y la de sus tres profetas. Con pinceladas de su pensamiento y de su sabiduría acumulada. Con su sencillez de estar ya de vuelta. Con su vida entregada de militantes que permanecen. Y, sobre todo, con su libertad.
Se nota inmediatamente (en nuestra Iglesia española), cuando un teólogo habla con libertad total, con alguna libertad (porque aspira a ciertos puestos) o con ninguna, porque hay muchos que están absolutamente "domesticados" y son la voz de su dueño episcopal.
Una gozada escuchar durante una hora a dos hombres y una mujer libres, profundamente evangélicos, casi místicos. En busca de lo esencial. Presentando a un Jesús hecho carne y vida a través del testimonio. Testigos creíbles del Evangelio. Impulsores de una fe hecha vida, que transforme los corazones y alivie el dolor y el sufrimiento de la gente.
Quizás por eso, la Iglesia oficial y especialmente algunos jerarcas intentan ningunearlos, marginarlos, sacarlos del circuito e, incluso, perseguirlos, como le pasa a Pagola. Pero no lo consiguen. No pueden con su fuerza interior ni con el cariño de la gente, que lee sus libros, asiste a sus charlas y bebe sus palabras que rezuman autenticidad.
Salimos de allí todos reconfortados. Con una sonrisa cómplice en la cara. Como diciendo: Es posible seguir a Jesús de verdad. Cuando el Evangelio se presenta como el seguimiento de una persona, y no como un conjunto de doctrinas, engancha y puede seguir seduciendo a la gente joven. Cuando la Iglesia ama y sana y sirve, en vez de condenar y amonestar, puede cumplir su función de llevar a la gente a Dios.
Gracias a los tres tenores de Dios. Mayores, pero sabios y humildes y con un ánimo y una capacidad de escucha que ya quisieran para sí otros jóvenes-viejos. Y dispuestos a seguir dando guerra. Y paz. Son los "respiraderos" de una Iglesia española que se asfixia entre funcionarios, dogmas, condenas y ceños fruncidos.
José Manuel Vidal