La juventud se fue. Mi salud está quebrada en demasía.
Recuerdo sin añoranza mis deportes predilectos, mis largas caminatas por puertos de montaña, asido al manillar de la bicicleta. Aquello ya pasó.
Y volaron las pasiones alborotadas de la temprana edad. ¡Cuántas esperanzas inanes se han consumido con los años! Resta la satisfacción de la victoria final desgarros de parciales derrotas.
Escribo arrimado al lecho del dolor, cuando lo mundano no llena. Creo haber madurado en el espíritu. Ahora mi gozo es el Señor. Vida austera de peregrino; bregar continuo en el tren monótono de todos los días. Horas libres dedicadas a difundir la idea del Evangelio. Paz inmensa en el espíritu, habituado a contentarse con la dádiva divina. Al menos a eso aspiro.
Mi cuerpo comienza a perder agilidad. Ya no puedo saltar ni brincar por campos y ribazos. Mas el alma se encuentra ligera como nunca. Casi vuela.
Agradezco a Dios la madurez. Ofrezco a Él mi gozo sosegado; mi tedio de las horas iguales; mi lucha pacífica por el ideal; mi constancia en la vida de cada jornada. Recibe, Señor, entera mi edad de sensatez. Y ayúdame a vencer la pereza meridiana.
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