Vivir el significado de las romerías

Crítica Constructiva

Vivir el significado de las romerías

romería

 Romería ferviente (Digital Sur)

Potenciar las romerías; es una necesidad espiritual de la religiosidad popular. Potenciarlas y darles una orientación mucho más espiritual; que no se reduzcan a mero folclore. Potenciar el rezo del Rosario, las bendiciones, las auroras, las procesiones, los novenarios, las peregrinaciones... Todo es bueno si lo encauzamos en la fe y el fervor.

El mes de mayo es pródigo en romerías en toda la geografía española. Cientos de ermitas de tradición inmemorial a las que se peregrina en rogativa, a menudo acompañados de la cruz parroquial, de estandartes y banderas. No hay que dejarlas morir. Muy temprano parte la procesión de la iglesia y recorre las calles del pueblo. Los hombres, en dos filas responden a la oración litánica. Al pie de la vereda que conduce al monte, esperan niños y mujeres con las caballerías, cestas de comida y botas de buen vino. La ascensión resulta penosa y las letanías y canciones se espacian en el tiempo para descanso de la respiración jadeante.

Cerca de la cumbre de la sierra se encuentra reclinada en el refugio natural. Está limpia ya de las hojas secas acumuladas a lo largo del año. El pequeño templo apenas puede acoger a los numerosos fieles. Huele a humedad de ermita, singular perfume evocador de nieves, helechos y musgos, estáticos orantes agarrados a muros seculares.

La Misa es breve, familiar y participada. La bendición parece descender de los montes, junto al suave rumor del viento, sobre los campos del valle. Fiesta y alegría con juegos inocentes. La comida sabrosa, alrededor del calorcillo de la fogata, es regada con el vino tinto ofrecido a los asistentes por el Ayuntamiento o Concejo.

Antiguamente las romerías se utilizaban como ocasión de encuentro de chicos y chicas. Muchas veces, a la sombra del santuario mariano o del santo de mayor devoción, nacían amores que se consumaban en familia cristiana.

El descenso del monte, cuando todavía quedan horas, por la tarde. El hombre más fuerte portaba el altísimo pendón concejil. Los pocos que habían quedado en el pueblo, esperarían a los romeros. Todos juntos entrarán de nuevo en la iglesia y entonarán a la Virgen María la Salve. Resulta bello y agradable recordar estampas ya algo lejanas, días en que el pueblo entero estaba en oración. Las costumbres modernas, el ritmo de trabajo acelerado, el esperar el fruto de los campos de medios y técnicas actualizados, han arrinconado en muchos lugares estaba costumbres a legajos de antiguas cofradías.

En verdad que no hemos de cruzarnos de brazos esperando todo de lo alto, pero también es cierto que "ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el incremento".

Nos preocupa el abandono de ciertas tradiciones religiosas porque tememos que con su pérdida vaya disminuyendo la fe y el contacto íntimo del pueblo con Dios. Por eso no destruyamos prácticas arraigadas en nuestras gentes. Vamos a fomentarlas. Acomodémoslas, si es preciso a los tiempos modernos. El concepto evolución no ha de ser sinónimo de destrucción.

José María Lorenzo Amelibia 

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