El arzobispo emérito de Tánger abre el 40 Congreso de Teología Santiago Agrelo: "No se puede servir al hombre y al dinero. No se puede"
"Las fronteras son trampas en las que, desde hace muchos años, quedan atrapados miles de emigrantes, miles de hombres, mujeres y niños en busca de futuro, ya ese futuro se llame pan, se llame justicia, se llame libertad o se llame dignidad"
Una información “sesgada, interesada, deformada, evoca en la memoria formas utilizadas con desparpajo en el viejo nazi-fascismo; se trata siempre de culpabilizar a las víctimas, y de justificar que lo sean”
El franciscano denunció el “inmenso cinismo” que habla de violencia por parte de los migrantes, “y se obvie que son sólo emigrantes los muertos, los tullidos, los descalabrados, hombres, mujeres y niños a los que, por otra parte, obligamos a pasar días y noches a la intemperie durante tiempos interminables”
"Tendríamos que hablar de complicidades que matan, la más penosa entre todas, la de la Iglesia, habitual simpatizante de políticas económicas que matan, de políticas de frontera que matan, de políticas informativas que matan"
El franciscano denunció el “inmenso cinismo” que habla de violencia por parte de los migrantes, “y se obvie que son sólo emigrantes los muertos, los tullidos, los descalabrados, hombres, mujeres y niños a los que, por otra parte, obligamos a pasar días y noches a la intemperie durante tiempos interminables”
"Tendríamos que hablar de complicidades que matan, la más penosa entre todas, la de la Iglesia, habitual simpatizante de políticas económicas que matan, de políticas de frontera que matan, de políticas informativas que matan"
“No se puede servir al hombre y al dinero. No se puede”. Así concluyó el arzobispo emérito de Tánger, Santiago Agrelo, una vibrante presentación del 40 Congreso de Teología de la Asociación Juan XXIII. Desde hacía tiempo no se veía a un obispo español en este foro, que este año, por mor de la pandemia, se está celebrando on line, bajo el lema ‘El neoliberalismo mata: no se puede servir a dos señores, a Dios y al dinero’.
Durante su intervención, Agrelo comenzó buscando “un sujeto para el verbo matar”, con una dura crítica a la propuesta neoliberal, tan presente en nuestros días. Y tan sufrida en nuestras costas, en nuestros mares, en nuestras fronteras de concertinas, dolor y devoluciones en caliente, sin que queramos darnos cuenta.
“Eso que llamamos paraíso terrenal otra cosa no sería que un mundo que Dios ha preparado con todo detalle, y en el que ha puesto al ser humano para que disfrute del regalo y lo cuide”, subrayó Agrelo, quien insistió: “La muerte no estaba en la abundancia. Tampoco en la fruición. Tampoco en la libertad. La muerte acechaba, tentaba y se escondía en la voluntad de posesión”.
"Habré de escoger"
“La voluntad de posesión seduce, engaña, miente. La voluntad de posesión mata”, clamó Agrelo, quien abundó en la responsabilidad personal en esta cuestión. “Habré de escoger entre Dios y el dinero: entre la fruición del paraíso y la apropiación del fruto prohibido; entre mi hermano Abel y mis pretensiones de ser único; entre el entendimiento con todos y la soledad de nuestros enfrentamientos; entre dar vida –que es lo propio de Dios-, y matar –que es lo propio del ídolo llamado dinero-“. Y ojo con la elección, porque “si sirvo al dinero, mataré”.
Recordando su paso por Tánger, un territorio “frontera, en el que se levantan altas, peligrosas, mortales, las vallas de las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, se extienden anchos, peligrosos y mortales el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, y finge cercanías engañosas el Estrecho de Gibraltar. Dos barreras artificiales –las vallas- y una natural –los mares-“.
Unas barreras que “son trampas en las que, desde hace muchos años, quedan atrapados miles de emigrantes, miles de hombres, mujeres y niños en busca de futuro, ya ese futuro se llame pan, se llame justicia, se llame libertad o se llame dignidad”. Y, atrapados, “viven acorralados, vejados, humillados, y se ven obligados a asumir sufrimientos que sería crueldad inaceptable infligir en una prisión a criminales; entiéndase que son empujados hasta verse obligados a aceptar enfermedades, mutilaciones y muerte”.
"Hemos de acogerlos a todos"
Y no era suficiente con denunciar la violación de los derechos humanos: “El dolor estaba allí (…). Pero tuve que aprender que, aun con la muerte delante de los ojos, somos capaces de no ver, preferimos no ver, nos interesa no ver”. Por eso, ante sus denuncias, las acusaciones contra él: “¿Acaso quiere usted suprimir las fronteras? Si no hay trabajo para nosotros, ¿cómo vamos a recibir a más gente?, ¿es que quiere usted aumentar el número de los parados? ¿Con cuántos emigrantes hemos de compartir nuestro pan? ¿Cien mil? ¿Cien millones?”, eran algunas de las críticas recibidas por el franciscano.
“Quienes tales preguntas hacen, ni siquiera se dan cuenta de que están considerando al emigrante como posesión suya, lo están rebajando a la condición de mercancía de la que los dueños pueden disponer, lo están reduciendo a factor económico en un mundo sin alma”, lamenta Agrelo. “Y si quienes hacen tales preguntas son cristianos, no se han percatado todavía de que están ciegos, de que no han empezado a creer, pues no han visto a Dios en los hermanos, no han reconocido a Cristo en el necesitado, no han visto a Lázaro echado en el portal de la propia casa”.
Con todo, el obispo da la respuesta: “Hemos de acogerlos a todos”. También, a los protagonistas de la “letanía” leída por el prelado, de 168 agredidos en la frontera, con “cuchillos, con machetes, agresiones directas de la milicia, violaciones, quemaduras, infecciones… ¿A quién le importa esa letanía? A quienes dedican su tiempo a curar las heridas que deja en la carne de los pobres la codicia de los ricos”.
A nadie interesan los muertos
“A nadie interesan los miles de muertos de los que se tiene noticia, hombres, mujeres y niños a los que enterramos lejos de su tierra y más lejos aún de nuestra memoria, de nuestros sentimientos. Y si los que mueren nos dejan indiferentes, pregunto: ¿qué pueden interesar los que se quedan rotos por los caminos?”, se preguntó Agrelo, cuestionándonos, como Dios a Caín: “¿Soy yo el guardián de mi hermano?”.
Hay muchas formas de matar, apuntó el obispo franciscano. “La primera forma de matar es el silencio informativo”, una “apuesta por la negación de la realidad”. “Y cuando la realidad arroja sus muertos a la puerta de nuestras vidas, entonces el silencio los rebajará a la categoría de muertos insignificantes, muertos sin duelo, sin historia, sin nombre”. Un “silencio cómplice” que “es madre de la indiferencia que nos hace inmunes a la compasión”.
La información también mata “cuando es utilizada al servicio del poder y contra los pobres”. Una información “sesgada, interesada, deformada, evoca en la memoria formas utilizadas con desparpajo en el viejo nazi-fascismo; se trata siempre de culpabilizar a las víctimas, y de justificar que lo sean”, apuntó, denunciando el “inmenso cinismo” que habla de violencia por parte de los migrantes, “y se obvie que son sólo emigrantes los muertos, los tullidos, los descalabrados, hombres, mujeres y niños a los que, por otra parte, obligamos a pasar días y noches a la intemperie durante tiempos interminables”.
La verdad oficial es siempre mentira
“La verdad oficial es siempre mentira”, glosó Agrelo, “y esa verdad mata”, y “evita que sintamos la responsabilidad por las muertes que ya hemos causado”.
“Otro modo normalizado de informar es el que utiliza el lenguaje para demonizar a hombres, mujeres y niños que, de forma ilegal, atraviesan nuestras fronteras”, lamentó el obispo. Un tipo de información que “ahoga las inquietudes de los que se echaron al mar, ahoga sus esperanzas, sus lágrimas, sus miedos, su cansancio, ahoga su humanidad –nos deja sin lo propio del ser humano-; esa información, que ignora la realidad de los emigrantes, al mismo tiempo la deforma, pues da a entender que esos hombres, mujeres y niños –algunos de ellos, bebés- representan para el ciudadano común una amenaza, un motivo de alarma, un peligro”.
Esa información, que ignora la realidad de los emigrantes, al mismo tiempo la deforma, pues da a entender que esos hombres, mujeres y niños –algunos de ellos, bebés- representan para el ciudadano común una amenaza, un motivo de alarma, un peligro
Más allá de la información, “tendríamos que hablar de leyes inicuas que impiden a los pobres el ejercicio de sus derechos fundamentales; tendríamos que hablar políticas económicas que generan masas de pobres, políticas que son fábrica de hambrientos, hombres, mujeres y niños abandonados a su desgracia como desechos necesarios del progreso y el bienestar de unos pocos bendecidos; tendríamos que hablar de complicidades que matan, la más penosa entre todas, la de la Iglesia, habitual simpatizante de políticas económicas que matan, de políticas de frontera que matan, de políticas informativas que matan”.
“Cuando en el contexto de este Congreso nos referimos a sujetos posibles para el verbo matar -concluyó Agrelo-, no estamos pensando en enfermedades, tampoco en accidentes, tampoco en calamidades naturales; estamos pensando en opciones personales”.
Y es que “la muerte pasa por el corazón del hombre. Es en el corazón donde se decide a qué señor servir, a cuál amar y a cuál despreciar, a quién dedicarse y a quién no hacer caso”. Por eso, “no se puede servir al ser hombre y al dinero. No se puede”. Al menos, no sin traicionar a Jesús.
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