Con un gracias especial a la vida, a sus padres y a los obispos Don Gabino y Don Carlos El Padre Ángel, en sus bodas de diamante sacerdotales: "Me siguen temblando las manos al consagrar y al bendecir"
El propio José, que también tuvo que apañárselas para educar a un niño Jesús que, según el padre Ángel, sería un niño travieso: "¡Cuántas veces robaría pan o prendas de vestir a sus padres, para dárselos a los que no tenían nada!”
“¡Cuántas bendiciones, cuántos bautizos, bodas, primeras comuniones y despedidas en mi vida sacerdotal!”
Entre los agradecimientos, dos muy especiales. Uno al arzobispo emérito de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, “por todo lo que me defendió en aquellos años”
El otro, al actual arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, “que me concedió el sueño de abrir una iglesia, situada en el corazón de Madrid, de puertas siempre abiertas, una isla de misericordia, una casa de acogida, un oasis de silencio y oración"
Entre los agradecimientos, dos muy especiales. Uno al arzobispo emérito de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, “por todo lo que me defendió en aquellos años”
El otro, al actual arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, “que me concedió el sueño de abrir una iglesia, situada en el corazón de Madrid, de puertas siempre abiertas, una isla de misericordia, una casa de acogida, un oasis de silencio y oración"
60 años de cura sin perder los Cristos y sin dejar de ser samaritano. Pocos clérigos pueden presentar esta hoja de ruta que luce el padre Ángel, fundador y presidente de Mensajeros de la Paz, desde aquel día 19 de marzo de 1961, en el que el arzobispo de Oviedo le impuso las manos y se las ató con una cinta blanca, boradad por su madre, símbolo de su pertenencia a Dios, y que exhibió en la misa conmemorativa de sus bodas de diamante.
La celebración sencilla y en familia, rodeado de los suyos y, por la pandemia, en los jardines anexos a su querida iglesia de San Antón, la parroquia de los pobres de Madrid, abierta las 24 horas, para todo el que busca un pedazo de pan o un oasis de aliento para el alma. Una iglesia que ejemplifica toda una vida dedicada a los marginados y a los vulnerables.
En el altar, presidido, como suele ser habitual, por la Virgen de Covadonga, que le acompaña a todas partes en los llaveros que va regalando por el mundo, estuvo acompañado por sus curas (Valentin, Domingo, Fernando, Paco y Peio) y por dos purpurados amigos, el cardenal Osoro y el cardenal Bocos.
Entre la gente, muchos amigos, algunos muy conocidos, como el matrimonio Vargas Llosa e Isabel Preysler, y una nutrida representación de sus 'preferidos', los sintecho, que ya le consideran su 'ángel protector'.
En la homilía, visiblemente emocionado, el padre Ángel comenzó recordando a San José en su fiesta, el “santo de la puerta de al lado”, como lo define el Papa. Y, además, “el padre bueno, tierno, silencioso, como tantos padres” y al que se suele representar como “muy mayor, pero siempre con una sonrisa y con el niño Jesús en los brazos”.
Porque, para al padre Ángel, que es padre espiritual y padre de Josué, su hijo adoptado en El Salvador, siempre le resulta enternecedor “ver a un padre con su hijo en brazos o cambiándole los pañales o dándole el biberón, al lado de su madre”.
Como seguramente haría el propio José, que también tuvo que apañárselas para educar a un niño Jesús que, según el padre Ángel, sería un niño travieso: "¡Cuántas veces robaría pan o prendas de vestir a sus padres, para dárselos a los que no tenían nada!”.
El fundador de Mensajeros también quiso recordar a sus compañeros curas, que se ordenaron con él y “que ya se fueron casi todos, uno de ellos hace unas semanas”. Ya “sólo quedamos tres: Galle, Moreno y García”. Y rememorar “los nervios de aquel día”, esos nervios que “aún hoy, después de 60 años” sigue teniendo, cuando “me tiemblan las manos al consagrar el pan y el vino, al bendecir o al perdonar los pecados”.
Y en ese momento enseñó a los presentes la cinta, con la que el obispo le ató las manos. Una cinta que confeccionó su propia madre, bordando en ella la figura de Don Bosco, el santo que ya entonces tanto le gustaba a su hijo.
Y con esa cinta, al padre Ángel y a sus compañeros, el arzobispo consagrante les dijo que se hacían curas para “acoger, bendecir, ofrecer y consagrar”. Y el fundador de Mensajeros ha sido, durante estos 60 años, un ejemplo acabado de acogida y de bendición: “¡Cuántas bendiciones, cuántos bautizos, bodas, primeras comuniones y despedidas en mi vida sacerdotal!”
Mirando hacia atrás “con nostalgia, pero no con tristeza”, el Padre Ángel recordó a los ausentes: sus padres, Pedro Mella, Lucía, Félix, Juan Miguel, Carmiña, los niños del Sida, los niños de Bohecillo y los ancianos muertos en esta pandemia”.
Y tras recordar a los ausentes, comenzó a dar gracias: a sus padres y a todas las personas importantes, como Papas y obispos, o más importantes, como “tantos abuelos y niños”, que le acompañaron o se cruzaron en su vida.
Entre los agradecimientos, dos muy especiales. Uno al arzobispo emérito de Oviedo, Gabino Díaz Merchán, “por todo lo que me defendió en aquellos años”. El otro, al actual arzobispo de Madrid, cardenal Osoro, “que me concedió el sueño de abrir una iglesia, situada en el corazón de Madrid, de puertas siempre abiertas, una isla de misericordia, una casa de acogida, un oasis de silencio y oración, una casa solidaria para los descartados del sistema, para los que buscan y no encuentran, para los alejados de Dios y de la Iglesia, para los heridos por la vida y para los que sueñan con un mundo mejor”.
Y concluyó, dando gracias “a Dios por esta iglesia abierta, que espero que no se cierre nunca” y comentando su nuevo sueño: “un proyecto precioso con el que pretendemos atender a los mayores en sus casas”. Y con una pequeña oración:
“Señor, gracias por la vida,
gracias por tantos regalos que me has dado a lo largo de todos estos años,
gracias por poder decir, como has dicho tú, éstos son mis hermanos y mis amigos”.
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