El primer español que salió del Corredor de la Muerte, en Madrid Joaquín José Martínez: "Hoy sé que la pena de muerte representa la institucionalización del odio"
El primer español que salió del Corredor de la Muerte en Florida ha afirmado que antes creía en esa pena, que "aliviaba el dolor de los familiares de las víctimas"
Relató que el corredor es "no poder dormir de noche y no poder seguir por el día", los grilletes que llevaba cuando salía de su celda, el desprecio de los guardias y las autoridades por los reclusos, a quienes consideran culpables que merecen el peor castigo
La experiencia de Joaquín José Martínez sobrecogió a los asistentes a la Jornada Internacional Ciudades por la Vida contra la Pena de Muerte, en Madrid
La experiencia de Joaquín José Martínez sobrecogió a los asistentes a la Jornada Internacional Ciudades por la Vida contra la Pena de Muerte, en Madrid
| Comunidad de Sant' Egidio de Madrid
“Mientras exista la pena de muerte nadie está libre de estar directa o indirectamente afectado por ella”, afirma Joaquín José Martínez, el primer español que salió del Corredor de la Muerte en Florida, Estados Unidos, tras demostrar su inocencia, después de un largo periplo legal y gracias al apoyo internacional que movilizó su familia.
“Antes yo creía en la pena de muerte, pensaba que aliviaba el dolor de los familiares de las víctimas porque la muerte es lo que se merecían las personas que cometen crímenes crueles. Hoy sé que la pena de muerte representa la institucionalización del odio, falta de compasión, de humanidad y de perdón”. Joaquín José relató cómo era la vida en el Corredor de la Muerte, la tortura física y psicológica que sufren los condenados, el no poder dormir de noche y “no poder seguir por el día”, los grilletes que llevaba cuando salía de su celda, el desprecio de los guardias y las autoridades por los reclusos, a quienes consideran culpables que merecen el peor castigo.
Denunció la perversidad de los sistemas legales—como el de Estados Unidos—en el que “uno es culpable hasta que pueda demostrar que es inocente”, lo que acarrea unos costes de defensa que son inasumibles para la mayoría de los condenados. “Mi familia y yo tuvimos que vender todo lo que teníamos para pagar mi defensa”, recordó.
“De las 13 personas que estaban en mi pabellón, soy el único que salí con vida. Hoy no hablo solo en mi nombre, hablo también en nombre de los que hoy no tienen voz y que entonces no tuvieron los medios ni el apoyo que yo tuve para demostrar mi inocencia, por ser minorías, por no tener los recursos económicos e incluso por no tener familiares y amigos que dieran la cara por ellos. Llegaban personas solas, a las que la familia había rechazado, que no tenían nada, algunos apenas sabían leer y escribir”.
"Muchos no tuvieron los medios ni el apoyo que yo tuve para demostrar mi inocencia, por ser minorías, por no tener los recursos económicos e incluso por no tener familiares y amigos que dieran la cara por ellos. Llegaban personas solas, a las que la familia había rechazado, que no tenían nada, algunos apenas sabían leer y escribir"
Martínez relató el caso de Frank, un convicto en su pabellón, a quien los guardias maltrataban constantemente y que insistía en pedir una prueba de ADN para demostrar su inocencia, una prueba que él no podía pagar. Frank murió de cáncer en el Corredor de la Muerte y la prueba de ADN que se le practicó después de morir dio resultado negativo, demostrando que no era culpable del crimen. Otro convicto por delitos sexuales confesó después la violación y asesinato por los que Frank había sido injustamente acusado y por el que pasó más de una década en el Corredor de la Muerte de Florida.
La experiencia de Joaquín José Martínez sobrecogió a los asistentes en una abarrotada Iglesia Nuestra Señora de las Maravillas. Horas antes cientos de jóvenes del Colegio La Salle Sagrado Corazón y sus profesores también tuvieron la oportunidad de escuchar su testimonio, enmarcado en la Jornada Internacional Ciudades por la Vida contra la Pena de Muerte, iniciativa de más de 2,000 ciudades en 80 países que piden la abolición de la pena capital en el mundo, que impulsa Sant’Egidio, el movimiento Jóvenes por la Paz y organizaciones de derechos humanos.
Los datos
En 2018, se registraron 690 ejecuciones en 20 países y se condenaron a muerte a 631 personas en 54 países, una reducción del 31% respecto al año anterior. China, Irán, Irak, Arabia Saudí y Vietnam son los países donde más ejecuciones por pena capital han tenido lugar en el último año, según el Informe Mundial sobre la Pena de Muerte.
Actualmente, miembros de la Comunidad de Sant’Egidio alrededor del mundo mantienen correspondencia con más de mil condenados a muerte, especialmente en países africanos, lo que ha permitido visibilizar los casos y las condiciones en las que viven los condenados. En los últimos años, se ha registrado un aumento de la movilización de la sociedad civil contra la pena de muerte, demostrando que el camino para su abolición no es imposible, porque cada día que pasa, cada ejecución que se detiene, cada carta con un condenado a muerte es un paso adelante para la eliminación de la pena capital.
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